¿Qué queda de una vida cuando alguien muere? ¿Cómo leer esos restos que parecen formas sobre la arena? Preguntas que intenta responder Todo se une con la noche, la emotiva biografía sobre la poeta argentina Juana Bignozzi, escrita por Vanina Colagiovanni, que publicó la editorial Gog & Magog.

No es sólo la historia personal de la rapsoda chispeante y maldita, con quien se divierten los amigos y de la que huyen sus enemigos, sino una trama que se teje como un ensayo mestizo. Retazos de distintos géneros sobre los años sesenta, época emblemática, plena de ideales, antes de que todo se desmoronara con la dictadura.

Una voz irónica, el análisis de sus textos punzantes y los testimonios de artistas e intelectuales que la conocieron pintan un retrato polifónico, denso y atractivo. La suya es una obra edificada “con los dientes apretados y la sonrisa de quien, en secreto, sabe que está creando su propio sol”, señala Betina González en la contratapa.

“Era muy graciosa, muy irónica, muy mordaz, tenía rasgos teatrales. Uno más bien escuchaba y aprendía cómo se hablaba. Nos mandaba a leer. Yo la cargaba y decía ‘ahí viene Juana con las Radiolandia de la historia’ porque vivía trayendo la revista Todo es historia”, cuenta Beatriz Sarlo.

Con Mercedes Halfon (que la acompañó hasta el final) sostuvo un cruce intergeneracional. Juana la nombra una de sus albaceas, junto a Martín Rodríguez y Martín Gambarotta. La periodista se une a la directora Laura Citarella para plasmar su legado en el documental Los poetas visitan a Juana Bignozzi, que registra la despedida de sus pertenencias.

“Peleadora, muy ácida, bonachona pero muy jodona. Ninguno fue novio de la Juanita, no estaba para eso, no era de las ‘miranda’, las que nos miraban, ella venía con vos”, recuerda el Tata Cedrón.

Voy a la cocina y me siguen/ voy al baño y golpean la puerta/ me despiertan en la noche para preguntarme si duermo/ llaman por teléfono en todas mis ciudades para avisarme cuidado con el vino y la vida literaria/ no he perdido padre ni tíos ni ahijado ni amigos de juventud/ por no perder no he perdido ni editor ni ese hombre que ya sombra aún cuida mi paso en las esquinas/ no me han dejado caer de su mano de su vicio de su peso de mi corazón, escribe.

“Quiero que lo que diga se entienda, pero no que sea necesariamente fácil de entender. Se es poeta para trabajar con la lengua de otra manera. Tiene que haber algún misterio, algo que el poeta ve y que el público no”, señaló durante una charla pública que se realizó en el Malba.

Hija de padres anarquistas, había nacido en Saavedra en 1937 en una familia apretada por la escasez material, aunque Bignozzi sentía que pertenecía a una clase obrera aristocrática. Tenía un solo par de zapatos, en su casa había muchos libros y una vez al mes la llevaban al Teatro Colón. “De las veintidós chicas que éramos en la primaria, sólo dos fuimos al secundario”, contaba.

Deja inconclusas las carreras de Letras y Derecho, prefiere estudiar en la Alianza Francesa y en la Dante Alighieri. La emplean en el Centro Editor de América Latina. Milita en el comunismo y en el partido conoce a Juan Gelman y Andrés Rivera, con quienes comparte redacción en el diario La Hora. “La ideología es la forma de eternidad que tenemos”, dice Bignozzi. Sin embargo, su poesía no tiene la impronta del realismo socialista, no es dogma sino crítica. Educada para ser/ la magnífica militante de base de un partido/ que por no leer la historia de mi país/ se ha convertido en polvo no enamorado sino muerto.

A fines de los 50 y comienzos de los 60, integra el mítico grupo de poetas El pan duro, apadrinado por Raul Gonzalez Tuñón, que se reúne los miércoles en Callao 11, un bar con mesas de billar donde eran infaltables la literatura, el psicoanálisis y la política. Allí es la única mujer, se lee en voz alta los textos de los compañeros y las observaciones de Juana son feroces. La echan porque se burla de los versos de Atilio Castelpoggi: “me hicieron una especie de juicio moral y me dejaron afuera”. A Héctor Negro le escribe: “algún día vamos a estar en la historia de la poesía”. No se equivoca.

Mientras mis colegas escriben los grandes versos de la poesía argentina/ yo hiervo chauchas valina/señora me dijo el verdulero ni anchas ni finas pura manteca/ también me dedico a otras alegrías. Sus versos no tienen el lirismo de los de su amiga Alejandra Pizarnik. Usa la lengua coloquial, como si se sumergiera en una conversación aguda con los demás. La vida diaria se revela en textos inteligentes, irónicos, frontales, con una sintaxis transparente, sin puntuación. Polemiza con sus contemporáneos y siempre contra el poder. Anota sus poemas punzantes en libretas, boletas de luz o gas, papeles sueltos, mientras bebe vino torrontés.

Traductora y periodista, algunos de sus libros son Los límites (1960), Mujer de cierto orden (1967), Regreso a la patria (1989), La ley tu ley (2000) Si alguien tiene que ser después (2010) y Las poetas visitan a Andrea del Sarto (2014). Entre 1974 y 2004 vive en Barcelona, ciudad en la que nunca se siente a gusto. Son años de insomnio en los que la noche es su laboratorio, aunque no publica. “Cuando se pierde la utilidad llega la poesía”. Textos de Jean Genet, y Sade y Marguerite Duras se leen en castellano gracias a su tarea en editoriales españolas. De regreso en Buenos Aires, elige un departamento en un octavo piso desde el que ve la cúpula resplandeciente del Congreso sentada en un sillón con forma de trompa de elefante.

El día que dejes de decirme/por favor se habla con el subjuntivo lo has olvidado/ no se viste uno con flores y rayas / sabré que ya ha llegado el final. Fallece en el Hospital de Clínicas, luego de una breve internación, el 5 de agosto de 2015. Enferma de significación murió a unos metros de donde había nacido. Es el 45 aniversario junto a su compañero de toda la vida, Hugo Mariani.

Acechada por cultos pensadores que han confundido / la ideología con las ciencias aplicadas / la ética con el espontaneísmo / el arte con la habilidad manual / y la lucha de clases con la renovación de generaciones / veo cómo los nuevos dueños de la cultura / han destruido lo que amé y dado rostro al enemigo / pero minuto a minuto recuerdo / que no debe quebrantarse el frente interno / aunque ya ese frente sólo sean/ mi memoria y mi soledad”, escribe en Regreso a la patria.

Recibe el Premio Municipal de Poesía y el Konex por el quinquenio 1999-2003. En 2013 la Biblioteca Nacional le otorgó la Rosa de Cobre. Sin luz ¿quiénes somos?/ mis amigos pintores se levantaban al alba/ en los suburbios de Buenos Aires/ para tener lo único que necesitaban: la luz/ a algunos les sirvió/ otros quedaron en el sueño de la nada”.