Hace dos años, el femicidio de Chiara Páez en la localidad de Rufino, Santa Fé, puso tope a la náusea que venía creciendo por la violencia machista. Mujeres, lesbianas, trans y travestis que veían caer uno tras otro, todos los días, sus propios cuerpos, a manos de varones y se hacían eco de la alarmante cifra de una muerta cada 33 horas, se encontraron dando hashtag al hartazgo: #NiUnaMenos. El 3 de junio de 2015, esa fuerza colectiva copó las plazas de todo el país con un grito unánime “disculpen las molestias, nos están matando”, quizás una de las consignas que con ironía resume la apuesta por la revuelta, esa necesidad de juntarse para sacar el grito de la garganta y que el coro multiplique su potencia.

Familiares de víctimas, madres, viejas, migrantes, niñas y adolescentes, indígenas, militantes y otras que jamás habían ido a una marcha se encontraron en el abrazo y el calor de la multitud, emocionadas, con el cuerpo pidiendo pista para el salto y el canto. A la pregunta de por qué estaban allí, todas tenían una historia, una amiga cercana, alguien de su familia, ellas mismas atrapadas en el tejido que frena en seco la autonomía de las mujeres. “Por qué no puedo volver sola a casa de noche”, “Por qué gano mucho menos que mi compañero y hago las mismas tareas que él”, “Por qué alguna vez quise decir no y me acusaron de histérica”, eran algunas de las razones, esos motivos que se empezaban a juntar en el aire para armar el guión de lo que rápidamente fue una movida regional y poco tiempo después, un salto mundial.

Miles marchamos orgullosas y hoy nos encontramos de nuevo. No somos las mismas, algo cambió en nosotras, algo se movió en la trama social y mediática, y muchos de quienes ven en peligro sus privilegios, aprietan el acelerador del amedrentamiento para que demos marcha atrás. Imposible. Ya nada va a ser igual. Las palabras femicidio, sororidad, empoderamiento, llegaron para quedarse y para que las cosas sean dichas por su nombre.

El jueves, este diario soltó una consigna que creyó oportuna para calentar los motores de la gran movida de hoy, el tercer 3J. “A vos ¿Cómo te cambió la vida el #NiUnaMenos?” y las respuestas se multiplicaron en razones, muchas que despertaron debates, y otras que afloraron esa hermandad que se constata en las plazas cada vez que decimos presente, como también fue el 8 de marzo pasado o el 19 de octubre, en el Primer Paro Internacional de Mujeres. Las anécdotas también fueron parte del archivo de relatos. “Ayer en el tren Roca de vuelta a casa subieron dos hombres que comenzaron a contar chistes misóginos muy violentos y una señora sentada justo frente a ellos los frenó advirtiéndoles que la estaban ofendiendo como mujer y les dio una clase magistral” contó Lali Siede y a pesar de la típica respuesta de quien nos acusa de susceptibles, comenzó una cadena que ya no tuvo freno. “Logramos cambiarle el nombre de los platos de la carta a un restaurant, donde se llamaban, por ejemplo, " Lomo a la Pampita" o “Matambre a la Zámolo” como escribió Claudia Gastaldi consignando algo que efectivamente pasó la semana pasada en un hotel de Salta, que revirtió su menú gracias a las denuncias de quien vemos violencia simbólica en una propuesta que parece “simpática”. Kaleto Solari contó que en las listas de los registros de asistencias escolares ahora se mezclan varones y mujeres y se ordenan ambos géneros según el alfabeto, cuando antes se ponía primero la lista de varones y después la de niñas. Y siguiendo en institución escolar, Eri Bidal aportó que ahora el uniforme estatal es de un solo color para todos y todas, reemplazando al clásico azul para los chicos y rosa para las chicas.

También una docente, Schz Irina, narró la resistencia que significa hoy hacer valer la ley de Educación Sexual Integral en las escuelas en el marco de un gobierno que intenta diluirla.

Están las que cuentan que volvieron a estudiar para empoderarse, las que salieron de relaciones tóxicas y las que dicen que ellas luchaban desde mucho antes que el 3 de junio de 2015. De gestos más pequeños, como dejar un grupo de Whatsapp porque se mandaban videos pornográficos, a confesiones de parte que se leen como declaraciones de principios: ”A mí el #NiUnaMenos me ha hecho pensar: sí, carajo, tienen razón!”, como escribió Rodrigo Suárez, están las que hablaron de sororidad, de haber entendido esa palabra rara que parece sonoridad pero no lo es y sin embargo se le parece. Solidaridad de género, hermandad entre mujeres, no alimentar el voraz ojo machista que prefiere vernos de los pelos y que pregunta cada vez que nos ve enredadas, cómo nos llevamos cuando estamos juntas. “Mi toma de conciencia empezó al ver como descalificaban a Cristina por ser mujer. Empecé a ir a los ENM (Encuentro Nacional de Mujeres) y a darme cuenta de que nacer mujer es nacer perdiendo… cuando estamos en la calle todas juntas, los 3 de junio o el 8 de marzo siento que empezamos a ganar un poquitito” escribió María Cecilia dando cuenta de uno de los ejemplos más descarnados de las trabas que se le ha puesto a nuestra primera presidenta mujer para gobernar, y la cantidad de insultos (el más sonado fue el de “yegua”) con la que la adjetivaron desde los medio de comunicación con la anuencia de un gran sector de la sociedad. No por razones partidarias ni ideológicas, sino por ser mujer, Cristina sintió a la misoginia respirarle en la nuca y tal vez por eso cada día se nombra más feminista. 

Están quienes contaron que hablan con sus hijos e hijas de la mentira del “amor romántico”, quienes se sorprenden porque en la calle se dice mucho menos esa variante del insulto que se llama “piropo” y que el año pasado encontró una legislación que la denuncia y quienes descreen que Tinelli haya hecho un cambio genuino en su manera de pensar porque ahora no quiere cortar polleras. Quienes relatan escraches, debates e introspecciones profundas e irreversibles, como la de Sabrina Vernaz, que resume la de tantas: “Simplemente me di cuenta que era feminista”.