“Siento la alianza más perfecta”, dice Miguel Abuelo en el “Himno de mi corazón. Es ahí donde el abrazo puede tener muchas lecturas de favores y traiciones. Hay formas de ordenar los recuerdos de algunas uniones traumáticas, por ejemplo; dicen que la infancia se reconoce instantáneamente cuando uno escucha una canción que nos transporta a esa etapa. Así mismo la memoria es regente también del favor de un amigo para saber ser agradecido en momentos difíciles cuando la mano tendida nos ofrece luz en el alma. Ese tesoro de la buena amistad debe ser recíproco con quien nos ha ayudado.

Por eso en el barrio, cuando hay un momento límite el refrán anula la traición: "no le muerdas la mano a quien te dio de comer". Esto aplica, hasta el día de hoy, en las esquinas. Siempre es mas el caudal de personas que piensan así, y eso lo podemos experimentar en otro clásico: "Todavía hay gente buena".

El lado b de ese concepto amigable del favor, es cuando el gesto es resbaladizo y uno desconfía, por la virtud de la metafísica o el recuerdo de una mala experiencia.

El teorema de los favores y traiciones coincide con la teoría conspirativa, donde el aliado es el peor traidor. Allí se expanden cálculos y estrategias que encienden la mecha corta del enojo en las relaciones que esconden la escalada, sobre la cabeza del otro, con el caballo. En la analogía del análisis en cuestión, irrumpe la simbología ecuestre y de ahí el dicho: “A caballo regalado no se le miran los dientes”. El mismo se refiere a lo que viene de arriba como un favor sincero y el binario opuesto al traicionero colaborador que es el caballo de Troya.

Cuando uno se va adentrando en el tema descubre que, para acceder a los deseos de la ambición desmedida, puede haber una membresía en el mercado de favores. El tema es que se cobra peaje en todas las monedas para acceder a situaciones beneficiosas por " algún servicio realizado".

El más cotizado es el célebre cadáver en el placard, que funciona como la vedette para ocultar y ticketear luego.

No obstante, la teoría dice que todos vamos a necesitar un favor tarde o temprano. Y que no conviene pelear con nadie subiendo la escalera porque seguramente vas a necesitar algo de la misma persona cuando estés bajando. En síntesis: a ningún lugar importante del ego se llega solo.

Los favores caros son aquellos que nos marcan a fuego para ver siempre la salida antes de tomar una decisión. En ese caso irrumpe la sabiduría, reflejada en un proverbio: "Si nada tienes, serás dueño de todo". Pese a eso, la tentación por ingresar al mercado de favores está siempre vigente para seguir el desarrollo de una carrera o profesión.

El conflicto es cuanto uno tiene que tributar en esa negociación que nos aproxima a lo deseado.

La célebre escena del film que aborda Marlon Brando y Al Pacino, muestra a padre e hijo abordando la conflictividad de percibir la falta de lealtad en los cercanos. Puede vincularse también con aquella teoría infatigable que determina el peligro de la fe de los conversos, el ángel aliado que termina siendo un demonio.

Lo cierto es que en los espacios donde se toman muchas decisiones, el fantasma está con el tanque lleno y queda manifiesto el peligro explosivo de aceptar una ayuda equivocada.

Hoy la realidad todo el tiempo parece estar con vínculos resbaladizos. La guerra entre la intuición y la estructura paranoide nos consume la batería. Esto puede desembocar en que cuando se extienda una mano solidaria la confundamos con un revólver en la cabeza.

Pese a eso, los favores siempre han sido nobles para el desarrollo de la comunidad. Precisamente, para el inmigrante italiano posguerra de mediados de siglo XX en la Argentina, un factor de convivencia sana, para el sueño de la casita propia, era acompañar la construcción un sábado no laborable y llenar la losa de un amigo.

Esto ocurrió en el cordón del conurbano durante muchos años y en actualidad existe la ayuda del amigo para bajar un motor y subir la heladera nueva.

Hay un idea que me llamó la atención en el libro " Imposturas intelectuales" del sociólogo Alan Sokal, donde se le hace una crítica al chamuyo y al lado oscuro de los argumentos de las ciencias sociales. El autor mandó un texto para publicar en una revista sumamente reconocida en el ámbito académico y la publicación salió vendida como un análisis prestigioso. Hasta ahí no habría nada que llame la atención, pero hay un punto donde es interesante detenerse, y es que Alan confiesa, después de su publicación, haber mandado más fruta que Giuseppe Arcimboldo.

De ahí en adelante hace un desarrollo muy lúcido. Es como mezclar todo para no decir nada, que el gran Fidel Pintos en su personaje de los años 60 y 70 graficó muy bien en la televisión blanco y negro.

En la adolescencia, a finales de los ´80 mientras subía un ascensor con puertas tijera, hacia la terraza de un edificio antiguo en Avenida Rivadavia, escuché algo que me llamó la atención.

La voz baja de un señor en traje gris y lentes negros me ofreció ayuda para el trabajo que me esperaba en la altura; orientar una antena colectiva hacia el ex Mop. No cerraba la solidaridad de ese hombre y tampoco nada tenía que ver con el trabajo que había que hacer. Tal vez lo que movilizó la solidaridad fue la sensación de ver a un chico haciendo un esfuerzo descomunal y solitario llevando antenas gigantes. De todos modos, la intuición me habló fuerte y acepté la colaboración.

Al tiempo leí una frase de Oliver Goldsmith, en el colectivo 65 camino a Chacarita, que me recordó ese episodio y decía: “El mayor espectáculo de la humanidad es un hombre esforzado luchando contra la adversidad, pero hay otro aún más grande: ver a otro hombre lanzarse en su ayuda”.