¿En qué punto de la subjetividad actual cala tan hondo el discurso de Milei? Esta es la pregunta que intelectuales y políticos no logran terminar de responder. Sin dudas, su crecimiento canaliza el profundo malestar y descontento que nos legó la pandemia, tanto como el enojo con la actual situación económica del país. Su protagonismo mediático logró correr a la derecha el discurso político, pero lo más inédito del fenómeno Milei es cómo su ofensiva contra la “casta” penetra en un punto desconocido de la subjetividad colectiva: la intolerancia a las diferencias y el sentimiento de desvalorización personal que éstas generan.

En tiempos de simetrización inconsciente de los vínculos familiares, el niño se equipara psíquicamente con el adulto, se siente un igual, por lo cual reacciona tan mal a sus órdenes e indicaciones. Crece desarrollando un fuertísimo sentimiento de injusticia frente a las diferencias, con sus padres, hermanos, amigos, que permanece en muchos adultos: ¿Por qué sos vos la autoridad? ¿Por qué tenés que decirme siempre cómo se hacen las cosas? ¿Por qué vale más tu criterio que el mío? , ¡Si vos tenés frío abrigate! Estamos en presencia de generaciones de niños, jóvenes y adultos que desde el punto de vista psíquico no han internalizado el principio de autoridad ya que en el psiquismo simétrico actual niños y adultos están a la par.

Y aparece un señor que les dice: Tus deseos son órdenes, querés dólares vas a tener dólares, tenés derecho a ser totalmente libre de cualquier condicionamiento”, “tu criterio va a ser totalmente respetado”, “vos sos la Ley”, “vos podes ser tu propia ley como él, cuyo apellido paradojalmente puede deconstruirse como “Mi-ley”. Esta propuesta engarza totalmente con rasgos de la subjetividad actual atravesadas por la simetría inconsciente (Messing, C., 2010, 2017, 2020), donde muchos sujetos librados a su arbitrio, sin jerarquía en el pensamiento, querrían imponer su propia ley.

La generación del Mayo francés y el Cordobazo en la Argentina constituyeron un salto cualitativo en el proceso de cuestionamiento del poder patriarcal y la autoridad de los padres con su consigna de “prohibido prohibir”. Esta generación que liberalizó las costumbres, permitió el acceso a una sexualidad más libre, estableció con sus hijos vínculos muchísimo más cercanos y demostrativos que generaciones anteriores y erradicó el miedo y la distancia, transmite sin embargo inconscientemente e involuntariamente a sus hijos la expulsión del principio de autoridad.

A esto se le suman las fuertes dificultades en la individuación y la necesidad de correspondencia que la simetría inconsciente provoca. Como se acabó el miedo y la distancia de antiguos modelos de crianza, cada niño merced a sus neuronas espejo copia a sus padres —valga la redundancia— como si estuviera verdaderamente frente a un espejo, al punto de que el niño cree ser un adulto, pero a la vez no termina de separarse, de individuarse. Por el contrario, cuenta con sus padres como si fuera su brazo ejecutor o su pierna que camina. Por lo cual los padres deberían adivinarlos, lograr que sean felices, anticiparse y evitar todo tipo de frustración. Pero cuando estos niños crecen, trasladan al afuera esta expectativa de correspondencia total, donde cada sujeto busca y necesita los me gusta como forma de consolidar la propia identidad, no solo como herramienta de marketing.

El sistema de redes sociales, la abundancia de creencias místicas y los algoritmos refuerzan la necesidad y la fantasía que efectivamente el mundo te puede corresponder. No hay más que abrir Google e Instagram para encontrarse con noticias y temáticas que refuerzan las propias opiniones y percepciones para creer que la correspondencia total es posible. La copia en espejo que el niño hace de sus padres se traslada al ámbito social y permanece como modelo de mundo. Por eso es tan alta la intolerancia a la frustración. El niño acostumbrado a copiar masivamente a sus padres espera y exige que ese espejo le corresponda y cuando esto no ocurre —entendiendo la falta de correspondencia como falta de amor— estalla en berrinches, enojos y espasmos.

¿Pero qué pasó con los jóvenes que crecieron bajo este nuevo paradigma psíquico, cuando aparecieron las frustraciones de la pandemia y la cuarentena vividas merced a los medios masivos de comunicación como una verdadera injuria a su libre albedrío, aunque esa “supuesta libertad” fuera para infectarse y contagiar a otros? Estos mensajes "libertarios" van calando hondo en una subjetividad preparada para la correspondencia perfecta del afuera, no para la frustración. Y luego vinieron las secuelas de la pandemia y, cuando empezamos a salir, viene la guerra y los precios se disparan y más recientemente una sequía y el nivel de frustración de las personas es aprovechado por un sujeto que proclama a los cuatro vientos que se puede ser libre de todo Estado, que uno se puede autogobernar sin necesitar ningún tipo de ayuda, que de repente podría comenzar a cobrar en dólares, no importa de cuantos dólares se trate.

Estas propuestas encajan además con otro de los efectos de la simetría inconsciente, que es la fantasía de autoabastecimiento imaginario. El niño y el joven simétrico no perciben que la ayuda y el esfuerzo de sus padres merece el agradecimiento. Simplemente porque uno no agradece a su pierna que camine o a su brazo que se mueva. Entonces todo lo que son y han logrado lo sienten por mérito propio, no porque hubo padres amorosos que lo asisten y cuidan y protegen. Entonces, de la misma manera, el Estado que es el que hizo los hospitales y aumentó las camas y los respiradores y consiguió las vacunas que transportó en aviones, no es necesario. Entonces el Estado que gestiona las escuelas, los caminos, los hospitales, el que tiene que mediar los apetitos individuales para encontrar algún orden, tiene que desaparecer para volver a la ley de la selva donde triunfa el más poderoso. La falta de reconocimiento llega a querer acabar con la educación pública, con la salud pública y transformar todo en mercancía, incluidos los seres humanos, que tendrían el derecho a vender sus órganos obviamente a los más ricos.

Pero todo este pensamiento que cala tan fuerte no sería posible si no tuviera la complicidad de los medios de comunicación para manipular a las personas y convencerlas de que su carcelero es el bueno y el que los quiere cuidar el malo. No vamos a dejar de reconocer las deficiencias de nuestros dirigentes actuales, pero eso no significa que tenemos que destruir la política sino tenemos que buscar mejores dirigentes.

Entender la fragilidad y vulnerabilidad de ciertos aspectos del psiquismo actual es indispensable para poder llegar a los jóvenes, construir un lenguaje en el que se sientan interpelados y comprendidos. Pero también significa que tenemos que ahondar y trabajar en la subjetividad actual, que dejó de agradecer a padres y maestros por lo recibido, que se siente como clavel del aire, sin raíces, ni memoria, ni historia. Tenemos que trabajar para que los hijos recuperen el apoyo emocional en sus padres, que logren volver a internalizarlos como figuras protectoras, reconstruyendo nuestros modelos de autoridad. Una autoridad que recupere su firmeza y sea a la vez empática y comunicativa, que logre incluirlos y hacerlos sentir valiosos colaboradores en la vida cotidiana, que sea sumamente respetuosa y a la vez impida cualquier tipo de maltrato en la comunicación, pero que no renuncie a sostener sus diferencias. S

Claudia Messing es presidenta de la Sociedad Argentina de Terapia Familiar (SATF), autora de Simetría entre padres e hijos (2010), ¿Por qué es tan difícil ser padres hoy? (2011), Cómo sienten y piensan los niños hoy (2017) y Terapia Vincular Familiar (2020), entre otros libros publicados por Editorial Noveduc.

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