CONTRATAPA

Blanco y negro y gris

 Por Rodrigo Fresán

UNO
Y un día le dirás a tu hijo: “Aunque no lo creas, yo crecí en una era en que los televisores eran gordos y pesados; y las imágenes eran en blanco y negro, pero sobre todo en una casi infinita gamas de grises; y te sobraban los dedos de la mano para contar los canales que podías ver y tenías que levantarte para cambiarlos con esa misma mano en la que te sobraban los dedos; y había que ajustar la antena y controlar las verticales y las horizontales y expulsar a los fantasmas; y las transmisiones comenzaban cerca del mediodía para cerrar pasada la medianoche, casi siempre con un hombre hablando sobre Dios; y los noticiarios eran lentos y las imágenes borrosas; y las conexiones vía satélite eran ocasiones extraordinarias que se reservaban para el fin de alguna guerra o el asesinato de algún presidente o la llegada de algún hombre a la Luna; y las publicidades se actuaban en vivo y en directo; y los conductores de los espacios políticos fumaban en cámara; y hasta había profesionales del medio que creían en la idea de que ese aparato había aparecido sobre la faz del planeta más para enseñar que para entretener”.

Y tu hijo te mirará fijo y –tal vez llorando, tal vez sonriendo– pensará que te has vuelto completamente loco.

DOS
El Hollywood dorado –el de los grandes estudios– no se ha repuesto nunca de la herida que le abrió la llegada de la televisión. Herida que fue el motivo de su oxidación durante varias décadas hasta la llegada cicatrizante de un puñado de jóvenes –muchos de ellos, paradójicamente, formados en la pantalla chica y live– que volvieron a encarrilar, al menos por unos años, al celuloide. Parte de la historia se cuenta en un libro tan virósico como divertido titulado Easy Riders, Raging Bulls, de Peter Biskind. Después, dos de esos jóvenes estrenaron dos películas. Una se llamó Tiburón y la otra se llamó Star Wars. Y todo volvió a cambiar. Y el cine se va pareciendo cada vez más a la televisión –esas escenas zapping, esa música constante– y cada vez se filman más coloridas películas basadas en series de televisión en blanco y negro y gris. Y se venden más DVD que entradas. Y las salas de cine son cada vez más pequeñas y compartimentadas. Dentro de poco, si la cosa sigue así, las pantallas de cine tendrán el tamaño de pantallas de televisor.

TRES
De ahí que, de tanto en tanto, el cine se vengue estrenando películas sobre o contra la televisión. Pueden llamarse Network o Ginger y Fred o La muerte en directo o Videodrome o Quiz Show o Detrás de las noticias. En todas ellas, el mundo televisivo aparece como un nido de ratas o de gusanos o de sumisos espectadores dispuestos a aplaudir o a reír automáticamente cada vez que una señal luminosa se los ordena.

Y todavía más de tanto en tanto aparece una película que nos habla de otra televisión. Una televisión noble e iluminadora. Una televisión seria y en serio y de eso trata la película Buenas noches, y buena suerte.

CUATRO
Buenas noches, y buena suerte es el segundo largometraje de George Clooney. Clooney, se sabe, es el mejor y más simpático y más querible galán cinematográfico desde Cary Grant. Alguien que desconfía del matrimonio como institución, que adora a su cerdo mascota, que es un bromista de cuidado durante los rodajes, que tuvo éxito tarde y que no le importa que así haya sido, y que –todo parece indicarlo– es alguien muy inteligente. Se sabe también que Clooney es un hijo de la televisión: su padre empezó como periodista de noticiero, el pequeño Clooney debutó en la tele a los cinco años en The Nick Clooney Show, con el tiempo participó en varias series clase B y grabó varios pilotos que se estrellaron, hasta que le llegó su hora con E.R. No es casual entonces que la primera película de Clooney fuera, en el 2002, Confesiones de una mente peligrosa, un casi lisérgico trip por el mondo trash de los concursos de los ‘70 (y, de paso, por las supuestas y delirantes conexiones de un productor de éxito que en sus ratos libres trabajaba como asesino a sueldo de la CIA). No es casual tampoco que, una vez ventilada la basura, Clooney haya optado para su segundo proyecto por otra historia verdadera que, esta vez, se ocupa de un puñado de hombres valientes dispuestos a utilizar la televisión como señal de alarma que despierta en lugar de ojo catódico que hipnotiza y duerme.

CINCO
Buenas noches, y buena suerte cuenta el duelo televisivo que, en 1953, mantuvieron el periodista Edward R. Murrow (un brillante David Strathairn en la película) y el senador oscurantista y paranoide Joseph McCarthy. Está filmada con mano segura, muy en el estilo de aquellos films de Lumet y Pakula, y –desde un pasado más o menos cercano– nos habla de los exteriores de este presente inmediato al que querríamos ver pasar lo más rápido posible para poder regresar a estudios centrales. Digámoslo así: suplantar toda referencia a la “infiltración comunista” y reemplazarla por eso de la “guerra contra el terror” y ya sabrán a quién y a lo que me refiero.

Pero más allá de las épocas y de las programaciones, lo que se impone en Buenas noches, y buena suerte es la idea de que la televisión –en palabras de Murrow, anfitrión del programa “See It Now”, funcionando como una especie de Rod Serling transmitiendo desde esa dimensión para muchos desconocida que es la verdad y la realidad– pudo y puede “enseñar, iluminar e inspirar”.

Para demostrarlo, Clooney coreografía la trama como si se tratara de un ballet nervioso en el que los hombres y mujeres –Jeff Daniels, Patricia Clarkson, Ray Wise, un gigantesco Frank Langella en el rol del director de la cadena William Paley, el mismo George Clooney como Fred Friendly y Robert Downey, Jr. entre otros– entran y salen corriendo de estudios de la CBS, las corbatas se aflojan, las luces se apagan, las mentiras se encienden, los vasos de whisky se vacían, los diarios se leen recién hechos en un bar de madrugada, alguien se suicida, alguien se revela, alguien calla y otorga en las alturas y, al final, el monstruo cae al abismo y, por supuesto, el show sigue. En blanco y negro y gris. Porque Clooney no quiere mentirnos: se ha ganado una batalla, pero el problema es que la guerra no tiene final, pero sí tiene demasiados patrocinadores y suele romper todos los records de audiencia.

Compartir: 

Twitter

 
CONTRATAPA
 indice
  • [HTML]
    Blanco y negro y gris
    Por Rodrigo Fresán
  • [HTML]
    CARTAS

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.