Al principio fue un accidente. O eso es de lo que se enteró Sofía Caravelos Swica más tarde, a los 13 años. Uno, dos, tres… Ya está... ¡que vuelvan! Ahora sí. A soplar las velitas. La escena se repite con cada torta. La de Heidi. La de chocolate con colores... La que sólo tenía las velitas de los 8 años. Ausencia renovada en cada confirmación de que el regreso, no sucedía. De que los automóviles vistos desde el micro al volver de la escuela no anunciaban nada. Solo estaban allí, parados frente a la puerta de lo de su abuela Anna.

Al principio o a los 13 años, Sofía escuchó hablar a los adultos de unos "cuerpos" encontrados en un lugar que ella no conocía, aunque intuyó que se trataba de sus padres reducidos en la conversación a: cuerpos hallados tras un accidente de autos.  Eso fue un 21 de julio de 1978, a las 4:30 de la mañana. Figuraron como NN en el expediente judicial, y eran los de sus padres Lucía Swica y Jorge Caravelos. Ambos militantes revolucionarios de FAL (Frente Argentino de la Liberación). Su desaparición denunciada el 18 de mayo, en un habeas corpus presentado y rechazado por el mismo juez platense, Carlos Mayón, que luego colocara para siempre la carátula de NN.

El parte policial hablaba de dos cuerpos arrasados por el fuego el 21 de julio de 1978. Mutilados tras un accidente de tránsito. Un vehículo Fiat 125 -que había sido robado un día antes- en llamas, a la vera de la ruta provincial 53, a la altura de Florencio Varela. En los alrededores, y a salvo del fuego, fueron encontrados un carnet de conducir a nombre de Jorge Caravelos, y como detalle: un par de anteojos y un mocasín.

Por la evidencia, era lógico que el habeas corpus que Mayon tenía en su despacho coincidía con el habeas corpus que él había rechazado con costas. Pero en esa lógica de la banalidad del mal represora, a solo tres días del hallazgo, la firma del juez en lo criminal platense, dispuso la extinción de la acción penal en la causa "que se le siguiera a NN masculino o Caravello Jorge por homicidio culposo del que resultara víctima NN femenino en la localidad de Florencio. Varela.” (Sic).  Es decir, para el silogismo de un asesino de escritorios, el NN masculino había sido responsable de la muerte de la NN mujer, por accidente. Y así mandó a que quede fosilizado como carátula en aquel expediente fraguado, y en dos tumbas sin identificar por muchos años en el cementerio de Florencio Varela. Todo, hasta que Sofía Caravelos, ya abogada treinta años después entra en escena y desentierra la verdad. 

En la investigación posterior, Sofía va armando el rompecabezas, descubre que el 18 de mayo su mamá salió de Berisso para tomar el micro a La Plata. Se va a encontrar con Jorge, que la noche anterior, no había dormido en su casa. El encuentro es en la esquina de 6 y 45. Frente a la famosa librería de Emilio Pernas. Van a un bar. Toman un café. Discuten. Se pelean y de pronto suben la voz. Salen del bar, siguen discutiendo. Tienen la mala suerte de que el movimiento llama la atención de la policía que pasaba. Los levantan. Según testimonios posteriores, ambos fueron vistos en el centro clandestino de detención conocido como La Cacha (ubicado en la localidad de Olmos) y más tarde trasladado el 19 de junio a la comisaría 8va de La Plata.

De la reconstrucción surge que tanto la fecha de ingreso como la de egreso de esa dependencia -20 de julio de 1978- fueron informadas entonces al juez por el comisario a cargo de la Unidad Regional La Plata, Juan Fiorillo, quien falleció hace ya una década mientras estaba detenido con prisión domiciliaria en la causa por los crímenes en otra comisaría platense, la 5ta, entre los que está la desaparición y apropiación de Clara Anahí Teruggi Mariani. Todo esto lo sabía Carlos Mayón, el ex juez y actual titular de Derecho Constitucional de la Facultad de derecho de la UNLP, quien ocultó y avaló un accidente fraguado por la policía tras un asesinato, y luego inhumó los cuerpos como NN en un cementerio, culpando al padre del (falso) homicidio de la madre.  

El tiempo que baraja el peso de la ausencia, el gramaje del dolor es esa incertidumbre cotidiana entre los vivos y el peso de los muertos. Los hijos, como Sofía buscan y buscan, y su justicia es tan titánica en su desenfreno, como poética. Pues el expediente judicial quedó allí, archivado. En su memoria burocrática sigue figurando: Jorge Caravelos autor de la muerte de Lucía Swica. Esta patraña burocrática es el mal de archivo, el deshonor de la memoria obliterada por los verdugos vencedores hecha palabra, sobre piras de papeles judiciales. Es así como Sofía, abogada o detective (salvaje) de su historia, desarchiva, pliega y repliega hasta que devuelve a la memoria de los suyos y del pueblo un sentido de las víctimas, su destino. Trae tranquilidad a los fantasmas. Primero el rescate e identificación de los cuerpos a través del equipo de antropología forense exhuma y da nuevo entierro de Lucía y Jorge, junto al amor de sus hijos, familiares, militantes y amigos. Los restos siguen juntos, abrazados. Una lápida del cementerio de La Plata recuerda a Jorge y a Lucía con sus nombres completos, y dice: víctimas de desaparición forzada.

La segunda lucha de Sofía es hoy: declarar nulo el expediente fosilizado por el lenguaje del verdugo, encubriendo el asesinato por un accidente fraguado en el que Jorge mata a Lucía en el accidente. Los fiscales federales Juan Nogueira y Marcelo Molina hace pocos días solicitaron la declaración de nulidad de “la cosa juzgada írrita” del expediente mandado al archivo por el entonces juez Mayón, quien a tono con la Corte Suprema y los vientos que corren, departe sus clases arengando que el derecho internacional de los derechos humanos no es vinculante para la jurisdicción local. El señor Mayón, jubilado vecino de la ciudad de La Plata, espera, como los cómplices civiles, que tarde o temprano redoblen sus campanas.

Alguna vez Sofía me contó que su obsesión es saber que pensaron Lucía y Jorge antes de recibir el tiro final. Entonces se los imagina con el puño levantado, a la luz de los faros. Seguramente ese grito en silencio, no los hace sentir tan solos en ese descampado camino a Florencio Varela. Levantar el puño y gritar, me dice Sofía... Y putear. Aunque las manos sigan detrás, en la espalda. Aunque la lengua estuviera seca. Gritar con la garganta y el puño izquierdo bien arriba, apretado, hasta sentir por fin, ese pesado golpe un poco más arriba de la nuca.

* Abogado