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Polémica

En estos días de abundancia de partidos por motivo del Mundial en Alemania, los argentinos, siempre proclives al debate y la crítica, hemos puesto en el banquillo de los acusados al fútbol. Se lo ha criticado de pe a pa, de arriba a abajo, y también de costado. Puede que cierta gente, y con justa razón, quiera ver otra cosa por estos tiempos en las pantallas de los canales de televisión argentinos. Pero eso no es culpa del fútbol. El es inocente. ¿Qué tiene de malo que un padre y su hijo pateen una pelota en una plaza y qué tiene de malo el segundo gol argentino frente al equipo de Serbia y Montenegro? ¿A quién puede molestarle eso? Además, al que no le guste, siempre tiene la posibilidad de cambiar de canal.

¿Qué culpa tiene el fútbol si el periodismo se mete en la vida privada de los jugadores y técnicos para llenar horas de programación? ¿Qué culpa tiene el fútbol de que ciertos dirigentes apañen a asesinos barrabravas por cuestiones de interés político? Ninguna.

¿Qué culpa tiene el fútbol de ser un espectáculo que brinda elasticidad corporal, acrobacia, tensión, expectativa, incertidumbre, felicidad y la posibilidad de que –a veces– el más débil le gane al más poderoso? Toda. Pero es como enojarse con una mujer linda que pasa por la calle y acapara la mirada de todos.

Los que piensan que el fútbol les altera la vida, debieran acordarse de que lo mismo sucede con los políticos en tiempos de elecciones. Si a uno no le gusta la política, ¿por qué tiene que soportar la presencia de los candidatos durante tres meses en todos los canales de televisión? La política en sí tiene su lado bello, noble, pulcro, o no, no sé. El fútbol sí lo tiene.

Quizás habría que buscar a los verdaderos culpables de esta invasión sobredimensionada de un espectáculo deportivo por otros lados: marketing, periodismo mercantilista, agencias publicitarias, etcétera. Pero no descarguemos nuestra bronca e impotencia por un mundo globalizado, atomizado y alienado, en un deporte tan bello.

Ya lo dijo un hombre que no terminó el secundario, que no habla muy bien, que con sus piernas maravilló al mundo entero y con su lengua filosa enfureció a otros: “La pelota no se mancha”.

Guido Natale

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