Una periodista rosarina relata la historia del día en que un joven llegó a la redacción del diario El Ciudadano, donde ella trabajaba, y preguntó con total seguridad por el señor “Soniatessa”. Ella lo miró con los ojos redondos de asombro y la boca bien abierta. No existía en aquel diario un periodista con tal apellido. Lo que sí había en esa redacción era una periodista y con nombre propio: Sonia Tessa.

La anécdota, de hace más de veinte años, se repite hasta hoy en las mesas de trabajadoras de prensa, compañeras feministas y amigas. El comentario abre risas, pero también preguntas incómodas: ¿Por qué aquel joven pensó que lo habían mandado a encontrarse con un periodista varón? ¿Acaso había ahí alguna periodista con capacidad de escucha, o, mejor dicho, de decisión?

Sonia (1969, Coronda, Santa Fe) comenzó a trabajar como pasante universitaria en el diario Rosario 12 (suplemento local de Página 12) en 1991, donde actualmente es editora. Pasó por los diarios La Capital y El Ciudadano, hizo producción de radio, televisión y desde 2003 escribe en Las12. Recibió varios premios Juana Manso y en 2017 el Lola Mora, de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Fue parte del programa Juana en el Arco, (Radio Universidad entre 2013 y 2019) de La Noche Impertinente y desde 2022 hace La Siesta jugada, en Radio Nacional Rosario.

Fue en aquel diario donde la confundieron con un varón, que Sonia identifica el comienzo de su periodismo feminista. Desde esa trinchera gestó el suplemento La Cazadora en 1999. “Lo hicimos con un grupo de compañeras y ese fue el comienzo de mis inquietudes que decantaron en algo parecido a una especialización. Aunque no creo en el periodismo de género en esos términos”, dice. Pero un poco antes, el Encuentro Nacional de Mujeres en 2003 (todavía se llamaba así) significó un parteaguas en su vida y en su carrera. Aquella primera asamblea por el aborto, el taller de estrategias, el pañuelo verde inaugural, la masiva llegada de integrantes de las organizaciones sociales fueron la punta de un ovillo que entrelazó la comunicación y el feminismo como herramientas de transformación social.

Desde aquel año Sonia encontró una agenda propia y la abrazó para no soltarla más. Tomó una amplia avenida de temas que pudo desplegar en Rosario12 y en este suplemento fundador: Las12

En 2023 publicó su primer libro: Invisibles nunca más. Notas en el mar de los procesos colectivos 2004-2021 (Brumana) –editado por Carolina Mussa y Laura Rossi y con prólogos de la periodista Luciana Peker y la escritora Daiana Belfiori – en el que reúne gran parte de su oficio periodístico y su práctica feminista de más de dos décadas.

El libro abre con la crónica “Explotadores y explotadas” (publicada en Las12, el viernes 6 de febrero de 2004) sobre el crimen de la trabajadora sexual Sandra Cabrera, integrante de Ammar (Asociación de Mujeres Meretrices de la República Argentina) y cierra con “Huellas en el mar” escrito para el catálogo de la muestra Revolucionistas, sobre los feminismos rosarinos, realizada en marzo de 2019. Pero la penúltima es una nota publicada también en Las12: “Cuerpos en la calle” escrita a 20 años del 19 y 20 de diciembre de 2001.

El texto sobre el femicidio de la dirigente sindical de las trabajadoras sexuales y el del estallido social de aquel diciembre trazan un arco en la comunicación de las luchas que lejos de cualquier cronología provoca una temporalidad en pliegues, hojaldrada, capa por capa. Las crónicas confirman que nada, pero nada, en materia de luchas sociales se hace de un día para el otro y que antes de la masividad que se dio con el Ni Una Menos y la pelea por el aborto y antes también de que el feminismo se vuelve una palabra común, hubo un tiempo en que ser periodista feminista no sólo no era un insulto sino un desafío: no ser observadoras sino parte de las transformaciones.

“A la distancia veo que esa penúltima nota publicada tiene que ver con un cambio de época que ya intuía. El texto recoge las voces del 2001 y se hace la pregunta sobre qué queda de aquel estallido en los feminismos actuales y qué había de los feminismos en aquel 2001. También se interroga sobre cuánto tuvo que ver el 2001 con los feminismos que me parece lo importante”, dice.

A lo largo de las 300 páginas aparecen 38 crónicas que son notas, como lo dice el título, porque se trata de textos periodísticos, pero también de anotaciones, apuntes a mano alzada, tomados desde el corazón de la marea colectiva.

Las historias que Sonia Tessa hizo visibles con una mirada federal fueron parte fundamental del enorme coro de voces que hizo posible que el acceso al aborto sea un derecho,

Están los inundados de Santa Fe (“Catástrofe artificial”, de 2005), el estallido singular que anticipa la crisis colectiva de todo un sistema de cuidados (“Agotadas: las malabaristas de los mandatos”, de 2005), “Clandestinidad mata” (de 2005) y (“Un dolor desesperante”, de 2008), dos historias que hacen a la lucha de más de veinte años de la Campaña por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, el crimen de Silvia Suppo, (“Doce puñaladas para una víctima de la dictadura”, publicada en 2010 en Rosario 12) y el abuso sexual como parte de un plan sistemático de tortura dentro de los centros clandestinos de detención. Las mujeres kurdas, las de las islas del Delta del Paraná, las cocineras de los comedores populares, las que defienden con garra los territorios que habitan, porque saben que, como sus cuerpos, también son presa de caza y de conquista.

Intento que mi mirada no esté en la centralidad sino en los márgenes de la sociedad, de los procesos. No tengo demasiado interés por los núcleos de poder. Más allá, de que me interesa conocer cómo se maneja el poder y cómo se definen las realidades, siempre trato de enfocarme en el efecto que toda esa trama de poder económico, político, decisional, tiene sobre las vidas cotidianas de las personas y más de las personas en los márgenes”, dice.

Red de fuentes

¿Cómo fue instalar esta agenda en los medios cuando aún casi nadie lo hacía?

–Lo tomé más como una oportunidad que como una dificultad. Cada vez encontraba más temas que podían abordarse desde una perspectiva feminista. Fueron importantes las experiencias de Rima (Red Informativa de Mujeres de Argentina), que en julio de 2000 lanzó una red federal de intercambio de información vía correos electrónicos y la cercanía con Mujeres Autoconvocadas Rosario (MAR). También pasaban cosas muy interesantes en el país: un obispo le deseaba la muerte a Ginés González García por poner en marcha el Programa Nacional de Salud Sexual y Reproductiva, empezaban los juicios por delitos de lesa humanidad, se hablaba de violencia sexual y de la que se había ejercido en los centros clandestinos de detención. Fueron tiempos muy ricos para vivir como periodista. Lo que me define en el periodismo es que, a priori, no deshecho ninguna fuente porque no tenga una validación oficial o institucional. Me enorgullezco de ser una periodista que tiene una red de fuentes de organizaciones sociales, comunitarias, en distintos ámbitos que exceden mucho los despachos oficiales y oficinas institucionales.

¿Cómo se construyeron sentidos feministas en los últimos 25 años? ¿Cómo se pasó de las cuestiones que implican al cuerpo a las relaciones económicas y sociales que lo atraviesan?

Quisimos dar un salto, tanto desde las organizaciones sociales como desde el Estado, pero todo sucedió en el marco de condiciones sociales de muchísima confrontación de clases. El feminismo, que concentró consenso y masividad entre 2015 y 2019, estuvo centrado en dos cuestiones básicas: el derecho a la vida (con Ni Una Menos), y el derecho a la decisión sobre el propio cuerpo (con la lucha por el aborto legal). El salto de percibir el derecho más que el derecho en sí. La opresión económica que implica el trabajo reproductivo fue un intento que se hizo denodadamente y creo que hay organizaciones sociales, entre ellas La Poderosa, que lo trabajaron mucho. De hecho, le pusieron más que el cuerpo en la pandemia. Pero entiendo que eso no llegó a ser una bandera masiva del feminismo. No hubo una movilización por el reconocimiento de las cocineras comunitarias como sí la hubo por los femicidios. Es como que el feminismo nunca se terminó de apropiar de ese debate, porque es un debate muy central en las relaciones económicas del capitalismo, el trabajo reproductivo, en su gran mayoría de las mujeres, es lo que sostiene el capitalismo.

¿En qué cambió el ejercicio de la comunicación feminista post Ni Una Menos y Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo?

–Creo que lo que cambió en esos años, del 2015 hasta el 2021, fue el temor de muchos compañeros y jefes que no habían modificado un ápice su mirada de la realidad, pero intentaban hacer “buena letra” por miedo a ser escrachados. Y hoy se les siente el alivio en el cuerpo, porque sienten que ya pueden volver a las viejas relaciones de poder. En el medio, también es justo decir que fuimos muchísimas, que conmovimos muchas estructuras, que pusimos en agenda discusiones muy potentes, que nos hicimos escuchar, y también que hubo muchos compañeros periodistas que se sintieron interpelados, dialogaron con nosotras, armamos redes, así como vimos miradas torvas. Lo que sí me pregunto es si no nos faltó más diálogo desde las diferencias, esa es mi gran pregunta hoy. Si no nos enfrascamos cada quien en sus ideas y ahora tenemos a estos horribles en el poder. Lo más impactante es cómo se siente en muchos la sensación de que, con el backlash que estamos viviendo, las cosas volvieron a su lugar. De todos modos, apuesto a que los feminismos estamos, existimos capilarmente, y que hay muchos compañeros que realmente lograron transformar sus prácticas. Como decía Mario Wainfeld: “Todas estas historias continuarán”.

Luego de conseguir la ley de interrupción del embarazo, bajó un poco la marea feminista y parece que era natural que sucediera así. ¿No?

–La lucha por la ley nos aglutinó tanto que es lógico que algo del orden de la merma existiera, porque tampoco hemos encontrado un nuevo objetivo tan fundante. Pero todas esas pibas que se hicieron feministas y alborotaron las mesas familiares, todas las mujeres grandes que venían siendo más o menos feministas y salieron a la calle, son todas personas que existen.

Invisibles nunca más, de Sonia Tessa, es una memoria colectiva y una herramienta para disputar este presente en el que crece la ola reaccionaria.

Los cuerpos fueron parte principal del pico de la movilización, y no sólo los cuerpos de las mujeres, los cuerpos trans, travestis, no binarios que incluso empujaron que en la Ley IVE se hablara de cuerpos gestantes.

–-Los feminismos argentinos tienen una larga tradición de activismo travesti-trans. Esas compañeras hicieron teorías, ampliaron horizontes, nos dieron herramientas para pensar sin biologicismos y en ese marco, en el de un feminismo argentino constituido desde adentro por lo trans, pudimos pensar también a los cuerpos gestantes, que no sólo un cuerpo inscripto socialmente como femenino puede gestar, también lo pueden hacer varones trans. Creo que esa ampliación muestra la capacidad revulsiva que tiene pensar más allá de la diferencia sexual, y no es casual que sea uno de los grandes focos de crítica de quienes atacan a los feminismos. Para mí, en Argentina es muy importante la potencia de los Encuentros Plurinacionales de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Intersex, Bisexuales, porque esa ampliación del nombre también va acompañando nuestros debates. Me acuerdo en 2005, en Mar del Plata, donde compañeras históricas del feminismo no querían que Lohana Berkins participara de una asamblea porque decían que no era una mujer. Esos debates en Argentina están transitados. Y creo que no podemos pensar a los feminismos argentinos sin esa presencia de lxs compañerxs travestis-trans. No se trata de etiquetas, se trata de existencias y de cómo nosotras (en los feminismos que más nos gustan habitar) no nos concebimos desde el esencialismo biologicista.

La ola reaccionaria

–¿Cómo se vive y se comunica en este clima de época?

Por momentos estoy aturdida y veo demasiado esta idea de que cualquier triunfo feminista le saca algo a otro sector. Es, sin duda, una idea que supieron instalar muy bien: “Si las feministas avanzamos, muere la familia tradicional”. Creo que hay algo en esta ola de derecha en el mundo que tiene que ver con una reacción contra los feminismos, pero también con una reacción de los sectores más conservadores, de los dueños del mundo contra cualquier movimiento que pueda conmover el orden social. Hoy estamos en un mundo de dueños, como diría Rita Segato, y en ese mundo de dueños, de grandes multimillonarios que se apropian de más de la mitad de toda la riqueza que se genera en el planeta, en un momento en donde la concentración de la riqueza es inmensamente más extrema que hace 50 años. En este momento hay toda una nueva derecha que viene a plantear que el Estado no tiene lugar, que no hace falta ninguna regulación, que no se necesita ningún árbitro y ahí está esa idea de que el gran capital concentrado ha triunfado porque estos fenómenos son populares. Y uno se pregunta por qué tanta gente apoya este tipo de proyectos. Es evidente la insatisfacción con las respuestas dadas por las políticas tradicionales, aunque tampoco hay que creer que estos triunfos son para siempre. Me cuesta pensar que toda la humanidad quiera entregarles el mundo a estos dueños. Lo veo como una respuesta política consistente y con el poder económico a tono con esta etapa del capitalismo de plataformas.

La derrota del peronismo y el triunfo de Javier Milei se intenta explicar culpabilizando al feminismo, a la aplicación de las políticas públicas de género y diversidad, a los derechos ganados y hasta del uso de la “E”. Sin embargo, las cosas no son excluyentes ni totalizantes.

–Se hace una lectura fácil de que la derrota del peronismo y el triunfo de Javier Milei tuvo que ver con el diseño y la aplicación de políticas públicas de género. Es como atribuirle el ascenso del nazismo a la extensión que tuvo el comunismo en Alemania. Sin duda, que hay una reacción conservadora y que la ideología que sustenta a Milei también lo es. Y eso es algo que ya veíamos venir cuando leíamos las cosas que escribía Agustín Laje. Hay una reacción conservadora contra los avances y los postulados feministas, pero eso es parte de un fenómeno profundo y mundial que también tiene que ver con lo mismo. Eso no se puede desconocer. La reacción conservadora contra los avances o incluso contra los riesgos que implica el feminismo para una forma de organización social que no es solo simbólica, es económica también. Las feministas podemos hacer una autocrítica porque no hay movimiento social en el mundo que no tenga problemas, pero eso no significa jamás hacernos cargo del fracaso del peronismo, que además ni siquiera fue un proyecto político entre 2019-2023, porque el problema justamente del peronismo en esta última gestión fue que no tuvo un proyecto consistente, no pudo gobernar de acuerdo con un programa, no pudo articular políticas. Así que diría al revés: que si por algo el gobierno de Alberto Fernández pudo avanzar en parte en el diseño de esas políticas públicas fue por la potencia de los feminismos. Cuando escucho hablar a Guillermo Moreno o a parte del peronismo sobre que se perdió por las banderas progresistas del feminismo siento que es una lectura empobrecedora de una realidad social compleja.

Y hablamos de una reacción conservadora que trasciende al país y es global. Todo un clima de época.

–Si bien es cierto que los fascismos modernos, las ultraderechas o derechas alternativas le hacen la guerra al feminismo y, tal vez hubo un momento en el que nosotras nos encerramos en discursos un poco endogámicos, no podemos hacernos cargo de que hoy el país esté en el infierno. Porque ahora es Milei, pero antes fue Donald Trump y Jair Bolsonaro. Hay un movimiento de una nueva derecha en el mundo que tiene que ver con un montón de insatisfacciones, enojos, deudas, injusticias que algún sector tal vez canalice en el odio al feminismo, pero que exceden y en mucho cualquier crítica que se le pueda hacer interna y con amor. A mí me parece que podemos conversar sobre lo que fueron esos años de auge, podemos conversar sobre las agendas que llevamos, sobre las diferencias que tenemos, pero eso no tiene nada que ver con ser las responsables del triunfo de Milei. Es insólito que nos quieran endilgar eso.

Y hay un ensañamiento particular con las mujeres, pero también con los cuerpos más precarizados, lo que hace más urgente repensar los lazos, la comunidad, los cuidados.

–Hoy vemos cómo el sector popular es demonizado. No sé si sería posible, aunque uno desea que sí lo sea, aquello de “piquete y cacerola la lucha es una sola”. Todavía hay un sector social que se auto percibe como el que sostiene a otro en una forma muy amañada. Quizás desde algunos sectores quisimos dar ese debate, pero no prendió lo suficiente en medio de la pandemia en una sociedad muy fragmentada que en lugar de apuntar a los privilegios de clase o al poder económico recontra concentrado, está apuntando a una pelea de pobres contra pobres como lugar de disputa. En este mundo donde la mayor parte de la riqueza está concentrada en un pequeñísimo porcentaje de la población, el resto nos estamos peleando por migajas.

Violencia machista en el barrio digital

¿Qué estrategias son posibles para comunicar y disputar sentidos en tiempos de avanzada de la derecha?

--Como durante los momentos de auge no hay que creer que está todo ganado, durante los momentos de repliegue como éste tampoco hay que pensar que está todo perdido. En lo cotidiano lo vivo tratando de hacer redes, no olvidándome de dónde vengo, o sea, está claro que está más difícil hacer lo que hacemos, hay menos lugares, pero también trato de no encerrarme en mi microclima porque sucede que estamos rodeadas de gente que está tan azorada como una frente a lo que pasa. Sigo tratando de hacer el periodismo que siempre hice. Pienso en Las12 y en cómo me gustan las notas de Camila Alfie, porque Cami está leyendo la época, pero desde una perspectiva de una piba de unos 30, mientras yo tengo 54. Por mi edad, a veces hay ciertos fenómenos del territorio digital que se me escapan, pero no me olvido de que estoy en un mundo donde los barrios también son digitales, donde la calle no es solo la calle, y hay que disputar otros espacios.

Tessa aporta observación, escucha y profesionalismo en tiempos en que el periodismo está en crisis.

Hay un intento de disciplinar la opinión de las feministas en el entorno digital donde la violencia circula tanto o más que en la presencialidad. A veces hasta las expresiones se recortan para evitar la horda de trolls que atacan, ¿no?

–Sin ser una nativa digital me muevo en ese territorio y lo hago con prevenciones. Intento no pensar a las feministas y a los feminismos como víctimas, sino como sujetos políticos que estamos en una arena pública, que hoy también es digital y que está muy encrespada. Lograr conversar y tratar de entendernos desde diferentes posiciones hoy es casi revolucionario, pero me parece que es algo. Porque a los feminismos en las redes nos permearon peleas, el señalar a la compañera y terminamos apuntadas como las grandes causantes del problema tanto por los progresismos, como por la ultraderecha, que hace ya muchísimo nos encontró como enemigas. Aunque es cierto que los feminismos también logramos ser muy potentes en la esfera digital. Me acuerdo de las campañas Niñas No Madres, por ejemplo. También hay que pensar que en el territorio digital por un lado van las tendencias de la sociedad, pero por otro se profundiza la polarización. Aunque ahora pareciera que todo se concentra del otro lado, siempre tiendo a pensar que lo que está adormecido no está muerto.

Y si te pregunto (a contrapelo de esa chicana que es muy de las redes sociales): “¿Dónde están las feministas?”

–Me encanta esta pregunta. A las feministas las veo moviéndose mucho, las veo por todos lados, las veo viendo cómo hacer para reagruparnos, pero en todos los grupos de feministas donde estoy hay muchísima actividad. Las veo también tratando de imaginar nuevos escenarios. Lo que más me preocupa hoy es cómo se va a sobrevivir en este mundo de tanta crueldad. Y cuando hablo de sobrevivir hablo de lo concreto, de la supervivencia material. Pero creo que, como suele ocurrir en los movimientos sociales, en el momento de auge tienen una centralidad, generan nuevos sentidos y tiendo a pensar que esos sentidos no se pierden. Entonces, hay toda un ala del feminismo que podríamos llamar mainstream que está en distintos lugares centrales y ahí en la vida cotidiana donde ya no está tan bien decir ciertas cosas, donde ya te miran raro cuando andas con el pañuelo verde y todo eso que ha ido pasando en los últimos años. Creo que estamos ahí, como dice la canción de Caetano: “atentas y fuertes”. Tratando de ver cómo hacemos para no ser arrasadas. Pero estamos juntas también.