El tenis suele ser un deporte lógico: siempre gana el mejor. Pero, sobre todo, suele ser un deporte de momentos: no necesariamente ganará el jugador con mayores condiciones técnicas y tácticas, sino que lo hará -en líneas generales- el que mejor juegue el día en cuestión y, con mayor rigurosidad, el que mejor gestione las emociones en los puntos más calientes.

Existe una competencia, sin embargo, que desafía el axioma y hasta consigue enterrarlo con cierta regularidad: la Copa Davis, el certamen por equipos más prestigioso del tenis internacional, uno de los más antiguos del deporte.

Aunque alimenta más de 120 años de historia, y un sinfín de modificaciones en el formato -el último, en 2018, le quitó buena parte de la esencia-, siempre mantiene una cualidad: se ríe de toda la lógica que puede tener el tenis. El ranking, el favoritismo, los pronósticos, la racionalidad, en la Davis pueden no tener peso. Las sorpresas están a la orden del día, más allá de que, a la larga, la diferencia de jerarquía acostumbra a quedar por encima.

La historia de la Davis, inapelable, se hizo presente este fin de semana en el polvo de ladrillo del Jockey Club de Rosario, la ciudad que albergó por primera vez una serie de la competencia por equipos, correspondiente a los Qualifiers, la ronda previa a la fase de grupos de las Finales. Argentina, con un plantel favorito, bien compacto, casi sin agujeros. Tres singlistas entre los 30 mejores del mundo: Francisco Cerúndolo (22°), Sebastián Báez (25°) y Tomás Etcheverry (28°), acompañados de los doblistas Máximo González (13°) y Andrés Molteni (13°), cinco veces campeones en el circuito ATP durante 2023 y clasificados al Masters de la modalidad.

Del otro lado estaba Kazajistán, un país con escasísima tradición de tenis y, como si fuera poco, con una formación diezmada por todas partes. El número uno Alexander Bublik (27°) decidió jugar el ATP de Montpellier -se consagró campeón-; el mejor rankeado que trajeron fue Denis Yevseyev (176°), pero se enfermó al arribar a la Argentina, con lo cual no tuvo reemplazo. Los kazajos, entonces, actuaron con apenas tres jugadores: Timofey Skatov (278°; 6° del país), Dmitry Popko (338°; 7°) y el doblista Aleksandr Nedovyesov (48°).

Argentina ganó, sí, pero padeció lo que debió haber sido un "trámite". Porque la Copa es la Copa. Porque allí, cuando los tenistas juegan en equipo, en representación de su país, todo pesa el doble. El triunfo 3-2, sin que sobrara nada, tuvo un héroe: Báez se impuso en el quinto punto a pesar de las cuestionables decisiones de Guillermo Coria, quien lo desestimó para la formación del primer día. Aquella elección, en el arranque de su tercer año como capitán, sumada a la ineludible esencia emocional de la Davis, convirtió el desarrollo para la Argentina en un verdadero drama.

La tensión que suele sobrevolar en los duelos coperos, sobre todo cuando el equipo nacional juega de local y con la presión de ganar, hizo lo propio. Pero el conductor, para el primer día, decidió sacar a Báez, la segunda raqueta del plantel y el mejor en los entrenamientos previos, para poner a Etcheverry, 3° del equipo y debutante en una serie viva -contra Lituania, el año pasado, se había estrenado con la eliminatoria definitiva-, como segundo single para acompañar a Cerúndolo. El resultado del sábado inicial encendió la alarma: Cerúndolo ganó ante Popko pero Etcheverry cedió, en un partido que siempre lo tuvo lejos del triunfo, frente a Skatov, un jugador que sorprendió por su estilo aguerrido español -se formó en Valencia, donde vivió cinco años-.

Ya el domingo, Molteni y Machi González pusieron en ventaja a los locales despues de haber estado contra las cuerdas: perdían 7-6, 3-1 y 30-0, con saque rival, pero se impusieron por 6-7 (3), 6-4 y 6-0 ante Nedovyesov y Popko. Machi describió a la perfección la vivencia de un partido de sumo riesgo: "Jugás por tu país, por tu gente. Ves la cancha llena, queres darle alegría a la gente, a los que te siguen. Nosotros en el circuito jugamos una semifinal en Bastad y, ¿cuánta gente sabe que jugamos? Ahí lo hacemos por el laburo y la plata. Acá jugás por otra cosa".

El alivio, sin embargo, duró poco. La Davis, una historia de nunca acabar: siempre hay tiempo para más angustia. Cerúndolo sufrió en el cuarto punto contra Skatov, un escollo impasable para Argentina durante la serie -se cargó a dos top 30 en días consecutivos-. Lo sufrió de verdad: por momentos azorado, gritó, saltó, celebró, se lamentó, interactuó con ánimo dispar en los cambios de lado con el capitán y perdió por 7-6 (1) y 6-4.

El clima, apoderado por completo por el drama. La desazón. El temor a una durísima derrota, acaso de tintes históricos por la distancia de jerarquía entre ambos rivales. Avecinaba una pesadilla. El semblante de Coria reflejaba el desconcierto generalizado. El quinto punto no fue para nada ajeno a la atmósfera: Báez debió afrontar un partido de puro nervio, de pura sangre, de sufrimiento extremo. No por nada la definición se estiró hasta el tie break del tercer set. Hasta el último suspiro, hasta el aliento final, a decir verdad.

La entereza emocional del jugador entrenado con Sebastián Gutiérrez, el coach que no dejó de apuntalarlo en ningún momento del fin de semana, superó todos los límites. La cabeza y las agallas, por encima de todo, en un partido que resultó una montaña rusa mental, en un partido en el que no jugó del todo bien -cometió 66 errores no forzados en casi tres horas- pero gestionó los instantes que resultaron bisagra.

Popko llevó todo hasta el final. Sacó para partido 5-4 en el tercer parcial. Levantó un 1-4 en el tie break. Tuvo dos match points. Exigió a Báez al extremo. Y Báez, firme, siempre respondió. Y de qué manera: los últimos cuatro puntos que concretó fueron winners con el drive, con toda la tensión al rojo vivo. La mano nunca se le encogió: salvó dos match points (4-6 y 5-6 en el tie break) con dos derechas invertidas y cerró el match de la misma manera. En el instante previo, en el 4-5, hubo un guiño del destino: el kazajo habría quedado doble match point con un impacto del argentino en la red, pero la pelota estaba pinchada y el punto se repitió.

"Trabajo para seguir siempre en la siguiente bola. Es lindo jugar de local, con tu gente, con tu equipo, con tus amigos. Fue un fin de semana muy especial. Quiero agradecer mucho a mi equipo por el apoyo. Es una linda victoria: no sobredimensiono ni achico los partidos. Estoy contento por haber colaborado con mi granito de arena", analizó Báez, siempre aplomado más allá del entorno.

El capitán dejó sus propias sensaciones: "Este fin de semana fue muy especial, muy emotivo. Sufrimos mucho pero es un orgullo para mí ser el capitán de este equipo y de que hayamos podido pasar a las Finales. Estoy emocionado por esta victoria".

Argentina se metió donde su historia le exige, ni más ni menos: en la elite mundial, entre los mejores 16 equipos del mapa del tenis. Habrá fase de grupos para el equipo nacional luego de la ausencia del año pasado. Habrá una posibilidad concreta, palpable, de pelear por el segundo título en la Copa Davis. Y la posibilidad llegará a pesar de Coria, de sus controversiales decisiones, del sufrimiento y del subibaja anímico que debió sortear el equipo. Pero llegará, sobre todo, por la mentalidad impertérrita de Báez, el desestimado que salvó a la Argentina de una catástrofe deportiva.

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