Desde París

La confrontación familiar en el seno de la familia de la ultraderecha francesa es una serie por capítulos que se despliega sin necesidad de un guionista. Marine Le Pen, la actual dirigente del Frente Nacional e hija de quien posó la piedra inaugural de la ultraderecha contemporánea, Jean-Marie Le Pen, ve a su padre surgir como una sombra tutelar a partir de la publicación del primer todo de sus memorias: el libro, “Fils de la Nation”, ya se había agotado antes de que salga oficialmente este primero de marzo de 2018. Azotada por la derrota en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de abril y mayo de 2017 (10,6 millones de votos, el resultado más alto conseguido hasta ahora por el FN), cuestionada por una amplia franja del partido Frente Nacional y de su electorado, Marine Le Pen puso todo su empeño en resucitar mediante lo que ella llamó “la refundación” del Frente Nacional, lo que implica incluso un cambio de nombre de este movimiento fundado por su padre, Jean-Marie Le Pen. Marine Le Pen busca despegarse de las etiquetas tóxicas como el antisemitismo, el populismo gris o el racismo primario que ahuyentan de las urnas a muchos electores. Con ese propósito organizó un congreso extraordinario previsto para el 10 y 11 de marzo de 2018. En el camino, sin embargo, le saltaron muchos obstáculos surgidos desde su mismo campo. Su ex mano derecha, Florian Philippot, abandonó el Frente Nacional para crear su propio partido, Los Patriotas. La nieta de Le Pen, Marion-Maréchal Le Pen, le hace sombra mientras que su padre publica este primero de marzo el primer tomo de sus memorias. La pelea por la primera fila en el escenario es tan feroz que el papá, a través de sus allegados, amenazó con presentarse en el congreso de marzo acompañado por 300 motociclistas (bikers). Con todo, son sus memorias las que constituyen la carta ganadora de Jean-Marie Le Pen en la pública y cruenta confrontación con su hija por la herencia del Frente Nacional. Ambos pugnan por ideas opuestas: el padre por mantener la tradición populista y xenófoba de la ultraderecha, la hija por modernizarla.

Con el título Fils de la Nation   (Hijo de la Nación) las 500 páginas del primer tomo de las memorias del padre abarcan desde su nacimiento en 1928 hasta la fundación del Frente Nacional, en 1972. Aunque Le Pen admite que es “demasiado temprano para hablar de sus hijas”, le dedica con todo unos párrafos a Marine Le Pen, a la cual crítica en términos duros: “Marine ha sido lo suficientemente castigada como para que se la aplaste más –escribe–. Pero un sentimiento me domina cuando pienso en ella: tengo piedad de Marine. Creo en la justicia inmanente. (…) Su estrategia y su estratega (Florian Philippot) la eraron. (…) Al haberse dedicado a hacerme pasar como antiguo,  con su fracaso Marine se salpicó, y sin dudas el Frente Nacional también, y eso es lo más grave”. En Hijo de la Nación están retratados sus recuerdos de juventud y los dos episodios más controvertidos de su trayectoria y de la historia de Francia como son el fin de la Segunda Guerra Mundial y la Liberación, 1944, y la guerra de Argelia (1954-1962). Este último episodio concierne en parte a la Argentina. Tal y como ha sido probado, la tortura sistemática de los opositores y la desaparición de personas fueron prácticas empleadas por el Ejercito francés en Indochina, incrementadas luego durante la guerra de Argelia e importadas a América del Sur por los teóricos franceses de la lucha antisubversiva, en este caso, contra los grupos nacionales argelinos que peleaban contra el colonizador francés y a quienes se calificó como subversivos. En sus memorias, Le Pen admite que “había golpes, se utilizó la picana y la bañadera, pero no hubo mutilaciones ni nada que tocara la integridad física”. El líder político francés niega que él o sus camaradas “hayan tenido a su cargo los interrogatorios especiales. Es puro cuento”. Sin embargo, en el año 2000 y luego en 2002, el vespertino Le Mondo publicó una investigación en la cual probaba cómo Jean-Marie Le Pen había participado en la formalización de “la tortura a domicilio” durante el primer semestre de 1957. El político francés atacó dos veces a Le Monde ante la justicia y en ambos casos perdió.

    La lectura de estas memorias es indispensable para comprender el itinerario de un hombre que no sólo forjó la historia política de la Francia contemporánea sin, también, parte de la del mundo. Sus retóricas indigestas de los años 80 son, en la actualidad, el condimento envenenado de cada día con el cual se estructuran las victorias políticas en Occidente (Brexit o Trump, por ejemplo). En Francia, Jean-Marie Le Pen ha sido el espejo de todo: ante su reflejo, como imitación o contra modelo, se forjaron las plataformas políticas o la imagen de los candidatos. Le Pen ha sido el regulador insoslayable. El Bretón que, de niño, insistió en ver el cuerpo de su padre mutilado por una mina en una playa de Saint-Gildas-de-Rhuys (“su rostro era una herida lívida, irreconocible”) llegó en la naciente época de los años 80 del siglo pasado a incrustarse en el centro de las expectativas políticas con uno de los discursos más aborrecibles que existían hasta ese entonces y cuyas raíces remontaban al fascismo más radical. Hoy aislado y con su reino en manos de su hija, Jean-Marie Le Pen traza el ascenso de una ideología cuyo impacto es inseparable de su personalidad. La melodía de su prosa culta funciona como una trampa que, por momentos, llevan al lector a olvidarse de quién es el autor que la escribe. Le Pen empezó a ser Le Pen cuando escuchó en la radio al Maréchal Pétain (dirigente de la Francia que colaboró con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial) y leyó a Charles Mauras, el fascista que acuñó el concepto de “nacionalismo integral”. Según escribe, se sintió “su heredero”. Le Pen confiesa que no fue “ni un héroe ni un colaboracionista” y que hasta estuvo a punto de “sucumbir a la tentación” de integrar un grupo de la Resistencia comunista.

A sus casi 90 años Jean-Marie Le Pen sigue siendo un opositor acérrimo al hombre que reconstruyó moralmente la Francia de la post guerra, el General De Gaulle, a quien califica como “un falso gran hombre cuyo destino consistió en hacer que Francia se volviera pequeña”. Curiosamente, el habilidoso Le Pen escribe que, tal vez, “la política no era exactamente lo mío (…) ¿Cómo decirlo?  ¿Tal vez era un vigilia, un centinela, un advertidor, un rompe pelotas, un profeta ?”. En lo que si se ha convertido es en un éxito editorial. Antes de que las memorias salgan este jueves, los 50.000 ejemplares de la primera edición se agotaron y figura primero en ventas en Amazon. Y falta el segundo tomo, tal vez el más sabroso. Allí figurarán las grandes horas del ascenso del Frente Nacional y el conflicto con Marine Le Pen. Esta autobiografía es el retrato de un mundo que ha desaparecido pero que, paradójicamente, se ha reencarnado en otras narrativas. Solitario, desdeñado, con un poder simbólico, el caudillo insolente de la ultraderecha francesa sigue pesando en el destino de Francia y de su hija.

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