¿Quién puede decir cuánto les debe la sociedad argentina y la política a estas madres y abuelas? Su significación es incalculable. Fueron en sus inicios como la pequeña e imprescindible luz de faro que nos guio en el extravío de la noche más negra. Ellas, desde su inenarrable dolor, sostuvieron lo que la sociedad en su conjunto se veía imposibilitada de efectuar. Prohijaron a toda una sociedad que se encontraba en orfandad de ley, de justicia, de palabra...

“Las madres tuvieron la capacidad de mantener contra viento y marea esa brecha de lucidez, realmente indeclinable a través de la cual retornaba aquello que pretendía ser eliminado sin resto, sin huellas. Verdad que tenía que ser acallada y la manera más eficaz de intentar neutralizarla --hartos estamos ya de recordarlo-- fue haciéndolas caer bajo la rúbrica de la locura, nominándolas, “las Locas de la Plaza de Mayo”, pretendiendo dejarlas en un lugar marginal de la sociedad. La fuerza del aparato represivo de la dictadura militar se sostenía asimismo en una calculada operación discursiva. Es claro que en todo el proceso represivo, y esta no fue la excepción, jugó en indisoluble alianza la violencia física y la simbólica. Por lo tanto, fue un discurso que se impuso sostenido desde el terror, desde la amenaza de aniquilamiento pero también y muy eficazmente, desde enunciados ultrasimplificados, revestidos de cínica ambigüedad, produciendo una desactivación de la capacidad de discernimiento y crítica.

Guardamos entre nuestros recuerdos y marcas, muchas frases que formaron parte de nuestro imaginario durante la época del Proceso y que hoy al recordarlas nos pegan dolorosamente por el grado de cinismo y canallada que implicaron. Tomaremos como ejemplo la tan mentada frase: “Por algo habrá sido”. O “algo habrán hecho”.

Frases tan pobres, tan ambiguas, tan idiotas en sí mismas y que sin embargo eran utilizadas para dar cuenta de algo tan grave como la desaparición y aniquilamiento de personas. Estas frases frecuentemente tomaban en ese contexto el carácter de una justificación inapelable, quedaban rodeadas de un halo de autoevidencia. Nuestra hipótesis es que cuanto más burdo y precario es el argumento, más anonadante resulta, cumple un puro efecto sugestivo y casi hipnótico, no puede contrastarse desde la razón. Es una lógica cerrada y autoevidente como decíamos. Quedaba enajenada la posibilidad de una reacción afectiva y de pensamiento acorde a la situación aludida.

Cuando se está en el filo de una mentira que no vela realmente, queda la función del velo del lado del otro, que como en esta ocasión empuja a la desmentida.

Por lo tanto, este discurso respaldado desde el terror promovió una devastación de la subjetividad crítica induciendo a una exacerbada utilización de los mecanismos de desmentida y racionalización que produjeron verdaderos escotomas en la posibilidad de procesamiento psíquico.

Dichos efectos de alienación y desmentida no dejaban de operar aun en aquellos que “sabían” de los hechos de maneras más o menos directas.

“Sabían”, pero ¿de qué saber se trata aquí? Un saber imposible de ser subjetivado, imposible de inscribir psíquicamente, un saber carente de las condiciones simbólicas y políticas que hicieran posible esta subjetivación.

El fundamento de la subjetividad está ligado a la necesidad de discurso.

Los actos criminales perpetrados desde el poder del estado escamotearon toda palabra imponiendo el silencio, dejando un profundo agujero en la trama simbólica. Desde aquí interesa situar el papel fundamental que jugaron las Madres en su apelación inconmovible de restitución de aquello que fue ferozmente sustraído. Restitución de los hijos/nietos secuestrados y restitución del discurso escamoteado, restitución de lo político.

Ellas lo arriesgaron todo por un deseo que aparecía como más urgente que la vida misma, deseo de reencontrar a sus hijos, deseo de verdad, deseo de justicia.

Las Madres de Plaza de Mayo aparecieron en la escena pública argentina en el año 1977, en un momento en que este espacio estaba absolutamente clausurado, ocluido bajo el estado de sitio de la dictadura militar más feroz que asoló a la argentina. Luego de infructuosas recorridas a través de los organismos estatales y apoyándose en el accionar previo de algunos organismos de Derechos Humanos, las madres “ganaron” la calle haciendo públicos sus reclamos.

Recalcamos el valor de lo público porque el efecto que sobre el lazo social adquiere el discurso público es de otro orden que el intercambio privado, secreto, en el cual el reconocimiento de lo dicho no está sancionado desde un afuera, que toma para el sujeto el valor del Otro. Las Madres tomando ese espacio de tan significativo valor simbólico para los argentinos como lo es la Plaza de Mayo pasaban a ser una referencia invalorable para el resto de la sociedad, ya sea que quisieran negarlas o rechazar la realidad que ellas portaban, ya sea que se convirtieran en un importantísimo punto de apoyo y de identificación para otros. Cada marcha alrededor de la pirámide iba tejiendo, dibujando, un borde alrededor de ese agujero imposible de suturar, algo comenzaba a escribirse, a designarse. Las palabras iban tomando su lugar.

Al mismo tiempo estos actos de interpelación pública tuvieron el carácter de interrogar al discurso Amo que se erigía como verdad sin brechas exigiéndole pronunciarse sobre el saber que ocultaba, poniendo en evidencia su falacia en el vacío de respuesta. Las preguntas sostenidas por las Madres en las que se denunciaba la inconsistencia del discurso oficial iban trazando ciertas líneas de clivaje que contribuirían a marcar puntos de fisura por donde este discurso podría en algún momento producir su giro.

Hoy, a 46 años de sostenida lucha, en la cual la acción de las Madres se multiplicó con creces, dio la vuelta al mundo, trascendió en múltiples sentidos, podemos decir que la intención de su gesto primero fue desbordada y trascendida más allá de cualquier cálculo.

En este sentido, desde lo incalculable de su acto, cuyas consecuencias solo pueden ser leídas a posteriori, es que encontramos puntos de contacto importantes entre el acto de las Madres y la conceptualización de Alain Badiou acerca del “acontecimiento” que implica una manera de pensar la política desde una ética particular que él denomina “ética de las verdades”. No se trata de verdad en el sentido óntológico (del ser) que tomaba la filosofía clásica, sino una verdad singular siempre a advenir, verdad sin dios ni garante.

Badiou describe al acontecimiento como un acto que surge de manera inesperada. Surge de una situación, pero a su vez, desde los posibles de esa situación no es calculable, no surge de un encadenamiento de hechos de los cuales se espera un desenlace determinado. Referido al campo de lo político, no adviene de una previsible correlación de fuerzas. Emerge desde algún vacío que toda situación contiene, pero queda fuera de las leyes regulares de la misma, implica una novedad radical, es una ruptura en la cual ya lo anterior no puede sostenerse tal cual era.

El acontecimiento nombra el vacío en tanto nombra lo no sabido de la situación.

Desde esta concepción, la fidelidad reside en la decisión y el coraje de extraer las consecuencias que produce un acontecimiento. Ser fiel a esa radical novedad, no desentenderse de ella. Badiou diría: atrapa en tu ser lo que te ha atrapado y roto.

La fidelidad al acontecimiento es ruptura Real e implica el sostenimiento de esa ruptura. Denomina verdad (una verdad) al proceso real de lo que esa fidelidad produce en la situación. El proceso de verdad es un agujero en los saberes instituidos de una situación y excede a los posibles de la misma, atravesando lo que Badiou nomina como un imposible histórico. Ante el vacío producido por una verdad, el sujeto es efecto de angustia o terror reapropiables mediante el coraje.

Estas palabras con las que Badiou expresa lo que él entiende por fidelidad y verdad respecto del acontecimiento, no podrían describir con mayor precisión lo que caracterizó la acción de las Madres/Abuelas. La decisión y el coraje que las habitó en esta lucha que demostró ser de una fuerza inimaginable, quizás, hasta para ellas mismas. Su fidelidad residió en extraer al máximo y en forma permanentemente renovada y creativa las consecuencias de aquello que inauguraron hace 46 años años”.[1]

Esta ruptura no es la misma a lo largo de todos estos años sino que toma cada vez un sentido diferente de acuerdo a las situaciones sociopolíticas que se van sucediendo. Cada vuelta a la Pirámide re-funda la vuelta primera, incluye siempre alguna diferencia y el hilo conductor que se sostuvo todos estos años es el del discurso político. Creemos que esta es una consecuencia fundamental, la posibilidad de sostener un discurso político, tan devastado en los 90 y tan complejo en estos momentos.

En todos estos años, las Madres y Abuelas no le sustrajeron el cuerpo a innumerables luchas, se hicieron presentes en un sinnúmero de situaciones en que los derechos se vieron lesionados, desde cárceles, luchas populares en los más diversos y distantes puntos del país e internacionales, ellas se hacen presentes poniendo en juego un poder de invención inagotable para llevar un poco más lejos la justicia que siempre es esquiva, ellas no esperan que las favorezca una correlación de fuerzas, sino que siempre han sabido sortear los límites que se presentaban como inamovibles, generando nuevas correlaciones de fuerza.

Los movimientos feministas, con su renovada potencia de lucha no dejaron de reconocerles su importante legado y transmisión, y las madres y abuelas, más jóvenes que nunca tomaron sus banderas y aunaron sus pañuelos verde y blanco.

Cintia Ini es psicoanalista.

1 Fragmento del libro de Cintia Ini; Psicoanálisis poética política. Dimensiones del acto.