Hablar de la infancia no es lo mismo que hablar como una infancia. Este logro, que implica mucho más que imitar la voz de un chico, demanda tanta sutileza en la selección de las palabras como ingenio en la urdimbre del discurso. Dentro de la cultura argentina, se me ocurre solo un ejemplo exitoso de discurso infantil construido por un adulto: el de Manuel Puig. En La traición de Rita Hayworth, leemos extensos fragmentos narrados desde la perspectiva de Toto a los seis años. El discurso de ese nene incapaz de ponerle nombre a su deseo es frenético, vacilante y para nada trivial: cuando el desconcierto le gana, Toto repone con una imaginación espléndida aquello que no puede entender. Porque hablar como un chico no es reducir el discurso a la simpleza, sino llevarlo de paseo por los relieves más insólitos.

Otro caso exitoso es el de Rogelio, la obra escrita y protagonizada por Mau Vila. Rogelio explora con ternura y asombro los episodios de una infancia marica en la provincia de Corrientes. El personaje, que salta entre escenas como quien va cayendo de un recuerdo en otro, nos invita a la intimidad de su cuarto y despliega ante nosotres toda la magia de sus dibujos, sus títeres y sus canciones acompañadas en vivo por el músico Stevie Marinaro. Completan el equipo Luca Ongarato en dirección, Sofía Moro en producción y Julián Larroza en fotografía y diseño gráfico.

La primera vez que vi Rogelio, Mau actuaba en el living de su casa. Te invitaba a pasar, te convidaba galletitas y, en ese clima de merienda, contaba la historia del nene que recibía, como una promesa de diversión, el nombre del mejor amigo de su hermano, Rogelio. Muy pronto, esa promesa iba encontrando la resistencia del crecimiento. De golpe, Rogelio tiene 16 años y se prepara para encontrarse de nuevo con un amante chaqueño que lo dobla en edad. Acto seguido, Rogelio tiene dos años y recorre el jardín asombroso de su maestra de dibujo. Poco después, con apenas diez, Rogelio debe sortear un desafío titánico en la escuela de natación. En el medio, como una pasta que aglutina las cosas, están las conversaciones de Rogelio con su amigo imaginario homónimo.

¿De qué hablan esos chicos cuando nadie los vigila a la hora de la siesta? Un Rogelio le pregunta al otro por las diferentes formas que el amor puede tomar. El desconcierto, cuando asoma, se resuelve fácilmente con conclusiones que recuerdan las formas elementales de la belleza. Si para estar con alguien solo alcanza con amarse, ¿por qué no podría casarse Rogelio con su amante chaqueño de 32 años? Si nada es tan honesto como el amor de los padres, ¿por qué su mamá apura, con una treta administrativa muy osada, el ingreso de Rogelio al jardín de infantes? Y su abuela, que toca el piano y hace los alfajorcitos de maicena más ricos del mundo, ¿por qué ya no puede verse a sí misma tan hermosa como el nieto la ve?

Los cuentos maravillosos aportan algunas respuestas. Con sus títeres y sus libros de figuras tridimensionales, Rogelio encuentra imágenes posibles para los vacíos que se abren con cada nueva experiencia de crecimiento. Entre sus revelaciones tempranas, está la elección de ser un gigante y nunca, nunca, nunca reducir su tamaño a los caprichos del amor. Esta es quizás la más luminosa de las formas que el amor toma para Rogelio, la del amor propio, que tiene la medida de sus sueños. Toda la obra puede ser leída como la prevalencia de ese amor.

Rogelio se termina en contra de nuestra voluntad. El efecto es similar al de destaparnos en las mañanas de invierno para abandonar la cama donde acabamos de soñar algo muy hermoso. Si la primera vez quise llorar, la segunda vez no pude contenerme. Ahora en la sala de Savia Espacio Cultural, Mau acababa de recrear la misma intimidad que ya me había impresionado una vez. Y como corona de la experiencia, él mismo estaba emocionado hasta las lágrimas. No es para menos: Rogelio es una obra que todo el tiempo desafía a su protagonista, cuya prueba mayor, superada con creces, es lograr con el público una complicidad como la que, en la infancia, teníamos con nuestres más formidables compañeres de aventuras.

En tono de confidencia, Mau cuenta que Rogelio nació en un tiempo de tristeza y con unas ganas inmensas de volver a actuar. Cumplió su objetivo, pero no agotó su viaje. Este domingo es la última función programada en Savia (Jufré 127). Queremos creer que muy pronto van a programarse otras más. ¿Dónde? Ya veremos. El cuarto de Rogelio nos puede sorprender detrás de cualquier puerta.