Buscando desesperadamente un protector solar, en el inmenso calor de verano, me vino a la memoria un episodio.
La cartelera del cine Plaza, de los años 70 en San Martín, me viene a la memoria de forma inexplicable. Se trata de la película argentina “La carpa del amor”.
Escuché en el ascensor de un edificio céntrico una charla de tres hombrecitos, uno de ellos era gris.
Se impone la búsqueda del tesoro en la ausencia del gran banquete de las fiestas carnívoras.
El desencuentro y la inspiración van de la mano en esa sensación de vacío que dejan los vínculos asimétricos.
Pensar en una idea de conurbano global me abre la puerta a un dilema: la asimetría latinoamericana está construyendo una identidad similar a la realidad de una tierra de oportunidades “conurba”.
La vejez es un estado de ánimo en la velocidad de los múltiples planos digitales con los que hay que convivir.
Si el Mayo Francés hubiera tenido un gestito de idea en su simbología, seguramente el mundo hoy tendría la imaginación al poder en todas sus facetas.
Uno suele pensar que lo impenetrable es imposible, y tal vez en esa hipótesis, se licuan otras variables para la conquista de una experiencia profunda.
Aquella frase que marcó a fuego un concepto de autoayuda, en libros de los años ’90, decía: “Culpar a los otros por fracasos propios, es frustración y envidia”.