Tu padre. El que te trae al mundo por error, casualidad o intención. Ese es mi caso, nacimiento premeditado. Como un crimen.

Nací mujer. Nací y empecé a recibir órdenes de quien agotaba el idioma sólo para darlas.

Cuando niña, él pone en mis manos el lápiz para hacer los deberes escolares.  Conque tiene que escribir el abecedario con ejemplos. Proceda, soldado . Golpea cada palabra, puntero sobre el tambor de la disciplina, tamtam.  Comience a anotar: Escriba: "A" de afuera. "B" de boliviano. ¡Afuera, bolivianos!, ¿eh? Eso es lo que les corresponde con ley o sin ley. Pero, recluta, abundemos: "A" de atentado. Y sigamos: "C" de confesión, castigo, cárcel. "D" de delincuente. "D" de desterrarlos. "P" de picana.

Y continúa a ese ritmo: "G" de guerrillero, "S" de sedicioso. Cuando acaba, quita el reflector con el que me venía apuntando para controlar que esta subordinaba obedeciera al pie de la letra sus órdenes y de paso, confesara sus delitos.   

Al presentarle tales trabajos a la maestra, ella los rubrica con un diez.  ¿Te guió tu padre, verdad?  Claro.  Transmitile mi respetuosa venia al comandante Suárez, Helena . Nos hace poner de pie y junto al curso entero, enfila la mano hacia su sien en homenaje al militar.

Mi progenitor controla que el orden de nuestra vivienda respete los reglamentos de la decencia, y a medida que da vueltas, sus pisadas embaldosan el piso con mosaicos de miedo. Y el material del techo y las paredes son de ojos desconfiados, fijos, pupilas del castrense que lo ven todo y detectan cada movimiento e infracción.

Escucho los pasos del comandante: acaba de entrar a casa; en ese momento tengo 12 años. Con mis hermanos nos escondemos cada día en un sitio diferente para que no nos bese con sus interrogatorios y castigos por los desacatos que decreta como cometidos. Yo me enrollo dentro de un valijón. Pero me encuentra, me saca, me arrastra. "Subversiva", rebenquea. De inmediato se detiene.  ¿Cuántas veces le advertí sobre el peligro de esconderse en lugares riesgosos?

- Muchas, padre.

 -¿Qué tipo de corrección merece ésta?

- Una de tipo máxima, señor.

- Será una enseñanza para usted. Porque dentro de esa valija de plástico podría haberse asfixiado. ¿Verdad?

- Verdad, señor.

Imagino el tipo de didáctica que se me viene encima. Me hace sentar; me inmoviliza las muñecas anudándolas con una faja. Coloca mi cabeza dentro de una bolsa de plástico, la ata alrededor del cuello. Me voy quedando sin aire. Jadeo. Me desmayo. Salgo del colapso, me hace respiración boca a boca. Cuando me recupero, me lleva al baño, me hunde la cabeza en el agua que colma la pileta. Subibaja, adentro, afuera. Hasta que pierdo el conocimiento.  ¿Aprendió la lección? ¿Comprendió que esconderse alocadamente puede llevar a la asfixia, señorita?

Bajo la cabeza en repetidos "sí".

Pero la palabra con la que me calificó al sacarme del valijón, es la que me hunde en el terror. "Subversiva", dijo. A esta altura me he enterado por cuchicheos que susurran las calles, que ellos, los que torturan en sus centros clandestinos, violan a las mujeres presas. El comandante va a cumplir su deber. Clausuro la puerta de mi dormitorio con doble llave.

Precaución de ignorante. ¿Cómo no saber que él posee copias de las de toda la casa? Se aparece ahí, plantado en el vano de la entrada, enorme, con su uniforme y sus galones. Jamás se los quita.

- ¿Qué cosa grave tiene que ocultar en su cuarto que impide el paso a sus familiares, ciudadana?

- Nada, comandante.

Acomoda su arma.

- Mantenga la dignidad, recluta. Esa ropa que tiene puesta... ofende la moral cristiana.

Se me acerca. Con su bastón de mando va alzando el camisón transparente, lo bailotea sin tocarme, apunta a mi bombacha, "¿esa desnudez le parece propia de una mujer honrada? ¿Y esos senos sin corpiño?". Los apalea con fuerza.

- Primer y único aviso en esta cuestión, subversiva. ¿Se da por notificada?

Profiero un sí acobardado.

- ¿Sabe lo que les sucede a las mujeres que provocan a los circundantes con su falta de pudor? ¿Con su inmoralidad y su afrenta a los mandatos de Dios?

Emito el asentimiento, mi voz reducida a gusano que se arrastra.

 -Sé, señor.

- ¿Qué les sucede, ciudadana?

- Les aplican el ojo por ojo y diente por diente. Sexualmente, señor.

- Téngalo en cuenta en lo sucesivo.

A mi cuerpo lo sacude un terremoto. Convulsiones.

Este vivir en un campo de concentración, agota. Mi madre no puede más; decide que huyamos, que nos marchemos a lo de su hermano de Jujuy y nos liberemos de una vez por todas del tirano. Pero él descubre nuestro plan. A partir de ese momento, nos avisa que nos espera un tiro a cada uno si lo intentamos. Y madre, recibe la sentencia de camisa de fuerza a perpetuidad. Más ocho horas por día encerrada en un rincón tapiado, sin luz. Apenas puede moverse, inmovilizada con ese aparato demencial.

¿Escapar de la dictadura? ¿Camino sin salida?

Pero llegan los '80. Y la justicia lo detiene y encarcela por los delitos de lesa humanidad cometidos en su cuartel. Y cruelmente, a mí, en la escuela mis compañeros comienzan a acosarme por ese parentesco con un torturador, los mismos que lo homenajeaban con venias. El Consejo de Estudiantes me declara "persona no grata".  Todo este bagaje me lleva a tomar esta decisión. Repudiar al que me engendró y repudiar su apellido reclamando ante la justicia que me lo cambien. No es ni será más mi padre. ¿Por qué creen que lo hago? Sigo el ejemplo de la hija de Miguel Etchecolatz. "Apellido teñido de sangre", graficó Mariana.

Es ella la que me inspiró en esta presentación, señor juez.

Su currículum con más de noventa torturados, el que estuviera a cargo de una decena de campos clandestinos de detención con cientos de desaparecidos, y apropiación de hijos. No puedo cargar con semejante estigma. No puedo. Tiene que mudarme el apellido, señor.

¿Lo hará? Tiene que hacerlo.

Salgo. Acarreo el pesado manto que contiene las macizas rocas del pasado. No logro quitármelo. No me abandona.

La hija de Miguel Etchecolatz participó de la marcha contra el Dos por Uno en Plaza de Mayo. Quiere que su padre muera en la cárcel. Declaró: "Me vi confrontada por personas como si yo fuera un apéndice de mi padre y no un sujeto autónomo. Mi posición es palmariamente contraria a la de ese progenitor y sus acciones. Permanentemente cuestionada y a causa de sufrir innumerables dificultades por acarrear ese apellido, solicito sea suprimido. Su historia le resulta repugnante a la suscripta, sinónimo de horror, vergüenza y dolor. No hay ni ha habido nada que nos una. Y he decidido poner punto final al gran peso que para mí significa arrastrar un apellido teñido de sangre y horror, ajeno a la constitución de mi persona. Nada emparienta mi ser a este genocida". (Argumentos de Mariana en la solicitud de cambio de apellido, presentado en noviembre de 2014 en el Juzgado de Familia de Capital Federal).

 

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