CIENCIA › INCUBADORAS DE EMPRESAS CIENTIFICAS

El huevo y la gallina

Las incubadoras ayudan a los científicos a transformar sus ideas en prototipos, aplicaciones rentables y en empresas.

 Por Federico Kukso

Todas las familias tienen sus internas, roces y disputas a veces ridículas que las moldean y las definen. La ciencia desde ya no está exenta. Y tiene varias, como para hacerse un festín. Está por ejemplo el choque entre ciencias exactas y ciencias sociales y solapada, casi escondida, la dicotomía –más bien falsa dicotomía– entre ciencia básica y ciencia aplicada. O sea, por un lado los científicos que buscan el conocimiento por el conocimiento mismo y por el otro, aquellos que pretenden liberar el saber de los laboratorios y ver sus ideas convertidas en aplicaciones útiles para la sociedad.

En esa grieta es donde hacen pie las denominadas incubadoras de empresas de base tecnológica, como Incubacen de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, un emprendimiento coordinado por el ingeniero industrial Leandro H. Roldán codo a codo con la doctora en química Laura Pregliasco, secretaria de investigación adjunta de la facultad, que pretende ayudar a los científicos a convertir sus ideas en prototipos y empresas.

–¿Qué es una incubadora en sí?

Leandro Roldán: –Es básicamente un lugar donde se busca disminuir la tasa de mortalidad de los emprendimientos y aumentar la eficiencia de la asignación de recursos brindando un servicio, como aportar un espacio para trabajar en forma comercial o para realizar el desarrollo. Es un área que promueve emprendimientos.

–¿Desde qué momento se comienza a “incubar”?

Laura Pregliasco: –Desde una idea. Una persona, un grupo, tiene una idea, y se presenta a través de un concurso o espontáneamente. Somos la única área de la facultad en donde no hay juicio de pares. Nosotros ayudamos a desarrollar esa idea y facilitar los espacios para ver si es viable técnica y comercialmente. La primera etapa es la de “preincubación”: es una serie de actividades formativas para pensar en un plan de negocios, a quién se lo va a vender, datos del mercado, en cuánto tiempo se recuperará la inversión. Les enseñamos a los científicos a hablarle a un inversor y le asignamos un tutor. Somos muy cuidadosos en el tema de confidencialidad.

–¿Y después?

L. P.: –Viene la etapa de “incubación”, cuando hay un aporte de un inversor privado o venta de servicios y se ve cómo los científicos van a devolver la inversión que hizo la facultad. Nosotros queremos que se cumpla el rol social de la universidad pública: generar puestos de trabajo y contribuir al desarrollo económico de la región.

–¿Y cómo funcionan?

L. P.: –Con subsidios públicos y ahora estamos buscando conseguir algunas donaciones. Pero lo ideal sería que haya una política científica unida, o sea, no intentos por separados como la Secyt, la Agencia de Promoción Científica y el Conicet.

–¿Cuántos de los proyectos que se presentan llegan a la etapa de incubación?

L. P.: –Hay muchos casos. Se armaron cooperativas de productos farmacéuticos y el equipo del investigador Juan Santos desarrolló un robot desarmabombas. En 2006 se presentaron 25 ideas-proyecto. De ellos, 18 pasaron a la preincubación; ocho no fueron capaces de definir el negocio y renunciaron. De los demás, tres continuaron trabajando hasta el final. Por ejemplo, un grupo está haciendo un kit de diagnóstico para alimentos. Otro equipo cultiva hongos comestibles y está redefiniendo su negocio. Hay un grupo llamado “GEMA” (GPU Enhanced Multimedia Applications) conformado por matemáticos, físicos y artistas que desarrollaron una nueva tecnología para aumentar el poder de procesamiento de computadoras 10 a 25 veces a partir de los microchips de las placas de video. Tener este número de emprendimientos en esta etapa es una tasa altísima.

–¿De qué áreas se acercan más?

L. P.: –Más que nada de biotecnología, aplicaciones de modificaciones de organismos vivos para obtener un servicio o un bien. Son los que están más orientados al mercado. Ahora intentamos salir a buscar científicos con líneas más comerciales como nanotecnología. En lugar de vender una idea directamente a una empresa, acá promovemos el desarrollo de la idea y el armado de una pequeña compañía a partir de ella.

–¿Cómo los ven los científicos que hacen ciencia básica?

L. P.: –En el ambiente científico está muy asentada la idea de que sus miembros están para hacer ciencia y generar conocimientos para brindar al universo y que eso es lo que “está bien”. Nosotros concordamos con esa visión, pero pensamos que la ciencia no sólo sirve para publicar papers. El sistema científico está armado de tal manera que si uno no publica pierde su cargo. Esto responde a una visión histórica según la cual hacer contratos-patente no está bien, que no es cosa de científicos. Hablar de comercialización del conocimiento puede llegar a sonar un poco fuerte para muchos. Por eso iniciamos un ciclo de charlas hacia la comunidad en donde se hace hincapié en mostrar que de la “ciencia a pedido” se puede sacar ciencia básica, ciencia buena. Nuestra idea es no desperdiciar gran parte de la inversión del Estado.

–Pero, ¿por qué se ve mal?

L. P.: –La UBA ha tenido siempre una política cambiante. Ahora se apuesta más a la transferencia tecnológica. Ha sido tal la falta de contención que ha tenido el científico desde lo institucional, que está muy acostumbrado a manejarse solo, callado, se hace todo a sotto voce. Si el científico viera que hay ahora una política institucional de defensa de sus intereses, de su conocimiento como bien público, habría más confianza y más transferencias. Por eso es necesario tender estos puentes desde dentro de las universidades. No hay que desaprovechar la masa crítica de esta facultad que produce el 25 por ciento de todas las tesis del país. Nuestra misión es detectar qué puede ser útil y para quién.

–Igualmente se ve mal al emprendedor, como alguien que viene a expropiar un conocimiento, que quiere sacar algo.

L. R.: –Es un problema de confianza. Nosotros, los “tecnólogos”, tenemos que tener la cabeza en los dos lados: saber qué va a tomar mal el científico o el emprendedor/inversor. Muchas veces hay problemas de traducción.

L. P.: –Muchas veces veo esto como una “oficina de psicoanálisis”, donde se rompen y recomponen vínculos de confianza y comunicación.

–O sea, ¿el científico suele tener problemas al comunicar sus ideas?

L. P.: –El científico cuando comunica tiene una actitud muy humilde con respecto a sus resultados y piensa todos los motivos por los que algo no funcionaría, como dicta la contrastación en el método científico. Pero por lo general los detalles técnicos no les interesan a los empresarios, que quieren saber si eso va a funcionar o no. Vemos que hay una necesidad de desarrollar el espíritu emprendedor.

L. R.: –Nosotros somos como una interfase entre el científico y el empresario nacional que no está acostumbrado a hacer una inversión en desarrollo. Otras incubadoras toman proyectos y compran la tecnología, se la transfieren, no la desarrollan. Tenemos un contacto mucho más directo con los científicos, una masa crítica muy grande.

–Además, no todos los científicos quieren hacer exclusivamente ciencia básica.

L. R.: –No, desde ya. Muchos quieren ver sus ideas convertidas en prototipos, cosas palpables, que puedan tocar y ver y servir para algo. Quieren que sus investigaciones tengan una repercusión en la sociedad. Y ésta es una buena manera de empezar a hacerlo.

–¿Y cuándo es el próximo concurso?

L. P.: –La Convocatoria ideasproyecto Incubacen 2007 está abierta hasta el 31 de agosto inclusive. Las bases y condiciones se pueden leer en nuestra página web www.incubacen.fcen.uba.ar

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