Queridosaurios, amadabuduérrimas, idoladrados, mordidos y husmeades: quiero, nuevamente, pediros disculpas anticipadas (como si yo fuera un deudor y ustedes el FMI, al que no pienso pagarle pero con el cual tampoco ansío quedar mal), por meterme, nuevamente, con la vida privada.

Debo decir –aunque esto no me exculpa, sobresee o exonera de mis responsabilidades– que no se trata de las vidas privadas de ustedos ni de las de ustedas, sino de la mía propia. Y de alguna manera tengo derecho a hacer pública mi vida privada, y les más benevolentes lo verán como una muy tenue respuesta a tanta privatización de lo público que hacen los neoliberales que supimos conseguir.

Vuelvo a recurrir, entonces, a vuestra buena voluntad y enumero los hechos acaecidos, acontecidos y algunos otros -idos.

El domingo 14, pasada la hora del lobo y la del globo, asistí, entre atónito y estupefacto, a la versión televisiva de los “búnkers" de los partidos, alianzas y frentes que habían participado del acto electoral de esa misma jornada.

Para mi muy agradable sorpresa, el oficialismo festejaba y, coherentemente con este hecho, las caras opositoras tenían más componentes de nalga que de rostro, según se podía percibir.

Saqué entonces la conclusión obvia: el oficialismo había derrotado a la oposición ampliamente. Quizás, pensé, Julián Álvarez, Messi y el Dibu Martínez habían entrado en el segundo tiempo y la “Peroneta” tenía una copa más que celebrar.

Los resultados crudos y duros no confirmaron mi percepción. Mejor dicho: mi percepción (el festejo peronil y el caraculismo de la opoderecha) eran ciertos, pero no correspondían a la lógica del resultado numérico.

Ya sé, no me digás, tenés razón, lector: la vida es una herida absurda y la política es más absurda aún, pero a mí con eso no me alcanza. Tampoco me sirve que me expliquen que a la oposición le salió demasiado cara la victoria (los que la pagamos somos siempre nosotros, no ellos), o que creían que iban a ganar la chancha y los veinte, más la presidencia de la Cámara de Diputados y el viaje a Bariloche para toda la división, y al final se terminaron quedando con un fin de semana en Córdoba (que está bueno, pero…), con Luis Juez de guía turístico y Aguad explicándoles que dentro de 20 años va a existir algo llamado Internet.

Y tampoco me deja satisfecho que me expliquen que el Gobierno, “gracias a este resultado”, recuperó la iniciativa, que esta pequeña derrota hará que seamos felices y comamos perdices, que para que no estemos tristes el FMI nos perdonó la deuda, que los votos de JxC no alcanzaron a la inflación interanual, o que “es preferible reír que llorar, los ratos buenos hay que aprovechar, si fueron malos mejor olvidar”.

Naaaaaaa.

El único que podía ayudarme (dado que no estaban pasando al Chapulín Colorado) era…, era… ¡sí, adivinaron: mi psicoanalista!

Lo llamé presuroso, pero me respondió el contestador:

“Disculpá, Rudy, pero el Lic. A. está atendiendo a un paciente que le dice que la mamá de Randazzo lo llama para preguntarle por qué no votó a su hijo. Y hay otro paciente, en llamada en espera, muy angustiado porque antes Vidal lo invitaba todos los días a tomar un café, y justo ahora, cuando se decidió a aceptar, ¡no lo llama más! Y después hay otro que votó a Milei y después vio al custodio mostrando el arma en el acto de festejo ¡y dice que no podrá dormir, de la culpa que le dio…! Pero, en cuanto pueda, el licenciado lo va a llamar a usted, que es su neurótico de la primera hora preferido".

Corté y me quedé contando votos, pero enseguida A. me llamó:

–Bueno, Rudy, cuénteme qué le pasa.

–¿Que qué me pasa a mí? No, licenciado querido…, ¿qué le pasa al país, que los que pierden festejan y los que ganan están tristes?

–Usted no entiende nada, Rudy, se equivoca de ejes, de conflicto… Acá no se trata de blancos versus negros, hombres versus mujeres o ganadores versus perdedores…; ese no es el verdadero conflicto nacional.

–¿Y entonces?

–¡La verdadera línea divisoria es “popular” versus “neoliberal”! Y en la división internacional del trabajo electoral, está muy claro que al sector popular (digamos, al que encabeza el peronismo), le toca festejar, y a los liberales, les toca amargarse, más allá del resultado.

–¿Pero eso por qué?

–Rudyyy..., en cualquier clase de “Psicoanálisis Freudiano I” se lo pueden explicar: los votos neoliberales son “votos de pobreza”, son votos cuya carga libidinal, su fin y su objetivo más o menos inconsciente, ponele, es que casi todos, incluidos muchos de lo que los votan, vivan peor, pierdan derechos. Entonces, es lógico que a todos nos pongan tristes esos votos.

–Ajá –lo imité burdamente.

–Mientras que los votos populares llevan, se cumpla o no, la carga libidinal de la esperanza, de vivir mejor, de proyecto colectivo…, la base (perdón, quise decir el proyecto) está. Entonces, son votos que se festejan, aunque sean menos de los deseables.

–Ah, ahora entiendo, licenciado.

–¿Entiende, Rudy?

–Sí.

–Perfecto. Entonces, ¿me lo podría explicar?

***

Sugiero acompañar esta nota con el siguiente video “La cha-carera”, de RS Positivo (Rudy-Sanz), alojada en el canal de YouTube del dúo, que, dicho sea de paso, acaba de volver a los escenarios presenciales con su chow.