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Roberto Elía habría hecho varios goles con una pelota hexagonal

La del título es sólo una hipótesis para desviar la amable atención futbolera hacia la nueva exposición de uno de los artistas plásticos más interesantes de la escena Argentina.

 Por Fabián Lebenglik

Roberto Elía (1950) presenta su nueva obra en una nueva galería, La Ruche (Arenales 1321), de Jorge Mara, un pequeño y luminosos espacio, casi un estudio, que invita a presentar obra de cámara. Esta es la lógica que siguió Elía en la selección que incluye óleos, tintas, técnicas mixtas sobre tela, madera y papel y algunos objetos, realizados durante los últimos tres años.
A pesar de la variedad de técnicas y materiales se ve especialmente al Elía pintor. Como se trata de un artista múltiple, no es común que sus muestras concentren en un género. En este sentido, es una buena oportunidad para ver un costado distinto de Elía, cuyo trabajo sorprende nuevamente por la libertad.
El propio artista afirma que “no me gusta lo evidente... La mayoría de las exposiciones que veo últimamente son demasiado frontales para mi gusto, porque buscan que la terminación sea precisa y la presentación, esterilizada... Cuando voy a una exposición tengo la ilusión de encontrarme con algo desconocido. Pero en general entrar a un no saber es algo que no se está dispuesto a hacer”.
Lo que sí resulta evidente en las muestras de Elía es una poética, un mundo propio, en el que las referencias literarias, musicales, biográficas y artísticas, en general son parte de las obras porque las conforman (en el sentido de darles forma) y las exceden al mismo tiempo. En esta dirección va su fuerte sentido de construcción de una poética a lo largo de tres décadas de producción.
Elía trabaja con un alcance de sentidos muy amplio y abierto pero con un repertorio de objetos e imágenes relativamente reducido, en el que, por otra parte difícilmente se encuentre algún objeto de la era tecnológica. Sus trabajos evocan más bien ideas y objetos elementales, simbólicos, en los que se condensan sentidos acumulados a lo largo de los años. Elía es un coleccionista de imágenes que luego transforma en propias, investigando exhaustivamente hasta agotar sus posibilidades formales y referenciales.
Algunos de los trabajos expuestos en la muestra que presenta en estos días resumen, en una composición fragmentada y constructiva, algunos de los elementos constitutivos de su poética y por lo tanto de su colección de imágenes. Se trata de cuadros azules, que incluyen una compartimentación del espacio de modo que en cada casillero contiene una imagen: una suerte de relato descriptivo y fragmentario en el que se enumera el repertorio de elementos comunes a los que el artista les da un carácter mágico para hacerlos entrar en una nueva dimensión. En la obra de Elía, la vida cotidiana y la rutina adquieren siempre el halo de la excepcionalidad.
El elemento simbólico que preside la muestra es uno de los que obseden al artista desde siempre: el broche de madera para colgar la ropa. A través de los años y de las obras, el broche de madera se transforma en casa, caracol, personaje, letra, alfabeto... en una suerte de tentativa de agotamiento del objeto para hacerlo decir todo. De modo que simultáneamente se busca agotar todas las posibilidades del objeto y también convertirlo en único y universal, en un aleph a través del cual se pueda ver todo espacio, todo tiempo y toda búsqueda de sentido. Cada objeto del repertorio de Elía perfora la lógica cotidiana para abrir un rumbo propio.
Lo que la exposición aporta de diferente son dos series, una breve, de tres óleos constructivos, en los que el artista recupera ciertos aspectos de las vanguardias de los años treinta, cuarenta y cincuenta.
La segunda serie está formada por pinturas sobre madera, de pequeño formato, en las que la relación entre formas y líneas, paleta y materia se conjunta con una libertad asombrosa. Lejos de la premeditación, lareflexión y el control que suele irradiar su obra, en este caso se percibe cierta fascinación con el caos y una nueva perspectiva combinatoria.
Estas dos series funcionan como puerta de entrada a nuevos caminos del artista.
Como suele suceder con las exposiciones de Elía, siempre constituyen una muestra “completa”, no en el sentido de la exhaustividad, sino por lo íntegras y acabadas. La suya es una obra que funciona mejor cuando se puede ver en conjunto, que cuando se aprecia aisladamente, de a una. De allí el valor de la serialidad, a través de la cual Elía continúa afirmando una poética, una estética que se revela en el conjunto, en la permanencia y en esa sutil oscilación entre la extemporaneidad y el anacronismo.
En su muestra anterior, hace poco más de un año (“Para ordenar la oscuridad en el vocablo”, Centro Borges), el artista explicitó la genealogía en la que se incluye a sí mismo. En un conjunto de pequeños pizarras negras escritas se leía una lista de nombres entre los que estaban Xul Solar, Borges, Duchamp y Joseph Beuys. Aquel trabajo (titulado “Compañeros de ruta”) remitía al árbol genealógico del que Elía se siente heredero.
Cada nueva exposición de Elía supone una muestra “completa”, no en el sentido de la exhaustividad, sino por lo coherentes y acabadas. Sus obras “funcionan” mejor cuando se pueden ver en conjunto, que cuando se aprecian de a una. Y esta es la condición que exige toda poética para ser comprendida: la articulación de los elementos, su función en la composición, las relaciones de contexto, tensión, contraste o armonía del conjunto.
En su actual exposición esta característica se confirma y el legado de sus modelos se vuelve secreto para quedar explícito el recorrido por la obra propia, por la poética personal y por la integridad artística del autor. (En la galería La Ruche, Arenales 1321, hasta el 17 de junio.)

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No es una pelota, sino un cuadro hexagonal realizado por Roberto Elía.
 
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