El verano terminaba, y no parábamos de inventar cosas para que eso no sucediera.

Con la mayoría de mis amigos dejábamos de lado las zapatillas de lona y los flequillos rollingas. Una tristeza constante me venía atravesando hacía tiempo, sin terminar de entender por qué. Nuestras vidas empezaban a ser otras. La adolescencia empezaba a quedar atrás y ninguno de nosotros se daba cuenta.

Ese verano invité a mis amigos y amigas unos días a una casa que tiene mi familia en la costa, una casa que da al mar. Pasábamos los días a mate y comíamos bastante mal. Rezábamos para que no volviera a llover, ya que siempre que sucedía se filtraba agua por las ventanas y los techos, y todo se inundaba. Es una casa con muchos años, llena de historias. Una casa llena de fantasmas, que, por suerte, la presencia de mis amigos como testigos, me sirvió para confirmar que no estoy loco, que, por las noches, en esa casa, cosas raras pasan.

Nosotros ahí, sabiendo que ese verano nos teníamos que portar bien, que por cualquier pelotudez adolescente que hiciéramos, podíamos caer presos por el simple hecho de ya ser mayores de edad.

A mí, los días nublados en la costa me gustan. Parece que al 90% de las personas no. El cielo estaba medio gris, y sin embargo bajamos a la playa.

Mi amiga Maite llevaba con ella un mp3. Un aparatito horrible, que hoy en día sería hasta anti-estético para el uso común de los adolescentes. Lo maravilloso de este aparato era que entraban una infinidad de temas para escuchar, a diferencia de los cd’s que sólo entraban 15 o 20 temas. Y era tan pequeño, que era muy fácil de transportar.

Ella llevaba una recopilación eterna de temas de Soda Stereo. Cada tanto se filtraba algún tema del Pity Alvarez, para “los pibes" que estábamos ahí, todavía, con una mínima esperanza, de que ese rockero nos siguiera haciendo felices. Es más, esperábamos con ansias la concreción de ese rumor que circulaba,  que Viejas Locas se iba a volver a juntar, para tocar en vivo.

Sucedió. Tiempo después fuimos a ese recital, y algunos ni pudimos entrar del nivel de caos que hubo en la puerta. No la pasamos nada bien. Pero de eso no voy a hablar, hoy.

Fue ella, mi amiga, Maite, la dueña del mp3, la que, de un momento a otro, me dice “esto te va a gustar, es muy vos". Me puso los auriculares y puso play.

El cielo oscurecía anunciando la lluvia y nosotros con toda la intensidad propia de la adolescencia y con esas ganas de vivir, no le temíamos a nada. Nada podía salir mal. Nos quedamos contemplando el mar, esa inmensidad de agua que va y viene y que nadie puede explicar cómo, toda esa agua, llegó ahí.

El tema suena. El sonido es crudo. Una guitarra con una melodía bastante simple, arranca. Y sí, sin duda toda esa sonoridad simple y compleja a la vez, suave como una trompada bien dada, sentí que estaba hecha para mí, sin ser para mí.

¿Qué es esta voz? ¿Quiénes son estos? Este sonido de garaje ya existe en algún otro lado del mundo, pienso, pero la singularidad que suena me hace bien al alma.

La miro a mi amiga y le digo que me gusta la canción.

¿Hablará de nosotros? ¿Somos nosotros las multitudes inquietas, con su espalda rota, en los festejos de primavera?

Miro el mp3, que pasaba el nombre del tema y de la banda con una lentitud desesperante, como si las letras fueran hormigas volviendo a su cueva por el camino marcado, y voy lentamente leyendo “EL-MA-TO-A-UN-PO-LI-CI-A-MO-TO-RI-ZA-DO.

De algún lado me suena.

“¿Estos son los de La Plata, no?" le pregunto a mi amiga, y me hace gesto de que no tiene ni idea.

Mi amiga ni siquiera sabe cómo, ni por qué, el tema llego ahí.

Debe haber sido culpa del Ares.

No los conoce, pero cada vez que suena en su lista aleatoria, piensa que me lo tiene que hacer escuchar.

Yo me quedo en silencio mirando el mar. El cielo empezaba a manifestar que realmente iba a llover. El tema lo escucho entre tres o cuatro veces más. Algo me atrapa y no sé qué es.

¿Qué más hacen estos pibes? ¿De dónde salieron? ¿Quiénes son? ¡Quiero más!

Las olas iban y venían con una violencia que jamás había visto. El verano llegaba a su fin y pocos de nosotros sabíamos qué íbamos a hacer de nuestras vidas.

Algo nuevo empezaba y nadie nos avisaba.

A mis oídos llegaba “Vienen bajando", y la sonoridad de lo que empezaría a ser la banda sonora del resto de mis años.

Una banda rockera melancólica, de la cual me empezaba a sentir parte.

Se ve que no soy el único melancólico en este mundo.

Una música que me iba a acompañar en el desamor y en el amor, en los viajes en colectivos por las noches porteñas, en los aviones de la vida de giras teatrales, en las despedidas y en las bienvenidas.

Esa banda iba a ser la que iba a ir a ver repetidas veces para volver a sentir que me corre sangre por el cuerpo, una música que me haría más llevaderos los días, que inundaría de música la casa en la que vivimos en Boedo.

Una banda que me acompañaría en las caminatas largas en pandemia, en solitario, yendo a lo de mis viejos, mientras mi vieja se enfermaba.

Una música que me acompañaría en las ausencias, en esas despedidas trágicas que nos da la vida sin querer. “Cuidarte siempre a vos en la derrota", sería la última melodía que le cante, con mi hermano Agustín, a mi vieja, en su último respiro… tarareando juntos con guitarra criolla, en la casa de Caballito.

Y en ese instante de verano, esa primera vez, ni lo sabía, ni lo imaginaba.

Si alguien me hubiera dicho en ese momento que esa banda iba a ser todo eso (entre otras tantas cosas) no le hubiera creído.

Pero ahí, una vez más, las amigas y los amigos, abriendo puertas hacia lo desconocido. Sin querer, sin pensar, sin plan. Un verdadero accidente. Los únicos accidentes bellos que tiene la vida.

Eso… la amistad.

Y eso es El Mató.

Eso. Una compañía… que te ayuda a seguir más o menos bien.

Una calma caótica con distorsión y sintetizador. Eso. Un sonido que llena un vacío existencial.

Juan Tupac Soler es actor, egresado de la carrera Formación del Actor de la EMAD. Dentro de la misma se formó en el área de actuación con docentes como Ciro Zorzoli, Guillermo Cacace, Diego Velazquez, Paola Barrientos, entre otros. Un tren chocó contra otro tren, con dramaturgia y dirección suya se puede ver los viernes a las 22:30 en Casa Teatro Estudio (Guardia Vieja 4257).