El Museo de Arte Oriental y Occidental de Kiev (Ucrania), exhibe un cuadro que data del siglo VII y que muestra a dos varones que se unen en matrimonio. En medio de ellos, aparece la figura de Cristo representado en la posición tradicional que los romanos llamaban pronubus, es decir, el que oficia de padrino de boda. Los “novios” eran Sergio y Baco, soldados romanos convertidos en mártires por entregar sus vidas para defender el cristianismo.

A partir de éste y otros documentos pictóricos, literarios y decenas de testimonios escritos hallados en los propios archivos del Vaticano, el prestigioso investigador e historiador John Boswell (1947-1994) concluyó que, durante la Europa precapitalista la Iglesia católica llegó a celebrar ceremonias litúrgicas entre personas del mismo sexo. En sus controvertidos y ejemplares libros Cristianismo, tolerancia y homosexualidad. Los gays en Europa occidental desde el comienzo de la Era Cristiana hasta el siglo XIV (1980) y Las bodas de la semejanza. Uniones entre personas del mismo sexo en la Europa premoderna (1994), Boswell postula que, lejos de las creencias y los sentidos comunes que han prevalecido, durante la mayor parte de la Edad Media la homosexualidad no fue perseguida ni condenada por el cristianismo. Por el contrario, las amistades particulares o románticas masculinas, las pasiones intensas entre varones, los amores viriles leales hasta la muerte, en ocasiones  eran percibidas como formas de acercarse a Dios.

En ese contexto, Sergio y Baco, así como otros soldados tales como Polieucto y Nearco se habrían unido bajo un ritual religioso conocido como “adelphopoiesis” (en griego “hacer o crear hermanos”). Ese ritual entre cristianos/as del mismo sexo tenía lugar en la Iglesia, pero no contaba con la participación de los sacerdotes. Los contrayentes juraban sobre el altar y anunciaban su hermandad eterna ante la comunidad en el atrio.

La declaración aprobada por el Papa Francisco y difundida esta semana en el Vaticano que lleva el titulo de “Fiducia supplicans” (pidiendo confianza) mediante la cual la Iglesia Católica habilita la posibilidad de bendecir a parejas compuestas por personas del mismo sexo parece tener reminiscencias de aquel ritual medieval. Tal como la “adelphopoiesis” que hermanaba, pero no habilitaba la unión carnal o concupiscencia, la doctrina de la Iglesia se mantiene firme en no darle a estas bendiciones el estatus que se le confiere a los matrimonios heterosexuales y en considerar solo lícitas las relaciones sexuales entre varones y mujeres dentro del sacramento del matrimonio. 

A su vez, así como los románticos relatos de soldados y monjes medievales bendecidos por la Iglesia que morían juntos víctimas de la persecución romana oficiaban como propaganda para los descendientes que quisieran abrazar la naciente religión; esta concesión de “bendición” sacerdotal puede ser instrumento para recuperar creyentes o descreídos de la Iglesia -que se cuentan por millones- frente a la intolerancia que imperó en la institución eclesiástica durante las últimas décadas.

A pesar de eso, sin dudas esta decisión constituye un salto cualitativo en relación con la postura tradicional de la Iglesia y representará un alivio espiritual para varones y mujeres gays creyentes. Al mismo tiempo, el documento emitido por la Congregación para la Doctrina de la fe va en concordancia con las manifestaciones discursivas, expresiones pastorales y declaraciones públicas del Papa Francisco de los últimos años que incitaban a alojar en la Iglesia a las personas homosexuales. En relación con ello, en febrero de 2015, el Papa había discurseado ante los nobeles cardenales que “para Jesús, lo que cuenta por encima de todo es alcanzar y salvar a los alejados”.

Yendo más lejos que el Papa se puede afirmar que no hay en todo el mensaje de Jesús ninguna condena abierta al amor entre varones. Muy por el contrario, Jesús tuvo a Juan como su “discípulo amado” y en tanto Cristo realiza el milagro de sanar al moribundo muchacho de un centurión, tan solo porque éste dice que lo amaba. A su vez, el Antiguo Testamento narra dos bellas historias de amor homosexuales; la de David y Jonatan (“Tu amor me era más preciado que el amor de las mujeres”) y la de Rut y Noemí.

La esperanza mayor depositada en la decisión papal es que nunca se puede saber el alcance de ciertas conquistas cuando se llevan a la práctica. Sin ir mas lejos, en ciertos aspectos la “adelphopoiesis” resultó más radical que el matrimonio heterosexual en nuestros días. Por un lado, creó dos íconos políticos gays perdurables: san Sergio y san Baco que además, soldados al fin, se metamorfosearon en objeto de fantasías eróticas de generaciones. 

Por el otro lado, la consigna nupcial “hasta que la muerte nos separe” se subvirtió porque el juramento de la "adelphoiesis" preveía una fosa común para los" hermanos". En ese sentido, los cementerios británicos son testigos de decenas de tumbas medievales de varones que se amaron y fueron enterrados juntos. "Romeos y Romeos", "Abelardos y Abelardos", en cuyas lápidas pueden leerse inscripciones de amor eterno.