Ocurre con bastante frecuencia: cierta película obtiene un galardón importante en un festival de cine ídem y de pronto se transforma en la favorita en cuanta entrega de premios se le ponga por delante, más allá de sus valores o deméritos cinematográficos. Son las reglas del juego y ese parece ser el caso del cuarto largometraje de la francesa Justine Triet, que luego de quedarse con la Palma de Oro en la última edición del Festival de Cannes viene coleccionando estatuillas entregadas por la industria del cine y aledaños en los Estados Unidos y el resto del mundo. A tal punto que los dos Globos de Oro obtenidos hace un par de semanas, el correspondiente a la Mejor Película de Habla No Inglesa (aunque los personajes hablan bastante el inglés) y el de Mejor Guion, anticipan una presencia segura en alguna categoría relevante de los Oscar, aunque definitivamente no en la sección internacional. Las justificaciones de ese faltazo se han discutido extensivamente en los medios, y entre ellas se acepta como la más lógica el hecho de no estar hablada mayoritariamente en idioma francés. Es posible que por esa misma razón la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de ese país decidió enviar como emisaria a Hollywood a A fuego lento, del cineasta franco-vietnamita Tran Anh Hung, aunque a juzgar por la imparable carrera del film de Triet, el arrepentimiento debe rondar la cabeza de los electores como un dolor punzante y continuo. Aunque tal vez la verdadera razón por la cual Anatomía de una caída no se convirtió en la embajadora francesa no esté relacionada con los múltiples idiomas de la pista de audio sino con el discurso que la realizadora ofreció al aceptar la Palma de Oro, una encendida diatriba contra los recortes en el área cultural del gobierno de Emmanuel Macron. “Este año Francia fue atravesada por un rechazo histórico, potentísimo y unánime a la reforma previsional. Esta expresión fue negada y reprimida de manera escandalosa y este patrón cada vez más desinhibido de dominación del poder está estallando en varias áreas. Primero socialmente, pero también en todas las demás esferas de la sociedad, y el cine no es ni debe ser la excepción”. Las respuestas oficiales no tardaron en llegar e incluso el alcalde de Cannes no tuvo reparos en tildar a Triet de “nena malcriada”.

En Anatomía de una caída, cuyo título parece guiñarle el ojo a un clásico de clásicos del cine de juicios, Anamomía de un asesinato (1959), de Otto Preminger, la directora de La batalla de Solferino y Sibyl plantea una carambola narrativa y apuesta al juego a dos bandas, entrelazando el tradicional esquema del acusado sometido a la interrogación en el estrado con la descripción de los dolores del tránsito matrimonial. Como si se tratara de una escena de la vida conyugal bergmaniana atravesada por la muerte (¿un accidente, un suicidio o un asesinato?) y la posterior exhumación de posibles causas y efectos con todos sus detalles, tironeados en el ping pong entre la fiscalía y la defensa. Confirmación indiscutible del talento de la actriz alemana Sandra Hüller a la hora de darle vida a papeles difíciles y complejos, que van más allá de la simple construcción psicológica de manual, Anatomía de una caída llegará a las salas de cine argentinas este jueves 25.

La imagen del afiche promocional es elocuente. Un hombre yace boca arriba sobre la nieve, una enorme mancha de sangre coronando la cabeza. A su lado, una mujer acerca el teléfono celular al oído mientras un niño se abraza a ella, de espaldas a la sangrienta visión. Los primeros minutos de Anatomía de una caída, precisos y potentes, describen los hechos cotidianos previos a la muerte del hombre en cuestión. Sandra Voyter (Sandra Hüller, la actriz de Tony Erdmann y El hombre perfecto, a quien dentro de algunas semanas también podrá verse en Zona de interés, de Jonathan Glazer), una escritora relativamente exitosa, conversa animadamente, copa de vino de por medio, con una estudiante de literatura que se ha acercado a la aislada y moderna cabaña para entrevistarla. El diálogo es amable, desacartonado, a tal punto que la entrevistada comienza a su vez a hacerle preguntas a la periodista. De pronto, la versión instrumental de la Bacao Rhythm & Steel Band de “P.I.M.P.”, el tema de 50 Cent, comienza a sonar a todo volumen desde otro lugar de la casa. “Es mi marido, está trabajando en el altillo”, aclara la mujer con un dejo de resignación. Cuando resulta evidente que la invasión sonora no se detendrá por ningún motivo, la joven se despide con la promesa de continuar la entrevista en breve, en la ciudad vecina de Grenoble. Casi al mismo tiempo, el único hijo del matrimonio, Daniel (Milo Machado Graner), un chico que ha perdido casi toda la visión, sale a pasear con su perro de compañía por los alrededores, como suele hacer todos los días. Lo que sigue altera por completo la rutina: desde la pequeña ventana del altillo el dueño de casa cae varios metros hasta golpear el suelo, justo cuando Daniel regresa de la caminata. El caos, el horror, el desconcierto, el llamado a la policía, el primer interrogatorio. ¿Qué ocurrió, en qué orden sucedieron los hechos, qué estaba haciendo cada uno de los deudos, esposa e hijo, en ese instante? La secuencia de títulos, integrada por fotografías reales de la infancia y adolescencia de Sandra Hüller y Samuel Theis –el actor que interpreta al occiso en el único flashback que interrumpe el presente del relato–, y otras tomadas especialmente, recorren velozmente instancias de sus respectivas vidas, por separado y en conjunto. A su término, la llegada de un abogado amigo de la protagonista anticipa lo inevitable: dadas las circunstancias de la muerte y el profundo golpe en la cabeza del cadáver, la carátula inicial de muerte dudosa es reemplazada por la de homicidio calificado. De esa manera, las ruedas de la justicia se ponen en movimiento, al tiempo que la acusada se ve obligada a repasar su vida en pareja, sus placeres y dolores, renuncias y frustraciones.

ESCENAS DE LA VIDA CONYUGAL

“Cuando comenzamos a trabajar en Anatomía de una caída, era como una película de género. Pero hay tantos thrillers en las plataformas de streaming que realmente queríamos hacer algo distinto. La idea original era contar una historia en la cual existiera una falta de elementos visuales, de imágenes, a diferencia de los films que describen un juicio a través de una serie de flashbacks donde se ve la vida anterior a los hechos. Eso hubiera sido más sencillo, mostrar la vida de la pareja de esa manera. Pero aquí todo está basado en la ausencia. El niño no ve bien y, por lo tanto, no puede recordar imagen alguna. Sin embargo, está esa música, muy fuerte, que es un punto focal de la película. De allí la intención de poner al espectador en el lugar del chico, o el de los jurados, con esa falta de datos y evidencias. El delirio se produce a partir del hecho de que hay muchos elementos faltantes”. Las declaraciones de Justine Triet durante la conferencia de prensa en el Festival de Cannes describen someramente las formas esenciales del guion, coescrito junto a su pareja, el también cineasta Arthur Harari, destacando asimismo otro pilar narrativo: la inexistencia de una certeza alrededor del deceso, que el proceso judicial intenta dilucidar más allá de toda duda razonable. Un tópico narrativo que el film de juicio ha desarrollado a lo largo de la historia de maneras muy diversas. Entrevistada por la revista especializada Film Comment, publicación más atenta a los recovecos creativos de los autores que a cualquier fenómeno de venta o divismo de los famosos, Triet afirmó que “lo que realmente descansa en el corazón de la película, lo que me impulsó a hacerla, era poder hablar sobre una pareja. Mostrar a dos personas que viven juntas y comparten la vida con un hijo. La estructura de una familia nuclear. La acusación y el juicio del personaje femenino son un pretexto para explorar lo que está en juego en una pareja, a través de ese género cinematográfico conocido como drama judicial. Esa idea llega con fuerza al centro del relato cuando se reproduce un clip de audio durante una de las sesiones. Es el único capricho que me permití, ya que no hay otros flashbacks en el film, pero quería ofrecerle específicamente ese momento al espectador como la única imagen disponible de la vida del matrimonio. Anatomía de una caída está construida como un rompecabezas, con muchas piezas faltantes, y ese era el único documento que podía utilizar para proyectar nuestras propias percepciones y conceptos sobre la pareja”.

En ciertos momentos, cuando el juicio –que comienza recién a los 50 minutos de proyección– ha dado sus primeros pasos, Triet juega con otro género muy popular en el universo audiovisual, el true crime, llenando la pantalla de “reconstrucciones” posibles del accidente/crimen. Dos especialistas en la forma de los chorros y gotas de sangre, en este caso ubicadas en la pared lateral de un cobertizo, reconstruyen lo que pudo haber ocurrido: para el primero de ellos, la disposición de los trazos sanguinolentos responden a un golpe propiciado con un elemento contundente; para el otro, son el síntoma concluyente de un impacto accidental. El espectador asiste a los juegos de la fiscalía y la defensa, como en toda película de juicio, al tiempo que se acerca a una posible descripción de la vida interior de la protagonista. Las razones de la falta de visión del chico o las circunstancias de la mudanza de la familia, de Londres a ese aislado paraje alpino, comienzan así a dibujar una silueta. Algo similar ocurre con la dinámica laboral y matrimonial: la frustración del hombre frente a la imposibilidad de escribir una novela y, por el contrario, la facilidad de Sandra para crear textos; las horas y espacios dedicados al trabajo o la creación y aquellos otros destinados a la crianza; el sexo y la falta de él. Como afirma Sandra, el personaje, en cierta instancia del proceso, “A veces una pareja es una especie de caos, donde todos se sienten perdidos. A veces peleamos juntos y otras tantas peleamos solos, y a veces peleamos entre nosotros. Eso suele ocurrir”. Nada que escape a la dinámica de cohabitación de cualquier pareja, excepto que en este caso la muerte los separa y la viuda está acusada de haber asesinado al esposo.

 LA DIRECTORA JUSTINE TRIET FOTO DE YANN RABANIER

NADA MÁS QUE LA VERDAD

Para la directora, una parte nada menor del peso específico de Anatomía de una caída descansa en la performance de la protagonista. En la mencionada entrevista Triet, quien ya había contado con la colaboración de Hüller en su anterior Sibyl, confiesa que escribió el papel por y para ella. “He escrito otros roles para otros actores. En términos de escritura es normal sentirse habitado por la presencia de otra persona. Pero ella tiene algo especial. Es opaca, compleja, y eso nutrió el proceso de escritura del guion. Sandra actúa con el cuerpo, pero al mismo tiempo es como si no le perteneciera del todo. Es algo extraño, místico, en algún sentido. Nada hubiera funcionado si ella no hubiese aceptado. Quería que el personaje fuese extranjero y jugar con el uso del lenguaje durante el juicio y también en la mente del espectador. Me interesaba que fuera juzgada como una extranjera, con esa cuestión del idioma en el centro; alguien que escribe en inglés siendo alemana, pero que vive en Francia con su pareja. Mi experiencia con Sandra en Sibyl fue hermosa, pero comencé a molestarla un poco, diciéndole que estaba genial pero que su francés no era demasiado bueno. El problema es que no tenía idea de lo workaholica que es, y cuán seriamente iba a tomarse el asunto. ¡Trabajó intensamente durante tres meses y medio para aprender francés!”. El lenguaje es de una enorme importancia en la trama, como es la costumbre en cualquier película de juicio que se precie de serlo. En el caso de Anatomía de una caída, el cambio de idioma ante la imposibilidad de articular correctamente lo que se desea expresar forma parte del derrotero de la protagonista, pero en el fondo es la inutilidad de las palabras para describir ciertas emociones lo que congela a Sandra durante el intercambio de preguntas y respuestas. Las particularidades del recinto, la ubicación de los roles en el espacio e incluso la manera en la cual se definen los jurados en el sistema francés –elementos que pueden apreciarse en otros títulos galos como el clásico de Henri-Georges Clouzot La verdad (1960) o la reciente Saint Omer, de Alice Diop– podrán extrañar un poco al espectador habituado a las formas “americanas” del drama judicial, pero la dinámica es esencialmente la misma.

 

¿Es o no es la asesina? A diferencia de los ejemplos más puros del género, asociados con el cine de Hollywood y las mil y una series con abogados, fiscales o jueces como protagonistas, Anatomía de una caída juega con los códigos y tópicos de ese universo para construir algo diferente. Justine Triet recuerda en varias entrevistas que una de las cosas que le preguntó Hüller al aceptar el papel era si su personaje era inocente o culpable. “Le dije que no sabía, pero que quería que lo interpretara como si fuera inocente. Fue el primer intercambio sobre la película, y mi respuesta le resultó un poco molesta. Era una situación complicada porque se dio apenas un par de días antes de comenzar el rodaje. Sandra es fascinante por ser extremadamente pragmática. Al trabajar más en el teatro que en el cine, ella no tiene esa actitud que veo en otros actores, como el hecho de estar muy conscientes de la ubicación de las luces y de todo lo que ocurre alrededor de sus rostros. Sandra es muy física e integra su cuerpo a cualquier situación. Si ven Zona de interés, por ejemplo, notarán que utiliza el cuerpo de una manera muy diferente a cómo lo hace en mi película”. De manera gradual pero inflexible, el centro de atención de la historia comienza a pivotar hasta centrarse en el pequeño Daniel, quien ha venido atravesando la terrible situación con angustia y temor. La transformación en un testigo presencial de relevancia, la necesidad de que no se vea manchado por la influencia de la madre, obligan al estado a controlar el vínculo con la presencia de una asistente social. Y, de pronto, sus recuerdos no visuales toman una importancia cada vez mayor, inestimable para el resultado del juicio, que es seguido por el periodismo con usual insistencia y amarillismo. En cierto momento, el fiscal saca a relucir la bisexualidad asumida de Sandra como un elemento que podría definir su carácter decidido, frontal y sin remordimientos. “Cuando no pueden hallar suficiente evidencia contra ella ponen la lupa en su estilo de vida, y terminan haciendo una disección de ella como alguien que no tiene miedo de actuar, digamos, de una manera ‘egoísta’, según su punto de vista”, declaró Triet con la conferencia de prensa. Lejos de las respuestas concretas de tantos films de juicio centrados en los malabares argumentativos, Anatomía de una caída hace de la ambigüedad y la complejidad de las emociones y acciones humanas uno de sus puntos más fuertes.