El episodio montado en torno del avión carguero de propiedad de una compañía de Venezuela pone en evidencia la determinación de la oposición política para generar escándalos –así sea contra toda evidencia– contando con la alianza y la complicidad del sistema judicial y de la corporación de medios. Es la manera que tienen de hacer política, desviando la atención de otras cuestiones que son sí esenciales –también reales y comprobables- sobre las que no quieren hablar y menos hacerse cargo: desde los problemas que hoy se enfrentan como consecuencia de la desastrosa gestión de Mauricio Macri hasta la existencia de fuertes batallas internas en las filas opositoras. A esos fines sirve tanto el supuesto “escándalo” del avión como la decisión del gobierno porteño de Horacio Rodríguez Larreta prohibiendo el lenguaje inclusivo en las escuelas. En este último caso se pretende instalar el debate sobre este tema –cuya importancia nadie niega y deja de lado– para opacar otras cuestiones de fondo como la baja del presupuesto educativo, la desinversión en infraestructura escolar o la falta de vacantes suficientes para atender la demanda educativa en la ciudad más rica del país.

Esta es la estrategia opositora y es también la forma que Juntos por el Cambio adoptó como manera de hacer política a partir de impactos mediáticos con respaldo y apoyatura judicial. Admitamos que no le ha ido mal. La estrategia se basa en un apotegma que los cambiemitas abrazan y sostienen con fruición: “la verdad poco importa si el efecto y el golpe sirven a nuestros propósitos”. A tal punto que hasta los elogios a la acción oficial que hacen gobiernos extranjeros como Israel y Estados Unidos se venden aquí como críticas.

Pero ésta es solo una parte de la realidad.

La otra cara del asunto corresponde al gobierno presidido por Alberto Fernández por su incapacidad no solo para responder de manera adecuada y pertinente a la ofensiva permanente de la oposición, sino por la falta de reflejos para anticipar las jugadas, construir su propio relato. Llama más la atención que contando con todas las facilidades que brinda a quienes gobiernan el manejo de los resortes del Estado no se pueda contrarrestar lo que a todas vistas es una suma de mentiras y especulaciones armadas en forma de cortinas de humo y de show mediático.

A lo anterior hay que agregar la evidente falta de articulación entre los organismos del Estado lo que deja en evidencia, una vez más, la carencia de una estrategia comunicacional pero sobre todo de respuesta política. Basta observar las superposiciones y las desinteligencias en las declaraciones de funcionarias y funcionarios del más alto nivel.

Se han señalado en reiteradas ocasiones las deficiencias de la comunicación del gobierno de Alberto Fernández. También es cierto que desde el oficialismo se han hecho intentos, se cambiaron personas y estructuras. Pocos son los resultados a la vista. Tampoco se logra visibilizar y hacer tangibles los pasos concretos y efectivos dados para sacar al país de la crisis heredada del macrismo. Entre otros motivos porque tal es el desastre causado que pareciera que nada alcanza.

El Gobierno sigue corriendo detrás de la agenda que le impone la alianza opositora liderada por JxC y acompasada desde el Poder Judicial y los medios corporativos. Pero está claro que no se trata ya solo de un problema de comunicación, sino de falta de claridad política. Queda en evidencia la ausencia de una conducción unificada y es necesario dar respuestas coherentes, cohesionadas, orgánicas y, finalmente, creíbles a los desafíos que en este tema como en otros hoy enfrentan argentinas y argentinos en su vida cotidiana.

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