Hay una cronología desde la primera vez que se escuchó públicamente el nombre de Lucía Pérez que parece imposible de reponer. Lo primero es Lucía, su muerte a los 16 años por sobredosis, como dicen todos y todas lxs peritxs que actuaron en la causa. La escena siguiente, lamentable, la protagoniza la primera fiscal de instrucción, Maria Isabel Sánchez, diciendo mentiras en conferencia de prensa, reproduciendo escenas tan dolorosas que sacaron a la calle a cientos de miles en el primer Paro de Mujeres, un mojón en la historia feminista reciente. La fiscal tuvo que pedir una licencia psiquiátrica  cuando se constató, un año después, que lo que había dicho sobre la muerte de Lucía no tenía asidero, pero eso no fue tan audible. Más tarde llegó el juicio y un fallo de abolsución frente a la acusación de abuso sexual y femicidio contra los acusados -que sí fueron condenados por venta de drogas a menores-, anulado más tarde en Casación por la falta de perspectiva de género, hasta llegar al día de hoy en el que se cumplen dos semanas del segundo juicio que intenta resolver qué fue lo que pasó con la adolescente de 16 que llegó muerta a la sala de Playa Serena en Mar del Plata. 

¿Qué discusiones se mantienen a lo largo de estos 7 años? ¿Es posible hacer el intento de componer una memoria feminista en el sentido de revisar incluso estas cronologías tan robustas que implican la pérdida de la vida de una persona y el dolor de una familia?

A dos semanas de comenzado el juicio por la muerte de Lucía Pérez, en los pasillos de los Tribunales de Mar del Plata los ánimos y las conversaciones son muy variadas, pero cabe detenerse en Marta Montero, la madre de Lucía. Ella atraviesa esta cronología con un dolor inapelable. El pasado 14 de febrero en un acto por el que hubiera sido el cumpleaños de su hija dijo algunas palabras y entre ellas mencionó que las madres nunca más volvían a ser las mismas personas. Se refería a ella y a las madres que perdieron a sus hijxs, que también se acompañan unas a otras, con las remeras blancas con las fotos impresas, con un caminar pausado, con una gimnasia aprendida para moverse en las coordenadas judiciales de la manera que pueden. Para atravesar un juicio y tener que oír cómo se habla técnicamente de sus seres queridos y quebrarse, y volver a sentarse en la silla para seguir escuchando porque la opción pocas veces es no estar. Siempre con el deseo de justicia intacto.

Justicia feminista

¿Es posible que un juicio abarque todo lo relacionado a la Justicia? En ese sentido, Ileana Arduino, Coordinadora del Grupo feminismos y justicia penal plantea que “como tenemos claro que estos hechos no son excpeciones si no que se inscriben en una cierta regularidad acerca de cómo la violencia circula, quiénes la monopolizan y de qué manera se presenta y se despliega socialmente, también creo que es importante poder empezar a pensar una memoria de justicia feminista que no reivindique sólo como justicia a la intervención estatal punitiva, sino que ponga en valor otros imaginarios mas ligados a la reparación y a la autogestión de intervenciones dedicadas a construir una idea de justicia que no nos ponga siempre en esa posición de dependencia del Estado porque tiene sus límites” explica en diálogo con Las12.

El caso de Lucía impactó en los medios y en la opinión pública de una manera arrolladora, de hecho desencadenó el Primer Paro Nacional de Mujeres del que participó prácticamente la mitad del país, ya sea deteniendo sus tareas por unas horas para salir a marchar o vistiéndose de negro para que se vea el dolor por las brutalidades que según la fiscal se habían ensañado en el cuerpo de Lucía Pérez. Por múltiples razones la empatía va directo al sistema nervioso social y la reacción es instantánea.

El Paro, que tomó las calles una semana después de la muerte de Lucía, marcaba un lugar hacia donde mirar, sin que fuera el único iluminado, se trató de una salida masiva a la calle, rabiosa y multitudinaria. Una movilización que fue releída, reeditada, escrita y de vuelta a escribir, fue en los cuerpos y pensada a lo largo de estos años: fue paro feminista, transfeminista, fue lugar a donde ir a inventar cantos, donde generar pensamiento, fue también una forma de seguir haciendo crecer los 8 de marzo, los Encuentros de MLTTNB y todo lo que hace a la posibilidad de imaginarios y horizontes de transformación feminista.

En el documento presentado por el Colectivo Ni Una Menos en octubre de 2016 se señalaba: “Paramos contra los femicidios, que son el punto más alto de una trama de violencias, que anuda explotación, crueldades y odio a las formas más diversas de autonomía y vitalidad femeninas, que piensa nuestros cuerpos como cosas a usar y descartar, a romper y saquear”, entre muchos más párrafos. El caso de Lucía Perez hizo tambalear todo y no solo cuando sucedió, si no también a lo largo de todos estos años: “Fue un caso que colocó la mirada de los feminismos sobre las prácticas judiciales, fue una especie de zambullida en la brutalidad concreta con la que puede expresarse la maquinaria judicial por fuera de los análisis y los marcos teóricos y ese tipo de reflexiones”, explica Arduino.

Seguramente el daño que provocó ese anuncio de la fiscal Sánchez todavía tenga heridas abiertas desparramadas por muchos lados, ese acto sigue teniendo consecuencias hasta el día de hoy: la fiscal dijo en conferencia de prensa, a pocos días del 8 de octubre de 2016, que Lucía Pérez había fallecido producto de una agresión sexual “inhumana” provocada por un “empalamiento anal con un objeto que no es un pene, sino un palo o una botella”. En el primer jucio, la madre de Lucía dijo que la Fiscal fue quien le dijo personalmente que su hija había sido drogada, violada y que por esa violación había muerto. Que había muerto de dolor y que habían lavado su cuerpo. La Dra Carrizo, quien en primer término le practicó la autopista a Lucía, señaló en ese primer debate que jamás le transmitió tal cosa al Fiscal. La pregunta que hoy sigue titilando, aunque tenue, es por qué se sigue repitiendo el guión de la fiscal. ¿Acaso no obtura la verdad seguir buscando -en notas periodísticas, en redes sociales, incluso en declaraciones de funcionarios y funcionarias- que el cuerpo de Lucía diga lo que no dice? ¿no sería acaso un alivio para quienes la amaron saber que al menos no murió por acción del dolor, sometida hasta la muerte?

La expectativa de la pena

"Me gustaría abonar a un feminismo reflexivo en este punto, que levante el guante de la memoria feminista -dice Vanina Escales, coordinadora del Trabajo Transversal Feminista del Cels-. Este juicio es una oportunidad para preguntarnos qué es lo justo y qué es la Justicia, cómo la hacemos, qué reclamamos. Llegamos a este juicio porque en el primero no tuvimos verdad. No sólo faltó perspectiva de género, no solo no se tuvieron en cuenta las circunstancias que rodearon la muerte de Lucía, tampoco tuvimos verdad. Lucía hizo que nos movilizáramos como nunca antes, que hiciéramos una huelga y a pesar del reclamo de justicia, el poder judicial no dio una explicación coherente, verídica a la sociedad ni a su familia sobre qué pasó con Lucía. Esta instancia es central para acercarnos a la idea de lo que construimos como justicia. Justicia y verdad van de la mano, caminan juntas. Esperemos que este nuevo juicio pueda dar las respuestas que faltan", concluye Escales.

¿Encontrar a un culpable de abuso sexual gravemente ultrajante en concurso ideal con femicidio sería hacer Justicia? ¿Vale algún atenuante dado que el acusado no se retiró en ningún momento ni de la sala donde la llevó ya muerta a Lucía ni cuando hubo que buscar a sus familiares ni al día siguiente cuando lo fue a buscar la policía? ¿Se pueden formular estas preguntas?

Según Arduino una de las claves para pensar en torno al caso de Lucía Perez tiene que ver con las expectativas, que es lo que esperamos de un campo como el judicial que no ha sido pensado para tratar este tipo de conflictos. Sobre todo en tiempos de exacerbado punitivismo, en este caso tampoco se pueden perder las interpelaciones que producen otros casos recientes: “En ese punto yo creo que es importante para construir una memoria feminista identificar qué podemos defender en tanto sujetos activos de esta lucha, qué entendemos como deuda y además hacer ejercicios reflexivos de nuestras propias tácticas, estrategias, límites, y no colocarnos en una posición victimizada en donde por definición el sistema es patriarcal, por lo tanto todas las posibilidades se terminan ahí y nosotras no tendríamos ninguna chance de agencia y resistencia” concluye Arduino.

Del consentimiento no se habla

En los últimos años las discusiones en torno al consentimiento se dieron con los escraches, las denuncias en los colegios, el pico de denuncias a personajes famosos y pareciera ser necesario poder ahondar en algo que merece mucha más complejidad que un “sí” un “no” o un “no es no”.

Durante la sexta audiencia del juicio de Lucia Pérez, declaró Laurana Malacalza como experta en relación a la perspectiva de género y además se presentaron como pruebas las declaraciones de los acusados Matias Farias, Juan Pablo Offidani y Alejandro Maciel (fallecido en 2020) que realizaron en la etapa de instrucción al mando de la fiscal Sanchez, todas hechas entre 2016 y 2017. Los relatos coinciden en que Farias y Lucía se encontraron en una cita en la casa de Farias el sábado 8 de octubre a la mañana, que tuvieron relaciones sexuales, que tanto Offidani como Maciel habían ido a llevarle preservativos a Farias porque él los había pedido y que cuando llegaron se encontraron con que Lucia se había desmayado y entre los tres la llevaron a la salita suponiendo que se había pasado de drogas.

Laurana Malacalza no llegó a hablar de consentimiento en su testimonio como experta en perspectiva de género, ya que no fue preguntada. Su intervención podía discurrir sobre preguntas que nos hacemos: ¿Qué chances hay de consentir una relación sexual cuando se ha consumido tanto como para tener una sobredosis? ¿Puede una adolescente de 16 sostener su voluntad frente a un pibe de 23 que además es dealer en el barrio? ¿Borrar cualquier voluntad por parte de Lucía en su consumo y en su deseo es hacer justicia por todas las que también se sienten ultrajadas, todas las que se sienten Lucía? ¿Hay una sola sentencia a la que se puede llamar Justicia?

Según Malacalza “Hay una falacia que establece el derecho liberal que las instancias de consentimiento se dan entre iguales. Y eso no es así porque justamente hay que contemplar la instancia de dominación entre los géneros, y en el caso de Lucía, entre un varón adulto y una adolescente de 16 años y a eso sumarle que el varón pudo haberle proveído drogas. Además, no la tenemos a Lucia para contarnos qué consintió y qué no de esas prácticas”. Según Malacalza el consentimiento nunca puede ser preconcebido, es decir, que porque alguien haya tenido relaciones sexuales antes significa que después va a tener relaciones sexuales con todas las personas que quieran o que intenten tenerlas con ella. “En segundo lugar -señala-, se pueden consentir ciertas prácticas en un mismo acto y otras no, y además también el consentimiento puede ser revocado, es decir en un momento decir que no se quiere más tal o cual práctica”.

“Hay una instancia del consentimiento que la perspectiva de genero y feminista nos enseñó a problematizar, que muchas veces se da por supuesto en el derecho y es eso de que el hombre propone y la mujer dispone. Y entonces siempre recae la mirada sobre si fue consentido o no, sobre la mujer”, agrega Malacalza. Los jueces del Tribunal deberán fallar sobre todos los hechos presentados, ni la voz que nos falta ni las voces de los acusados son la única evidencia.

Memoria feminista

El Paro Nacional de Mujeres del 2016 respondía directamente a la escena montada por la fiscal Sánchez, por las características colonialistas de la crueldad descripta sobre el cuerpo de Lucía. Era octubre, más de 100 mil mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries habían viajado a Rosario para el entonces Encuentro Nacional de Mujeres. Allí la represión impactó sobre los cuerpos como balazos de goma, gases, detenciones arbitrarias; en el camino de vuelta la Gendarmería detenía vehículos en la ruta y los requisaba en busca de aerosoles cuando presumía que conductorx o pasajerxs era feministas, como objetos sospechosos de la comisión de un delito. Todo ese recorrido también pesó en la rápida organización y la masiva convocatoria al paro. Porque se entendía que la violencia es ese entramado patriarcal que es capaz de sostener sus privilegios a toda costa. Y por eso una herramienta sindical como el paro era una respuesta a un femicidio.

En el documento del 19 de octubre de 2016 se reclamaba también contra el fin de la moratoria previsional del gobierno de Mauricio Macri que recién empezaba. Una discusión sobre el trabajo no pago que significa la reproducción de la vida y que ahora mismo está dándose de nuevo, sin jubilación quienes fueron amas de casa toda su vida resultan directamente saqueadas. La violencia no es sólo una cuestión interpersonal ni es cosa solo de narcos, ni algo que sucede en los barrios vulnerados, es una red política, económica, social que captura la vitalidad y la potencia de mujeres, lesbianas, travestis y trans.

El 19 de octubre de 2016 se salió a la calle por Lucía y se cantó en la calle que el primer paro que se le hacía a Macri se lo hacían las mujeres. Se hizo visible que mientras la CGT tomaba el té con el gobierno macrista, las mujeres y disidencias tomábamos las calles. Por todo eso, Justicia para Lucía es más que una condena, es verla como una adolescente, una niña empezando a crecer y arrojada muy rápido a la violencia de lo que se espera de ella, de cómo nos convencemos que se puede ser más pilla, más fuerte, más brava; es abrazar a las adolescencias y seguir insistiendo en la ESI, en la formación en perspectiva de género en todos los ámbitos. Es reponer su historia también en la Justicia para que la vean como esa adolescente que era, con sus debilidades y sus fortalezas, con las decisiones que pudo y no pudo tomar. Es profundizar en un feminismo incómodo que sabe que no hay soluciones fáciles sino persistencia, que no pretende encender hogueras porque somos las sobrevivientes de las hogueras en las que se quemaron a nuestras ancestras. Es seguir exigiendo, demandando, construyendo las transformaciones necesarias para que la crueldad no se homologue a la idea de Justicia.