Björk volvió a tocar en Buenos Aires, en uno de los festivales más grandes del año, y sin escatimar: trajo una peluca desmesurada, un coro de 17 finlandesas, un xilosinte, una bobina Tesla, un percusionista con su hang y un montón de juguetes, un director-productor musical en tiempo real con todos sus aparatos, una corona de pantallas, una reactable, un sistema de péndulos...

Sí, todo eso pasó, aunque hace 10 años, en las cuatro residencias excepcionales que hizo para Biophilia en el Centro Municipal de Exposiciones. Aquel disco era eje de un proyecto transmedia que incluía una web interactiva, apps e instrumentos hechos a medida, con todo inspirado en la diversidad de formas de vida. El marco teórico y estético de ese álbum y su gira eran los archivos de historia natural, las imágenes del cosmos, las animaciones de las apps de Biophilia y la matemática notacional.

Iba a haber un show al aire libre y cinco indoor, pero la movida se cortó cuando le volvieron a detectar nódulos en la garganta, como en 2008, y su médico le sugirió suspender la gira. La quinta Biophilia Residency y el show en GEBA se cancelaron. La islandesa estuvo dos meses sin tocar y recién pudo completar aquella gira un año y medio más tarde.

Más de una década después, Björk volvió otra vez, aunque ahora el despojo fue total. Fue el miércoles, como entrada al Primavera Sound Buenos Aires y con su disco Fossora, que basa su concepto en el reciente conocimiento adquirido sobre hongos. Esta vez vinieron solo ella y su voz, su director de orquesta itinerante (Bjarni Frímann Bjarnason) y una valija con su atuendo de chamana andina o de diablilla tropical, de pájaro exótico o de estrella avant pop. Y acá se encontraron con una pared esta vez no de coristas sino de instrumentos: los de la sección de cuerdas de la Orquesta Estable del Teatro Colón.

Las casi tres docenas de instrumentistas terminaban de acomodarse en penumbras, contra el fondo del escenario, mientras un cuerpo irrumpía en el tablado. Los aplausos vinieron de atrás hacia adelante, y tuvo algo de sentido: los ojos desprevenidos y castigados por los años, de un público evidentemente más crecido que el de Charli XCX, Travis Scott o Lorde, habían confundido a Bjarni Frímann Bjarnason, el de la batuta, con Björk. La islandesa salió a los segundos, con la oscuridad de la noche recién caída.

De los artistas locales que tocaron en el festival, prácticamente media delegación argentina deambulaba por Costanera Sur para el show de Björk, arrancando por El Doctor, que en la previa había festejado más compartir fecha con ella que con Travis Scott, y siguiendo más allá de los confines del festival, en las presencias de luminarias frikis del indie nacional y bailarinas de los clips más pegados del trap.

Entonces, la artista. Entonces, la orquesta. Entonces, el público. Y en la escenografía nada particular. O todo lo que había ahí, para compartir: ese mismo universo que la inspira desde chiquita, porque cómo no te va a inspirar esa isla mítica de campos húmedos sin árboles y auroras boreales. A la izquierda del escenario, y más allá de los límites del predio, una luna ilimitada y naranja. Arriba, lo suficientemente cerca como para dejarse fotografiar, una nube con forma de corazón.

Hace muchos años, de muy chica, Björk descifró la forma de completar el universo. Lo primero fue aprender a cantar y llenar el silencio en aquellas caminatas al colegio por los más verdes de los paisajes desérticos. Su rostro ya no es de porcelana. La voz se puede astillar y la atención se puede dispersar. Arrancar a cantar mal una parte no es grave: Babasónicos tiene por lo menos un pifie notorio por show hace décadas y aún así es la mejor banda argentina activa.

El show de la cantante fue breve, apenas pasó de los 70 minutos y se basó en la revisión de su obra de los '90, pero no en las canciones más icónicas. Hizo Come to me, de Debut, aunque ahora la que ofrece cobijo no es una hermosa joven entusiasta sino una señora que lo atravesó todo, del éxito instantáneo a la muerte posible (en el atentado que Ricardo Lopez le montó en 1996). "Vení a mí, yo te cuidaré y protegeré. Calma, calmate, estás cansado, recostate. No tenés que explicar nada, yo te entiendo", canta, ahora como ina madre universal que, como tal, también se puede poner intensa y no querer que le saquen fotos, ni el público ni la prensa acreditada.

Arrasó con Hyper-ballad, claro que sí, y de Post también hizo Isobel; o Hunter, Jóga y Pluto de Homogenic; o hasta Aurora de Vespertine. Del disco nuevo solo uno, Freefall, con una temática de la caída libre o controlada que retomaría casi al final. Del anterior, Utopia, ningún tema; como tampoco de Biophilia ni de Volta ni de Medúlla. Por fuera de sus primeros 5 o 6 años de composiciones para su proyecto, Björk centró su paso por el Primavera Sound Buenos Aires en cuatro canciones de Vulnicura, el disco de 2015 que ya había tenido una versión para arreglos de cuerdas, Vulnicura Strings.

De hecho abrió con Stonemilker, de ese álbum, y su pedido imperecedero de "respeto emocional". Mientras que la mentada "responsabilidad afectiva" se parece más a la responsabilidad social empresaria, en tanto serie de gestos displicentes para lavar culpas (o impuestos), al contrario el respeto emocional implica mucho más que proteger la sensibilidad de la otra parte: señala una elección por el bien común.

Otro tema de aquel disco y que también tocó, Quicksands, de algún modo habla de una conciencia que despierta a la supervivencia, que habita en el vacío (como nosotrxs acá, flotando en el espacio, viendo cómo estirar la supervivencia el planeta y sus formas de vida). El tema usa la metáfora de las arenas movedizas, en las que cada vez se va volviendo más complicado y pesado salir, para proponer que cada día de inacción se compromete el futuro de nuestra trascendencia y de nuestra descendencia.

Capaz que no eran cosas para reflexionar mientras se hacía la fila para cargar saldo en una pulsera electrónica y comprar una remera (las de Björk estaban OK, con referencia a los hongos psilocibes, la especie vegetal del año). O esperando un sánguche de animal muerto quemado al fuego. Capaz que no era el marco ideal para este show. Pero fue Björk, y eso basta. Bastó siempre que vino y bastará las veces que vuelva a venir, si nos queda alguna. Porque algún día Björk va a hacerse compost. Mientras tanto, ya aprendió a hacerse cosmos.


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