Históricamente, el Museo Nacional de Arte Decorativo (MNAD) estuvo ligado al mundo gay y al del amor de los gays a los perros. Fue en 1955 durante la gestión del primer director del museo, Ignacio Pirovano que ingresó, por parte de Juan Carlos Rodríguez Pividal la donación de 250 perros de porcelana que bajo la curación de Hugo Pontoriero se exhibe desde enero y hasta marzo con el título ¡Perros sueltos en el Museo! 

Ignacio Pirovano, constituye por sí mismo un personaje fascinante: coleccionista, esteta y adorador tanto del arte francés del siglo XVIII como de la belleza masculina, aparece en la Historia secreta de los homosexuales en Argentina de Juan José Sebreli como dueño de un estilo artificioso, una suerte de Luchiano Visconti avant la lettre. Otro amante de los perros que viene al caso, es Manuel Mujica Láinez, también funcionario del museo que secundó al director como secretario. El amor de Manucho por los perros se plasmó en su novela Cecil (1972), que se presenta como una autobiografía de su can de raza whippet. Láinez se sirve de Cecil para una suerte de salida del clóset. Cecil chismorrea y manda al frente al maduro escritor y describe sus desventuras eróticas con adolescentes de pelo corto y cuerpos morenos. Muchos de los visitantes de El Paraíso, la casa de Mujica Lainez en las cumbres cordobesas, no pueden menos que conmoverse frente al homenaje póstumo del verdadero Cecil: los restos del animal duermen el sueño eterno a la sombra de un árbol, debajo de una sencilla lápida en forma de libros rodeada de hojas verdes florecidas. 

Este es el marco histórico-afectivo para la exposición de espléndidas esculturas de Galgos, Dachshunds, Bulldogs, Collies, San Bernardo, Pugdogs, Terriers, Pekineses (que para los chinos ahuyentan a los malos espíritus) y otros tantos conjuntos de cachorros y diversos perros de caza acompañados de sus genealogías y circunstancias socio-históricas (nos enteramos de que la raza de  Bulldogs franceses eran criados por tejedores y fueron trasladados a Francia tras la Primera Revolución Industrial) o las creencias  (tradicionalmente los chinos creían que los perros pekineses ahuyentan los malos espíritus y fueron adoptados por algunas ramas del budismo). 

En posturas atentas o alertas, en estados de miedo, sumisión o seducción, inclinados preparados para jugar o cazar, retozando panza arriba entregados a los mimos de sus dueños, sorprende la manera en que desde la porcelana los escultores lograron captar las expresiones de tristeza, temor, felicidad, arrepentimiento real o fingido que los humanos que aman a los perros suelen interpretar o atribuir a sus animales. 

Fruto de la manufactura europea anterior a la Primera Guerra Mundial las exquisitas esculturas parecen pertenecer a una época utópica que quizás nunca existió en un plano real pero que fue vivida así por cierta clase social: una pacífica belle epoque. Aunque sin dudas es un mundo más esperanzador en tanto no había vivido los horrores del siglo XX.

¡Perros sueltos en el Museo! Museo Nacional de Arte Decorativo, Av. Del Libertador 1902 (CABA)