CONTRATAPA

Hilos de Ariadna

 Por Mario Goloboff *

Ariadne, 1898, de John William Waterhouse.

Ariadna es la que sabe salir del laberinto. La que tiene el hilo o quizá la clave, la que conoce cómo sortear los pasadizos, encrucijadas, conflictos, atolladeros, dificultades, la que encuentra o da con el camino, la que siempre acierta con el desenlace porque piensa, no en sí, sino en el otro: Teseo. Ariadna, “la más pura”, es hija de Minos y Pasífae (“la que brilla para todos”, uno de los nombres y formas de la Luna), los reyes de Creta que atacaron Atenas tras la muerte de su hijo Androgeo. Para obtener y mantener la paz, los atenienses quedaron obligados a enviar, anualmente, siete hombres jóvenes y siete doncellas cada vez, cuyo destino era satisfacer al Minotauro (mitad hombre, mitad toro, nacido de los amores de la reina con un toro blanco, hecho salir del mar por Poseidón).

Teseo, hijo de Egeo, rey de Atenas, marchó como voluntario con los otros jóvenes para matar al monstruo y liberar a su pueblo del tributo. Ariadna se ena-moró de él, y lo ayudó dándole un ovillo del hilo que estaba hilando o, según otras versiones, una corona luminosa para que pudiese hallar el camino de salida del Laberinto tras matar al Minotauro. “Te ayudaré a liquidar a mi hermanastro –habríale dicho en secreto–, si me permites volver contigo a Atenas como esposa.” Teseo aceptó gustoso el ofrecimiento y le prometió casarse con ella. Luego, Ariadna huyó con él, hecha acreedora a sus amores. Aunque, según Homero cuenta en el relato que narra en la Odisea dentro de la “Evocación de los muertos”: “Vi a... la hermosa Ariadna, hija del artero Minos, que Teseo se llevó de Creta al feraz territorio de la sagrada Atenas, mas no pudo lograrla, porque Artemis la mató en Día, situada en medio de las olas, por la acusación de Dionisio” (Rapsodia XI), si bien, que se recuerde, nada se dice ni se sabe en qué consistía dicha acusación. Hesíodo y otras fuentes hacen abandonar a Ariadna por Teseo, dejándola dormida en Naxos, donde Dioniso la encuentra y se casa con ella. Junto a éste, es madre de Enopión (quien será rey de la isla de Quíos y el primero en enseñar a sus habitantes cómo cultivar la vid y producir vino tinto) y es ascendida a los cielos para dar lugar a La Corona del Norte, también llamada La Corona Cretense o, en latín, Borealis (corona que habría arrojado al cielo Dionisio, para probarle que era inmortal). Emparentada así al dios del vino, tal vez por la implantación gracias a Creta del cultivo de la viña, es madre a su vez, con él, de varias tribus que rinden culto a esta bebida y, en todo caso, quedan pocas dudas de que el magnífico brebaje habría sido originario de la isla, dado además la singularidad cretense de la palabra “oinos” en el mundo griego.

En realidad (en la realidad de la mitología), Dédalo, artista, “pues era excelente arquitecto y el primero que hizo estatuas” (Apolodoro de Atenas, Bibliotheca, Libro III, cap. XV), el constructor y ejecutor del Laberinto, “celebérrimo por su ingenio en el arte de construir /.../ enredó las señales e indujo a error a los ojos con la sinuosidad de las vueltas de los diversos caminos” (Ovidio, Metamorfosis, Libro VIII), antes de salir de Creta había dado a Ariadna un ovillo de hilo mágico y con él los consejos sobre el modo de entrar y salir de él. Es lo que hace pensar que en el origen del mito estaría, como en el de Aracné, la puja de la manufactura textil de Creta, célebre en el mundo antiguo por actuar a la vanguardia de una incipiente industria textil, lo que sería más verosímil todavía si se asimilara la etimología de ambos nombres a la de la araña, que construye su tela en los rincones y en los márgenes. Algunos autores creen, debido a su asociación con el hilo y las vueltas y los giros, que era una diosa de la tejeduría, como Aracné, y basan tales afirmaciones en el mitema de la ninfa ahorcada, al que por lo común se alude.

Ariadna, según los consejos de Dédalo, tenía que abrir la puerta de entrada y atar a la misma el extremo suelto del hilo; el ovillo iría desenredándose y disminuyendo a medida que avanzara, dando interminables vueltas, hacia el recinto donde moraba el Minotauro. Entregó ese ovillo a Teseo y le comunicó las instrucciones para que llegara al monstruo, al que debía agarrar por el pelo y sacrificar a Poseidón. Después, podría volver siguiendo el hilo, que iría enrollando y formando de nuevo el ovillo. Lo que luego pasó entre los amantes es motivo de misterio y tan difícil de saber como la manera de salir del laberinto o, podría decirse para extenderse en la metáfora, toda su historia es laberíntica. Pero Ovidio, quien habla de “la raptada hija de Minos”, sostiene que Teseo “puso vela hacia Día (hoy Naxos) “y, cruel, abandonó a su compañera en aquellas orillas”. Jamás se explica qué pasó para que dejara así a su amada y salvadora. Hay quien escribe que la abandonó por una nueva amante; también, que mientras arreciaban vientos contrarios en Día pensó y temió el escándalo que causaría en Atenas su llegada con Ariadna. Y hasta hay quien afirma que Dioniso se apareció a Teseo en un sueño y le exigió, compulsiva y amenazadoramente que se la entregara, y que cuando aquél despertó y comprobó que la flota de Dioniso se disponía a atacar Día, levó anclas, objeto de un repentino terror. También existen los cretenses que se niegan a admitir la presencia alguna vez del Minotauro en la isla, o que Teseo conquistara a Ariadna por medios clandestinos. Describen el Laberinto como una prisión bien vigilada en la que se mantenía a las doncellas y a los jóvenes atenienses preparados para los juegos fúnebres de Androgeo. En otros mitos, Ariadna se ahorca de un árbol, como la Artemisa ahorcada en la leyenda mesopotámica. Sin embargo, Dioniso desciende al Hades y la trae de vuelta junto con su madre Sémele. Juntos se unen entonces a los dioses del Olimpo. Todo esto hace que sea singularmente adorada en Chipre, Delos, Naxos, y también en Atenas.

La literatura universal es, como se ve, rica desde sus orígenes en el desarrollo del tema. La nuestra no le va en zaga, y dos de los mayores escritores, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, le han consagrado textos indelebles que acompañan, recrean o sugieren la figura mitológica. Los del primero, con el motivo del laberinto que recorre insistentemente toda su obra, poemas y cuentos, con algunos textos famosos (como “Los dos reyes y los dos laberintos”) y especialmente con el relato, “La casa de Asterión” (el nombre propio dado al Minotauro en la Biblioteca mitológica, de Apolodoro); el segundo, con una obra de teatro primeriza, titulada no casualmente Los reyes, y con un cuento, “Casa tomada”, leído generalmente en clave de política inmediata que deja escapar, entre otras pistas, el diseño y complicado entramado de la vivienda, el nombre de la hermana, “Irene”, y el hecho de que, al partir definitivamente de la casa, ella advierte que “los ovillos habían quedado del otro lado”, y deja el tejido que le colgaba de las manos, cuyas “hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo”.

Para salir alguna vez del laberinto que, nuevos cretenses, minuciosa y casi alegremente hemos construido, ¿quién proveerá el hilo que nos guíe?

* Escritor, docente universitario.

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