ECONOMíA › OPINION

Sembrar caos para cosechar disciplinamiento social

 Por Sergio Arelovich *

La única certeza es que Mauricio Macri ha sido elegido presidente. En materia económica, todo lo demás es incierto. Y lo es en buena medida por las declaraciones recurrentes de quienes, desde el 11 de diciembre, ocuparán ministerios o cargos de primera línea en el área económica, coro al que sumó su voz el futuro presidente. El anuncio de una devaluación cuya medida no se conoce, la prometida eliminación de las restricciones a la compra de moneda extranjera sin precisión de la intensidad y tiempos de la reforma, la promesa de la reducción o eliminación de subsidios tarifarios sin detalle del alcance, la desregulación en el proceso de administración de importaciones, la reducción o eliminación del gravamen aduanero sobre el comercio exterior, entre otros, han creado un mar de incertidumbres sobre el que se desplegó un previsible comportamiento especulativo por parte de las empresas, tanto de las grandes como de las medianas y pequeñas.

Es una tormenta perfecta: anunciar que cambiará un conjunto de reglas de juego pero sin precisarlas, mientras el juego está en curso. Adjetivar sobre el efecto que nace de tales dichos implicaría demerituar la crítica y entonces la noticia central sería el abanico de epítetos utilizados para calificar la conducta de quienes conducirán los destinos del país en pocos días. Los anuncios truncos e imprecisos han operado como una invitación a la parálisis, a la especulación, al posicionamiento por las dudas, a la interrupción de los caminos por los que transcurría la vida cotidiana en lo económico. Los dos efectos de mayor visibilidad son: el aumento injustificado de los precios mayoristas y su paulatino traslado a los minoristas, y el acaparamiento y/o administración de cuotas hacia los mercados por parte de las empresas.

El nuevo gobierno contará inicialmente, fruto de este cambio inducido, con un escenario de distribución del ingreso alterado por una transferencia –cuya dimensión no puede estimarse a priori– del trabajo al capital, desde quienes tienen ingresos fijos a quienes definen unilateral o corporativamente sus ingresos. Será en el mismo sentido que todos los episodios de devaluación que hemos vivido, aunque de antemano no podamos medir su profundidad. Quedará para la interpretación si ha sido un efecto buscado por la administración entrante, idea que suscribo.

La trayectoria acreditable, las inserciones laborales previas y los compromisos verbalizados del futuro presidente y sus colaboradores permiten imaginar algunos senderos en cuanto a la elección de prioridades. El estrecho vínculo del futuro presidente y la amplia mayoría de sus anunciados colaboradores con el mundo de la gran empresa nacional o extranjera permite identificar en qué fracción del arco empresarial se asentará el diseño de la política, la búsqueda de apoyos y los beneficios previsibles de las acciones de gobierno.

Durante los años posteriores a 2001 y en forma creciente, con excepción de los años 2009 y 2012 con sus matices, las empresas en general y la elite nacional y extranjera de ellas han experimentado un crecimiento exponencial en sus ventas y también en sus ganancias. Las subdeclaradas ganancias que emergen de las declaraciones juradas ante AFIP así lo demuestran. La revancha de la fracción empresarial vinculada al gobierno entrante no se asienta entonces en la performance económica y financiera, sino en la disputa por la hegemonía del proceso de acumulación del capital. La pervivencia de los rasgos estructurales del capitalismo argentino inalterados por las políticas que privilegiaron –entre 2003 y 2015– la redistribución progresiva del ingreso, sin modificar la centralización del capital, muestra en esta coyuntura su límite y alcance.

Las políticas redistributivas a favor de los más vulnerables sólo pueden ser sostenidas en el largo plazo si se altera la estructura asimétrica que genera y amplifica las desigualdades. El nuevo gobierno anunciará un ramillete de medidas que mejorarán los ingresos nominales pero cuyo efecto sobre el bolsillo se habrá dilapidado a la velocidad que avanza el proceso inflacionario, más el derivado de la devaluación en ciernes. Es difícil imaginar medidas –en el corto plazo– que estén orientadas a dibujar algún otro modelo de desarrollo. Por el contrario, es probable que las energías estén puestas centralmente en disciplinar las demandas salariales e intentar administrar el descalabro generado por la siembra de incertidumbre.

* Docente UNR.

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