En lo que se conoce como la gesta de la patria -pleno virreinato- una laica, vestida con ropa de varón (el hábito jesuita), lideró un movimiento religioso que se volvió masivo en un momento en el que las mujeres, no leían ni escribían y les estaba vedada casi cualquier participación puertas afuera. Además, según constatan sus biógrafos, María Antonia Paz y Figueroa (1730-1799) aportó al caldo de un espíritu de época, el independentista, de los próceres de mayo de 1810, como Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga y hasta el Virrey Santiago de Liniers. Pero no sólo eso: la primera santa argentina criticó la esclavitud, la segregación racial, la violencia, desigualdad de género y de clase. Se opuso a los mandatos que recaían sobre las mujeres de su época y amparó a putas, lesbianas, adolescentes embarazadas, “hijos naturales”, madres solteras. Su consagración ya tiene fecha: el 11 de febrero.

Venía de una familia de descendientes de conquistadores y pudo acceder a la educación como privilegio en tanto hija de una familia acomodada. Rechazó un matrimonio arreglado, así como el convento, e hizo un voto personal y privado de pobreza y castidad. "Ella quería ayudar, servir a un sector de la sociedad desposeído y olvidado, pero no como monja. De hecho, no hace voto de obediencia, sí de castidad y de pobreza, pero no de obediencia en ninguna orden", ha dicho su biógrafa Cintia Suárez.

Descalza

Había sido acusada de bruja, de loca, de borracha, de fanática. Y seguramente Mamá Antula era en el fondo, si no necesariamente un peligro, la envidia de otros representantes, más corporativos, del más allá en el más acá: hubieran querido tener la convocatoria de los oficios que organizaba en espacios clandestinos. Durante el pico de su popularidad, en las casas particulares prestadas o alquiladas en las que llevaba adelante sus ejercicios espirituales aún sin presupuesto, ni techo, ni permiso, llegaban a reunirse hasta setenta mil personas, entre las que se incluyeron muchos de los hombres y mujeres que participaban del movimiento independentista.

Fue ella la responsable de traer a Argentina la imagen del Patrono del Pan y el Trabajo, San Cayetano. Durante su juventud trabajó junto a los jesuitas, y cuando estos fueron expulsados del Virreinato empezó un peregrinaje que la llevó a recorrer a pie varias provincias para difundir los ejercicios ignacianos

Francisco es devoto de Mama Antula: cuando era arzobispo de la Ciudad solía nombrarla y tener presentes sus homilías y desde que asumió Papa propuso declararla beata. Su beatificación se concretó finalmente en agosto de 2016 y ahora es considerada la primera santa argentina, tras haber cumplido con el “mínimo de milagro comprobable” para entrar en la evaluación del Vaticano.

En su biografía novelada Descalza, las autoras Nunzia Locatelli, Cintia Suárez y Gisela García ponen una anécdota en la voz de una María Antonia de no más de diez años sobre cómo solía escaparse constantemente de su casa en Santiago del Estero. Después de ver cómo su padre golpeaba a un esclavo, “a la noche, cuando toda la familia estaba reunida para cenar, mi mamá se levantó a buscar la sopa. Mientras caminaba su sangre andaluza le pidió un tango flamenco. Al tararearlo empezó a mover el cuerpo. La música se lo pedía, a mi padre se le fue transformando la cara. Los puños, cerrados. La mirada, temible. Al servirle la sopa, él la tiró por el piso. Y golpeando una silla se fue sin palabras. Entonces también yo me fui”.

Misiones posibles

Desde 1775 hasta 1779, recorrió las ciudades, pueblos y desiertos acompañada por mujeres indígenas y algunas veces por señoras que querían seguirla. Cuando llegó a Buenos Aires ya era conocida: había recorrido el territorio de las actuales provincias de Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca, La Rioja y Córdoba. Pero la consagración se le hizo esquiva en territorio porteño. El Arzobispo y el Virrey ninguneaban a esta religiosa que desde muy joven se había negado a elegir entre los dos caminos de supervivencia que el siglo XVIII tenía para las mujeres de su peldaño de la escala social: madre o monja. Pero ni los insultos, ni los piedrazos, que recibió al entrar a la ciudad la habían hecho recular. 

Su prestigio creció y en poco tiempo ya era, sotto voce, el oráculo que consultaban los porteños, quienes ponían a circular escenas de religiosidad popular en las que Mamá Antula aparecía multiplicando la comida, transformando el agua en vino y hasta cocinando bajo la lluvia sin mojarse.

En 1779, en una de las tantas veces en las que a lo largo de nueves meses se presentó ante el Obispo y el Virrey para insistir con que la autorizaran a abrir una de sus casas de retiros espirituales, la máxima autoridad de la ciudad justificó una nueva negativa diciendo que la propuesta “olía a jesuitas”. A lo que Mamá Antula, respondió: “peor huele usted”. Fue tal la confusión que provocó su insolencia que Virrey terminó ahí mismo por firmar el permiso. Así, lo de Mama Antula se volvió casi un boom espiritual, y construyó uno de los edificios más antiguos de la ciudad: la Santa Casa de Ejercicios (de 1784), aún en funcionamiento en la Avenida Independencia.