CONTRATAPA

Monigotes

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Vaya semanita es el nombre de un programa cómico de la televisión vasca y, sí, vaya semanita esta semanita que acaba de irse... Como si no fuese suficiente con todo lo que se venía sirviendo, de pronto y sin aviso, lo de los guiñoles, lo de los monigotes del Canal Plus francés, de Les guignols de l’info. Me explico: los guiñoles –que tuvieron hasta no hace mucho su versión hispana en la filial ibérica del canal en cuestión– son descendientes directos pero muy atenuados, tanto en ironía como en ferocidad como en técnica, de aquel Spiting Image que, en 1984, escupía como vómito catódico la televisión británica sobre sus humildes súbditos y soberanos. Así, allí, la reina con el bolso tintineando por las botellas de gin, y Margaret Thatcher como vecina de su admirado Adolf Hitler, y un Ronald Reagan lobotomizado siempre a punto de apretar un botón rojo.

En cambio, los guiñoles –fabricados a base de gomaespuma, látex y de un más que relativo parecido con los originales a parodiar– son toscos, se mueven mal y sus salidas no suelen llegar a ninguna parte. Ya saben, el humor francés moderno y popular: gente que considera genial a Jerry Lewis y que lanzó al mundo a seres como Louis de Funes (a cuya gesticulación le debe tanto Nicolas Sarkozy) y Pierre Richard.

Jacques Tati, por supuesto, fue un extraterrestre que, de casualidad, aterrizó en Francia.

DOS Pero volvamos a los guiñoles y a vaya semanita la que pasó. Y lo que pasó fue lo siguiente. La condena por dopaje al ciclista Alberto Contador (con la consiguiente degradación de maillots y medallas) les dio la idea a los guiñolistas galos de armar sketch tontito en el que Paul Gasol, Iker Casillas, Rafael Nadal aparecían firmando con jeringas un manifiesto en defensa de Contador, cantando una variación drogota del “¡Que viva España!”. Y la verdad sea dicha: yo siempre he pensado en que no hay fronteras para el humor. Que uno puede (y debe; porque la risa cura y cicatriza) reírse absolutamente de todo. Y que de lo único que se le puede acusar y condenar al humor es de no tener gracia. Así, lo de Canal Plus Francia no me pareció muy gracioso y punto. Pero no fue así para buena parte de España, parece. O, al menos, para sus prohombres y megamujeres. Yannick Noah ya había advertido que: “En España han descubierto la poción mágica de Asterix”, aludiendo tanto a recientes milagros deportivos como denunciando de reojo cierta lasitud en cuanto a los controles peninsulares de posibles sustancias prohibidas. Y el tema –ante mi incredulidad y la de varios profesionales del humor local– pronto tomó importancia de asunto de Estado y desencadenó una suerte de ridícula minicrisis internacional. Súbitamente, Rubalcaba y Rajoy –que dicen ahora exactamente las mismas cosas que decía el otro cuando estaba en la oposición y el uno cuando estaba en el gobierno– se mostraron de acuerdo en que todo era una afrenta al deporte español. Se pidieron explicaciones y se les explicó que en Francia hacen lo mismo con las estrellas francesas de lo que sea. Pero no hubo caso, no fueron suficientes los argumentos y todo degeneró en comentarios de bar del tipo “es que no pueden ganarnos en nada” y hasta hubo un grupo de patriotas que alquiló un camión para que diera vueltas alrededor de la embajada francesa en Madrid lanzando, por altoparlantes, consignas y advertencias del tipo “no ganan en nada porque...”. Debajo de todo esto –recordar esos versos de Bob Dylan: “Dicen que el patriotismo es el último refugio al que se aferra un canalla”– la cosa no pasa tanto por la canallada, sino por la desesperación del patriotero. Para el español de a pie, aquí y ahora, la gloria de sus deportistas (y no es que Nadal ni Gasol ni Alonso estén pasando por su mejor momento) es lo poco que le queda, lo único con lo que calentarse un poco las manos. Algo que no es motivo de risa boba sino de lágrima emocionada. Algo para lo que no hay monigote que valga.

TRES Y para cuando uno quiso darse cuenta, ya todo estaba monigoteado. La condena “jurídicamente impecable” y eject al juez Baltasar Garzón (y, otra vez, la inquietud patria por la condena a la condena desde el extranjero y, en el decir de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, “me preocupa la imagen que se está trasladando de España”); la inminente declaración del yernísimo real Iñaki Urdangarin; la publicación de las memorias de la alguna vez tenista top Arantxa Sánchez Vicario acusando a sus padres de haberla desvalijado de bienes y premios; la noticia de que la Real Academia de la Historia no rectificará sino que ratificará en su Diccionario Biográfico Español aquello de que lo de Franco fue “un régimen autoritario pero no totalitario...”. Imposible no verlos a todos como monigotizados, burdos, grotescos, groseros. Al fondo, y debajo de toda esa risa grabada, el esquicio y el desquicio de la nueva reforma laboral, que el propio gobierno anticipó como “agresiva” y que, revelado el misterio, ahora algunos califican de “histórica” y “revolucionaria”, mientras otros la señalan como “autopista al despido barato”. Y la idea es más o menos la que sigue, creo: parece que los empresarios no contratan trabajadores porque después sale muy caro despedirlos; por lo que, si se abarata mucho el despido (de 45 a 33 días por año trabajado; y se puede bajar hasta 20 días si la empresa demuestra tener problemas de liquidez o una caída de las ventas a lo largo de nueve meses), los empresarios contratarán a trabajadores con la tranquilidad de que luego no les costará mucho ponerlos en la calle. Algo por el estilo. Y no sé a ustedes, pero a mí todo el planteo me recuerda un poco demasiado a Catch-22.

CUATRO Dejo para el final un último guiñol: conozcan a Aris, acupunturista y criador canino, quien compró su estadía en el último Gran Hermano local pujando por su puesto en eBay como parte de una campaña de beneficencia. El tipo acabó pagando 69.100 euros para entrar en la casa y –después me dirán que los españoles no tienen humor– y ser “despedido” por la teleaudiencia apenas siete noches después. Ja. El tipo, de salida, dijo que la experiencia había valido la pena y que “cambié la compra de un piso por Gran Hermano y no me arrepiento”. Viéndolo y oyéndolo podría pensarse que está loco. O dopado. Pero también cabe la posibilidad de que haya entendido todo como una inversión (ya se sabe que si los ex concursantes dan la talla luego pueden enriquecerse en diversas tertulias de la caja bobísima), aunque va a tener que remar lo suyo para amortizar 69.100 euros. A pesar de todo, casi insultado por la conductora que lo acusó de ser un “abrazafarolas” y “la mayor decepción de esta edición”, a Aris se lo ve de lo más contento.

Si todavía se emitieran en España, en este momento ya se estaría fabricando un monigote de Aris para acompañar a tantos otros monigotes más o menos célebres pero poco y nada divertidos.

Y todo parece indicar que nada evitará el que la semanita que viene vaya a ser una semanita como la que se fue.

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