Una historia sencilla

A lo largo de las zonas rurales de Pakistán, los tractores parecen alegres animales colorados que se integran al paisaje. Y es que si bien son importados, los pakistaníes han sabido darle un auténtico estilo local a través de diseños sofisticados que transforman a cada uno en pieza artística. Por ejemplo, en la ciudad comercial de Mandi Bahauddin, en una zona rural de la provincia de Punjab, los artesanos trabajan en puestos uno al lado del otro, golpeando, soldando y pintando. De hecho, para decorar un solo tractor, pueden ser necesario el trabajo sostenido de media docena de artistas a lo largo de varias semanas. Es decir, se trata de un servicio que solo los productores más ricos pueden pagar. “El viaje de los tractores a Pakistán comenzó en la década del 70 desde Bielorrusia, por entonces parte de la Unión Soviética, cuando Moscú intentaba conseguir apoyo para el gobierno procomunista de Kabul”, recuerda Mohammad Tahir, empleado del ministerio de agricultura afgano en aquel momento, en diálogo con la cadena radial norteamericana NPR. Los tractores eran tan versátiles que se utilizaron en obras viales, agricultura e incluso defensa. Por eso su demanda aumentó y los contrabandistas bielorrusos se hicieron su agosto enviando repuestos y piezas sueltas a lomo de camello. Más de cuatro décadas después, devinieron elemento clave en los campos, donde la caña de azúcar y el algodón son dos cultivos principales. También se transformaron en estandartes de la cultura pakistaní, a punto tal que se utilizan para casamientos y desfiles a modo de peculiares carrozas cubiertas de abalorios. Este estilo decorativo también es frecuente en camiones, colectivos y jeeps enjaezados como reyes, que recorren una “tierra de los puros” (tal es el significado etimológico de Pakistán). Así es cómo estos tractores abandonaron su austero estilo comunista inicial, para convertirse en modernos emperadores del capitalismo en Asia del sur.

Impensados asesinos seriales

Cuando el doctor Andy Tagg, científico en la Universidad de Melbourne, era un chico, se tragó una pieza pequeña de Lego. Y después, otra. “Fue un impulso que, por suerte, no tuvo mayores consecuencias”, diría mucho tiempo más tarde en el marco de una investigación peculiar. Y es que la experiencia en consultorios le ha demostrado que las infancias devienen comedoras seriales de estas piezas para construir juguetes, con el consecuente espanto de padres y madres. Por eso, junto a cinco colegas, hicieron un experimento: cada uno se comió una cabecita de Lego para ver cuánto tiempo tardaban en excretarla. El resultado indicó que se necesitan entre uno y tres días y que lo mejor es no asustarse ya que se digieren bien. Tampoco es recomendable abrirle la boca al niño y meter pinzas u otros objetos para intentar un rescate doméstico que sí puede tener consecuencias. “Entre los seis meses y los tres años, los niños investigan sus entornos y comen cosas sin valor nutricional”, destaca el informe publicado por The Journal of Paediatrics and Child Health en Australia. Además de los Legos, tampoco tienen aportes nutritivos otros pequeños objetos también deglutidos, donde las pilas de botón, esas que se usan en relojes pulsera, ocupan un lugar destacado. A diferencia de los Legos, las pilas sí son peligrosas ya que pueden atravesar el esófago. En cualquier caso, la recomendación es hacer una consulta médica que evaluará si son necesarias radiografías u otras medidas para garantizar el bienestar de los pequeños devoradores.

La casa de las noches azules

Tras la muerte de Joan Didion en diciembre de 2021, hubo un renovado interés en su obra pero también en su vida. Por eso a fines del año pasado, muchos de sus objetos personales fueron subastados por un total de dos millones de dólares. Ahora, su casa en el Upper East Side está en venta, según indica The New York Post, cotizada en unos siete millones y medio de dólares. Ubicada en 33 East 70th Street, Didion vivió allí hasta sus últimos días, al igual que su marido John Gregory Dunne que tuvo un paro cardíaco fulminante en 2003 y su hija Quintana Roo Dunne, que falleció tras una enfermedad compleja dos años después. La oferta, representada por Serena Boardman de Sotheby's International Realty, subraya algunos detalles de las 11 habitaciones, que incluyen elegantes pisos de madera y molduras pintadas de azul pálido, una biblioteca gigante que se encuentra junto a la sala de estar y de una cocina con electrodomésticos que seguramente Didion utilizó. También detalla las bondades de una chimenea de leña, un mini bar y un dormitorio principal cuyas ventanas dan a las vistas de la ciudad. Didion y Dunne, señala Boardman, compraron esta casa en 1988 tras el crack de Wall Street a un valor mucho menor que el actual y la consideraron su residencia principal. Si bien es bellísima y tiene valor histórico, es imposible no pensar en el aura trágica que de ella emana. Quizás esa combinación es lo que les interese a los eventuales compradores.

Elogio del teclado

Una pieza que ha sufrido pocos cambios a medida que la tecnología mejora. Con las diferencias entre mayúsculas y minúsculas, el patrón clave sigue siendo el mismo y solo se han introducido unos pocos símbolos a lo largo de las décadas. Sin embargo, el diseñador y escritor Marcin Wichary comenzó a indagar su propia fascinación histórica por los teclados y así es como le dedica un novedoso libro de 1200 páginas al tema. O más bien, dos. Es que Shift Happens cubre 150 años desde las primeras máquinas de escribir hasta los teclados pixelados en nuestros bolsillos. Todo este material fue editado en dos volúmenes, con 1300 fotos y anécdotas recogidas a lo largo de siete años, contenidas en un estuche de lujo para los amantes de los objetos artie. Entre la nostalgia por el mundo analógico y el futuro hecho de tecnologías artificiales y cripto-cosas, entre estas páginas hay objetos de culto como el teclado IBM Model M, el Underwood 5 de 1901 o el espléndido diseño que caracteriza al de la Olivetti Praxis 48. Wichary lo explica de este modo: “Es un libro sobre mecanógrafos que compiten durante las Guerras del Cambio de la década de 1880; el ganador del premio Nobel Arthur Schawlow usando un láser para construir el mejor borrador de errores tipográficos; August Dvorak, y muchos otros, tratando de destronar a QWERTY; Margaret Longley y Lenore Fenton perfeccionando la mecanografía al tacto”. Y también, agentes soviéticos escuchando las pulsaciones de teclas estadounidenses; mujeres que acuden en masa a las oficinas, ansiosas por hacer algo más que escribir; personas que aspiran a hacer el mejor teclado mecánico de hoy combinando el pasado y el futuro. Como una historia que deviene sociológica sin perder humor, el argumento de venta que el diseñador usa en su página web es convincente: “Ya sea que le gusten las máquinas de escribir antiguas, los clásicos teclados de IBM o las maravillas modernas, tendrá algo para usted. ¿Ninguna de las anteriores? Prepárese para convertirse en un nerd del teclado de todos modos, y mire una plantilla QWERTY aburrida todos los días con nuevo respeto”. Wichary ya venía tirando del hilo de Ariadna que lo lleve a secretos de pequeños grandes objetos con historia. En su página web se pueden leer textos escritos con mucho swing sobre la historia de los tubos de rayos catódicos o el modo en que las tecnologías modifican y permean el lenguaje cotidiano actual.