Cuando el 8 de mayo de 1987 personal de la policía bonaerense asesinó al Negro, a Willy y a Oscar, el barrio entero se movilizó para denunciar el fusilamiento de tres jóvenes que estaban en la esquina de Guaminí y Figueredo, en Ingeniero Budge, tomando una cerveza. También se activaron los vecinos para enfrentar las presiones, amenazas y atentados que sufrieron familiares de testigos y militantes antirrepresivos. Se fueron sucediendo las marchas de antorchas al grito de “ni olvido ni perdón, el pueblo pide justicia” para Agustín Olivera (26), Oscar Aredes (19), y Roberto Argañaraz (24), primero en el barrio y luego hasta el puente La Noria, y la comisaría que estaba en Camino Negro y General Paz. Era el atardecer, hubo testigos, y a pesar de que los uniformados pretendieron hacer pasar el hecho como un enfrentamiento plantando armas a las víctimas, no pudieron impedir que un par de abogados de larga tradición en los derechos humanos pusiera patas para arriba el expediente.

“La lucha contra la represión estatal llegó por primera vez a la puerta de la Ciudad de Buenos Aires, y muchos que nunca habían mirado tuvieron que ver las gomas quemadas y los carteles”, dijo a Página12 la abogada María del Carmen Verdú, la Negra. La historia de Budge es conocida, resume Verdú: fue manipulada la escena del crimen, la causa fue amañada, la sucesión de jueces y fiscales dispuestos a todo para garantizar la impunidad, los dos juicios orales y la condena escasa y su tardío cumplimiento “una vez que nosotras y nosotros –no el Estado– encontramos a los prófugos entre 1999 y 2006”. A su criterio, la lección fundamental de Budge es que delineó el camino de la lucha antirrepresiva en Argentina, y el de Correpi como organización, que se empezó a gestar de la mano de Budge y terminó de definirse al calor de las movilizaciones por Walter Bulacio. Esos dos acontecimientos resumen las modalidades principales de la represión letal estatal en Argentina, el gatillo fácil en Budge y las detenciones arbitrarias, torturas y muerte en lugares de detención, con Bulacio.

En 1991 fue replicado y profundizado el ejemplo de Budge en el centro político del país, cuando el movimiento juvenil y estudiantil se lanzó a las calles, al Congreso y a Plaza de Mayo, por la detención, tortura y muerte de Walter Bulacio.

En aquellos años Sergio “Cherko” Smietniansky también formaba parte del grupo inicial de Correpi. “La masacre de Ingenieron Budge no fue el primer caso de gatillo fácil sino el primero en que todo un barrio se organizó para luchar contra esta política represiva; fue fundamental la aparición de una figura como León Zimmerman, Toto, que junto a Ciro Annichiarico serán los abogados de la causa”, dice Cherko a este diario, ahora miembro de Cadep (Coordinadora de los Derechos del Pueblo). “Zimmerman planteó que no era un mero caso policial sino una violación a los derechos humanos, tres chicos tomando cerveza en una esquina asesinados por la policía era eso, lo que hoy es entendido por todas y todos en aquel momento no fue tan así”, dice el abogado que fue el planteo de Toto.

Control social y represión

Uno de los cantos más repetidos en las manifestaciones antirrepresivas es “no es un policía, sino la institución”. Y Smietniansky señala que allá a finales de los ‘80 ése era el eje de la postura de Zimmerman. “Toto plantea que no son sólo los tres policías que apretan el gatillo sino que es toda la institución, porque el rol de la policía no es garatizar la seguridad sino ejercer el control social, y así como en la época del genocidio la represión era generalizada y direccionada, en este período institucional esa reoresión también va a ser generalizada hacia los pobres y direccionada hacia los jóvenes, porque en el neoliberalismo eran mano de obra que sobraba, vidas descartables, y aunque no eran enemigos reales sí eran potenciales, aquel sujeto que tenía todas las condiciones para rebelarse.

De ahí surje la expresión "gatillo fácil", cuando Zimmermann toma y reformula algo que había escrito Rodolfo Walsh en el períodico de la CGT de los Argentinos, que la Policía Bonaerense era 'la secta del gatillo alegre y de las manos en la lata', en 1969. "A Toto no le cerraba lo de alegre por los tres chicos muertos, la reformula como 'gatillo fácil' y se convierte en un argentinismo para denominar a cualquier persona que es asesinada por las fuerzas represivas del Estado". 

A criterio de Smietniansky, la masacre de Budge "viene a romper el sueño ochentista del 'Nunca Más' porque nos dice que en democracia se siguen violando los derechos humanos, por eso no es casual que al año siguiente con la masacre de San Francisco Solano, donde es asesinado Agustín Ramírez que también es un chico pobre de un barrio humilde, y también un militante político y social, se empieza a cerrar le círculo; y cuando se fusionan estos dos casos con el de Walter Bulacio nace la primera organización antirrepresiva y de derechos humanos que viene a plantear la problemática de las violaciones a los derechos humanos cometidas en el período institucional, que fue la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi)". Zimmermann tenía un enfoque muy claro al caracterizar estos hechos como "represión estatal y represión institucional", tal como quedó plasmado en el nombre de la agrupación que él co-fundó junto a Verdú, Daniel Stragá y otres abogades. 

"Llama la atención que muchos años después se dicte una ley en conmemoración de la masacre de Budge y el Congreso la nombre como una ley de 'violencia' institucional; por un lado es absurdo que el propio Estado conmemore una fecha de una violación a los derechos humanos que cometió el propio Estado, y es asombroso que usen como sinónimo los términos violencia y represión, éste último tiene una carga ideológica y es patrimonio estatal, algo que en el primero no existe", enfatiza el abogado de Cadep. "El término violencia, además, implica algo que es utilizado en ocasiones por los pueblos para luchar por sus derechos, más de un privilegiado fue derrocado con violencia, sin ir más lejos, en diciembre de 2001 la violencia popular en las calles en el marco del Argentinazo se enfrentó con la represión estatal disparando, con un saldo de más de 30 muertos la represión, y ninguno la violencia popular".

Coda

La masacre de Budge, la desaparición y muerte del soldado Omar Carrasco, la detención y muerte de Walter Bulacio, el asesinato por torturas de Sergio Durán y la masacre de Wilde, entre otros episodios, marcaron el comienzo de importantes movilizaciones contra la policía. En 2015 se desclasificó material de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la provincia de Buenos Aires (DIPPBA) sobre la masacre de Budge. En más de mil fojas hay informes de inteligencia, escritos de la causa, recortes de presa y volantes y afiches sobre las marchas que se hacían para reclamar juicio y castigo a los culpables. 

“El Toto fue quien me enseñó en aquellos primeros años que en cualquier situación judicial había que estar preparado tanto si salía bien como si salía mal, para encararla desde la discusión política, porque jueces y fiscales forman parte de ese entramado estatal", recuerda Verdú. “Nos enseñó que no toda derrota en lo judicial impide capitalizar enormemente en la organización popular, como sucedió durante todos los años que hubo que esperar en el caso Budge hasta que llegó la sentencia, que finalmente fue malísima. Once años de prisión, la posterior profugación de los policías, la pelea para encontrarlos y encarcelarlos a cuentagotas, hasta que en 2006 cayó el último, nos sirvió para lo que se venía en los años siguientes con Bulacio”, agrega.

Zimerman murió dos meses antes del aniversario número 20 de la masacre. Había sido militante del Partido Comunista, diputado provincial de Izquierda Unida, y miembro de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre. Tuvo activa participación en la Multisectorial Chau Pozo, que logró el cierre del centro clandestino de detención de la dictadura conocido como el Pozo de Banfield. 

Tenía un viejo Renault 12, y una vez le tiraron una bomba incendiaria. Cuando los periodistas le preguntaron cuál fue su reacción ante el atentado, dijo con su voz pausada y bajita: “siempre quise tener un Renault Fuego”.