Uno de los cambios que trajo aparejada la nueva vida en la sociedad moderna es la manera en que se manifiestan los vínculos entre las familias. En esta situación influyeron notoriamente las nuevas tecnologías de la comunicación, que modificaron la manera de hablar con el Otro, incluso en una misma vivienda. Ya no se puede conceptualizar la intimidad de la familia del mismo modo que cuando no existían las redes sociales. La intimidad familiar se vio vulnerada en este terreno. Todos estos temas son motivo de consultas para los analistas. Y también se amplió el concepto propio de familia: las hay ensambladas, ampliadas, monoparentales, homoparentales. Los cambios que trajo el siglo XXI ya se notan en el tejido social y esta enumeración de modificaciones es el emergente de la sociedad moderna que no es ni mejor ni peor que la de otros tiempos sino simplemente diferente. El VIII Encuentro Americano de Psicoanálisis de la Orientación Lacaniana (Enapol), que se desarrollará el 14 y el 15 de septiembre, abordará el tema de la familia en toda su dimensión. “Asuntos de familia. Sus enredos en la práctica”, es el lema de este encuentro que reunirá a más de 2500 profesionales de toda América latina (ver recuadro). Sus directoras son las psicoanalistas Alejandra Glaze y Viviana Mozzi, quienes hablan en esta entrevista sobre si todos los cambios que trajeron las nuevas prácticas sociales llevaron a repensar la práctica del psicoanálisis.

–Una de las características de esta época es que la noción o el significado de familia se modificó no sólo desde lo que ocurre a nivel parental y social sino también a nivel legal como, por ejemplo, la noción de familia que plantea la Ley de Matrimonio Igualitario. ¿Cómo analizan desde el psicoanálisis el concepto de familia en esta época?

Viviana Mozzi: –Efectivamente hay una definición de familia tal como se venía manejando desde la antropología, la sociología, etcétera, que cambió radicalmente. Ya no es la definición de familia que se esperaba hasta ese momento, pero desde el psicoanálisis podríamos decir que la familia no se considera algo natural. Ya no coincidía la concepción de familia del psicoanálisis con la que uno podría considerar la definición tradicional de familia. Por lo tanto, es cierto que los nudos familiares han cambiado (homoparentales, hétero). “Los míos, los tuyos y los nuestros” ya es algo antiguo. Ahora, las familias son muy diferentes. Y eso significa cierto aggiornamiento del psicoanálisis. Pero hay una dirección que, en verdad no varía. Si lo pudiera decir de algún modo, el psicoanálisis siempre fue contra la desfamiliarización.

–¿En qué sentido?

V. M.: –Si uno entiende que los asuntos de familia son los modos absolutamente contingentes en que cada uno se construye una familia, la familia siempre fundada sobre secretos, desencuentros o malos entendidos y el asunto de familia como el mito que cubre eso, el psicoanálisis apunta a deconstruir ese mito que uno se inventa. Ahí, si la familia es homoparental, hétero, seguramente habrá algunas variaciones en la presentación, pero no creo que en la dirección a la que apunta el psicoanálisis.

Alejandra Glaze: – Por otro lado, el concepto de familia tiene sus bemoles en la época en relación directa a la declinación del Nombre del Padre, a la declinación de la figura del padre. Pasamos de un padre de la época victoriana, por ejemplo, que era el padre prohibidor, el que decía que no, el que normativizaba los modos de goce, a un padre de la época absolutamente caído. Está más barrado que nunca o más consistente que nunca, dos modalidades que no llegan a ser un padre porque un padre tendría que ser aquel que dice que no pero que también dice que sí; es decir, que deja pasar algo de lo que en psicoanálisis llamamos lo más singular del sujeto y que pareciera una dificultad. O todo sí o todo no. 

–Sin términos relativos...

A. G.: –Nos encontramos con todas las variabilidades diagnósticas que puede cubrir ese abanico. Esto también influye en el concepto de padre y en el de familia, en relación a la declinación del Nombre del padre. Y del padre, en definitiva, que es un padre humillado. No es un padre de la época victoriana con el que Freud empezó el psicoanálisis. 

–Desde otras perspectivas, la familia se visualiza como “lo natural”, pero para el psicoanálisis, ¿la familia es ante todo una relación simbólica?

V. M.: –Sí, pero que también incluye cuestiones imaginarias y reales. En algunas entrevistas con colegas decíamos que, en realidad, los enredos ya están desde el lazo de dos personas. Después, están los enredos de dos personas que tienen hijos, las relaciones con los hijos...

A. G.: –Uno podría decir que el niño llega al enredo.

V. M.: –Y que no es natural la relación ni siquiera entre dos que hacen de pareja. Ahí ya tampoco hay nada de natural para el psicoanálisis. Si bien Freud estaba más sostenido en el padre victoriano, uno después, entrelíneas en los últimos textos freudianos, puede empezar a encontrar pistas que él deja para decir que esa matriz que armó, la del Edipo, sobre la que se funda la familia, habría que ver cómo atravesarla, que se puede hacer algo más allá de esa matriz que es edípica.

A. G.: –La particularidad de la época en relación a la familia es que los sujetos muchas veces llegan a análisis diciendo: “Yo no quiero hablar de mi familia, no va por ahí la cosa”. Como que, en un punto, se niegan. Está el famoso dicho “Yo no quiero empezar con lo que pasó cuando tenía dos años”. Y siempre, indefectiblemente terminan hablando de la familia. Es como inevitable que esto ocurra.

–En el inconsciente no hay negación...

A. G.: –Lo que pasa es que el inconsciente es la familia, en un punto. Dicho esto en el sentido que el sujeto fue determinado. Y determinado en el sentido más sencillo del término: llegó a ese enredo, tiene que arreglárselas con ese enredo. Algo tiene que hacer con eso. Y muchas veces en el análisis se trata de ver qué solución encuentra para ese enredo, teniendo en cuenta su singularidad, su goce singular y de qué manera puede darse lugar a eso singular del sujeto, más allá de los enredos de familia.

–¿Por qué Lacan dice que somos hablados por nuestra familia?

V. M.: –Porque los significantes o las palabras siempre se reciben por parte del Otro. Eso es así y ahí quedan las marcas absolutamente contingentes con las que cada uno se arma. Pero los significantes o las palabras siempre vienen del Otro. Uno es marcado por el significante a partir del Otro. Aunque sea paradójico, tal vez la idea sería ver cómo inventarse uno singular. Y para eso hay que desarmar los significantes que uno recibe del Otro, con los que uno se arma una trama, que es algo absolutamente válido. Pero el análisis apunta a desarmar esa red para encontrar ese significante más singular o inventar un significante nuevo que le toque a uno en lo singular. 

A. G.: –Se puede seguir a Miller cuando dice que invita a no conformarse por ser hablado por la familia. Un análisis seguiría ese camino, y poder inventar algún tipo de idioma para decirlo que sea por fuera del idioma familiar. A veces, es lo más difícil para un sujeto poder hablarse desde otro lugar que no sea eso familiar que lo habla él mismo. 

–¿Se podría decir que el asunto de familia es el tema más abordado en el diván?

V. M.: –Me parece que es inevitable, que uno pasa por los asuntos de familia. Y a esa familia no hay que entenderla como papá, mamá y niños. Esa familia puede estar conformada en el modo singular que cada uno la armó, pero sí son los asuntos de familia. Temas que se van a ver en el Enapol como, por ejemplo, cómo irrumpen en la familia la tecnología, las tecnociencias, la reproducción asistida, todo eso tiene efectos y va a tener efectos en los modos de constitución subjetivas, pero serán otros modos de familias pensadas como lazos entre sujetos y no como familia tradicional. Son otros modos de presentación, pero también van a armar enredos de familia.

–¿Cómo es el trabajo para que los asuntos de familia que se alojan en el inconsciente de un individuo sean conscientes?

A. G.: –No sé si se trata de que sean conscientes. Más bien se trata de un desembrollarse en relación al goce. Una manera de desembrollarse de eso que viene del Otro y que determina la existencia de uno. Es ver de qué modo uno arma su ser en el mundo a partir del Otro, y poder en un análisis nombrarse a partir de uno, a partir de lo que puede armar con eso, como algo muy singular. Esa es la apuesta de un análisis.

V. M.: –Si uno se queda con hacer consciente lo inconsciente se queda con la primera versión con la que Freud construyó el psicoanálisis, La interpretación de los sueños, su gran avance. Ahora, si uno continúa, en realidad empieza a hablar de un inconsciente que no tiene nada que ver con hacer consciente lo inconsciente, que es lo que podríamos ubicar como el goce, el ello freudiano. Pero ahí hay algo que no tiene que ver con el trabajo de hacer consciente lo inconsciente. No va a ser sin pasar por eso (por hacer consciente lo inconsciente), pero el analista apunta a otro lugar. El psicoanálisis abarca un poco más.

–¿Cómo se ve afectada la familia en torno a las nuevas significaciones de la intimidad o del borde cada vez más difuso entre lo público y lo privado que se genera a través de las redes sociales, por ejemplo?

A. G.: –Tenemos un primer problema en la adolescencia con eso. Uno podría decir que la referencia precisa son los padres. Toman de los padres esas referencias que los ubican en el mundo. Hoy podríamos decir que van a la computadora, que la pantalla es aquello donde los niños se enteran de millones de cosas que los padres ni saben. Uno lo ve en el consultorio: padres que vienen tomados y preocupados por los saberes de los niños, porque saben cosas que ellos no. Y hay un efecto que esto genera en los niños y en los padres porque, en un punto, pierden cierta consistencia en relación al saber y cierta autoridad a ser el lugar del saber. Esto también tiene que ver con la declinación del padre que hablábamos antes y con la nueva modalidad en que los jóvenes se manejan en el mundo. Hoy tienen un saber que los padres seguramente no tienen. Seguramente les faltan otros que tienen que constituir y construir, y a veces se creen que con saber eso ya está. Pero hay algo donde las pantallas también les quitan cierta autoridad a los padres.

V. M.: –Está también esta línea que se empieza a desdibujar entre lo íntimo y lo privado. La pregnancia de la mirada me parece fuertísima en esta época. Hay que ver qué efectos va tener esto sobre cada sujeto, siempre pensando que esos efectos no son peores que los que había cuando la familia era la que define la sociología. Simplemente son efectos diferentes que la clínica irá aggiornándose para escuchar a esos sujetos de otra manera, pero la orientación del psicoanálisis lacaniano es la misma. 

A. G.: –No podemos pensar en una nueva clínica. Pensarlo como una nueva clínica es lo que lleva a callejones sin salida.

–La llegada de la adolescencia y la necesidad de pertenencia a “tribus urbanas” por parte de los jóvenes, ¿qué tipo de enredos de familia puede traer aparejados?

V. M.: –Múltiples. Funcionan a modo de lugares de identificación, lugares donde los adolescentes pueden ser alojados. Ahora, pueden ser tribus urbanas, que se nombran de diferentes maneras, pero en mi época eran los “rollinga”, por ejemplo. Cada uno también armaba una pequeña tribu con lazos identificatorios. 

A. G.: –Uno podría decir que la diferencia que hay con los adolescentes o con el modo de constitución de la adolescencia es que antes eran grandes tribus. Ahora, me parece que va más por otro lado. Si bien hay tribus urbanas y todas estas cuestiones, están más en conexión con el goce. Nosotros los llamamos modos de goce. Pero también hay toda una serie que yo he trabajado antes en esta cuestión de no identificarse justamente con ningún movimiento ni ninguna tribu. Entonces, por ejemplo, teníamos unos jóvenes en Estados Unidos que habían decidido vestirse con pollera y camisa de hombre. Y lo que ellos decían era que no querían ser identificados ni como hombres ni como mujeres. No querían entrar dentro de ninguna categoría de género. Obviamente eso hace serie. Atrás de eso aparecieron “los que no querían”. Pero hay algo donde se evita la determinación del Otro, donde hay un intento –casi siempre fallido porque no es una manera de fácil de hacerlo– de evitar lo que viene como imposición del Otro. Y hoy pareciera que están las puertas más abiertas para que, sobre todo los adolescentes, hagan un intento –muchas veces fallido– por no identificarse a los ideales, a los goces que vienen del mundo que los rodea. Y muchas veces esto produce efectos complicados. El intento por desembarazarse de eso, a veces es una solución pero, a veces, no lo es.

–¿Creen que los cambios tecnológicos vinculados a la comunicación terminan por distanciar a las familias que viven en una misma vivienda?

A. G.: –Hay algo de eso, algo del autismo de la pantalla. Prolifera un poco esto de estar a solas con la pantalla, de que ahí se encuentra todo lo que uno busca y no necesita demasiado. Es la escena típica de todos sentados a la mesa mirando el celular. De todos modos, me parece que no hay que hacer de eso una demonización. Tiene sus cuestiones.

V. M.: –Eso me parece importante. Hay lógicas distintas para cómo se van a construir los sujetos y veremos cuál es el pathos, cómo se presenta, pero no pensar porque si no entraríamos en la nostalgia de la época antigua de “la familia con el padre…”. No se trata de eso. Sí se arman nuevas modalidades con nuevas consecuencias. Eso es seguro. Y algunas son mejores y otras peores. 

–¿Cómo analizan la relación entre la familia y las instituciones educativas en la actualidad? ¿Qué es lo que pueden visualizar desde la óptica psicoanalítica en cuanto a los cambios?

A. G.: –La caída de la autoridad, lo que hablábamos al principio. Hoy las escuelas no tienen autoridad.

V. M.: –Los hechos de violencia de los padres golpeando a los maestros son un ejemplo.

A. G.: –Es paralelo a la caída de la autoridad de los maestros en relación a los padres porque antes un padre no se animaba a desautorizar a una maestra y ahora es lo más “normal” del planeta y ocurre todo el tiempo. Pero tiene que ver con esta caída del padre, de la autoridad. Cuando hablamos de la caída del padre estamos hablando de cierto modo de la caída de la autoridad, de un Otro, de la caída de algo que indique cierto modo de hacer las cosas, fallido o no.

–¿Creen que la violencia familiar es un síntoma de época?

V. M.: –Sí, claramente. Me parece que hay algo de esto último que venía diciendo Alejandra: de cierta caída de un marco que organizaba la sociedad de un modo particular que hace que los sujetos queden mucho más confrontados a nivel imaginario. Y eso implica violencia. La dualidad siempre es violencia. Podríamos decir que el padre hasta funcionaba como un tercero que legalizaba el campo del deseo, del goce. La declinación del padre tiene a la violencia como uno de los efectos.