EL PAíS › OPINION

La novia española

 Por Eduardo Aliverti

La visita de Kirchner a España deja dos telas para cortar que, en principio, son o parecen de carácter contradictorio. Sin embargo, a muy poco que se avance en un análisis mínimamente estructural habrá de verse que la tela es una sola. Y que excede a las relaciones con los ibéricos.

Por un lado, desde un punto de vista estrictamente “técnico” el viaje del Presidente resultó más bien anodino y susceptible de comprobación empírica en cuanto a lo que puede esperarse del palabrerío empresarial español. Lo más (o único) destacable de ese terreno es la promesa de Repsol acerca de adelantar inversiones por 2000 millones de dólares entre el año próximo y el 2009 (hay quienes lo interpretan así y quienes hablan de apuesta adicional). Lo cual queda en el marco de más o menos lo mismo que esa compañía viene anunciando desde hace varias temporadas, incluyendo los peores momentos de la crisis argentina si es por la ratificación del rol “estratégico” que los petroleros españoles le confieren a nuestro país. La realidad es que la inversión, apreciada desde las necesidades energéticas de mediano y largo plazo del parque local, queda a un abismo –a gran escala, entendámonos– de lo necesario. Y si es por el resto de lo firmado-anunciado en la visita, son declamaciones de pico para afuera: “Mecanismos de concertación bilateral”, “Seguridad, Libertad y Justicia”, “Crecimiento Económico y Oportunidades”, etc. Muy rico todo, pero no pasa de lo que se expresa en cualquier gacetilla de prensa diplomática.

Mas luego, entre las dos telas para cortar hay la posición expresada por Kirchner en torno de las tarifas. Les dijo que se trata de armonizar los costos y los servicios hurgando el bisturí en cada caso, de modo que no les dijo prácticamente nada concreto. Hizo un pase de torero que puede interpretarse como inminencia de aumento pero no me pidas que te lo diga derecho viejo porque el año que viene es electoral, igual que, dejame ver que después te llamo. Las caras de los hombres de negocios españoles expresaron contrariedad, según todos los despachos de prensa, pero a ninguno se le ocurrió echar el falta envido. Bueno sería: en 2005, sólo las ganancias de Repsol treparon a más de 4000 millones de dólares.

De tal forma, la segunda tela es la única que vale. Esta gente (no sólo la petrolera ni mucho menos, cuidado) que cierta derecha tonta y cierto periodismo añorante de los ’90 imaginó casi con los dos pies afuera, al cabo de 2001/2002; esta gente que por lo bajo, dicen que dicen, habla de una Argentina confiscatoria de buena parte de sus bolsillos; esta gente que no iba a poner un solo dólar más si no recibía un compromiso firme de incremento tarifario... pues tiene los dos pies y todo el cuerpo bien adentro, lo que dice o diría por lo bajo es tan bajo que no tiene importancia alguna y, sea por lo que sea, anoticia que además de seguir levantando plata a carradas va a poner alguna encima. No es ninguna sorpresa, sino la renovada prueba de que nadie muerde la mano del que le da de comer (es decir: la historia está plagada de mordidas que llegaron a darla vuelta pero, vamos, no es justamente el caso de multinacionales españolas que, como ellos mismos aceptan, estratégicamente comen de la Argentina).

La lección se suma a tantas otras y sin embargo, no termina de surtir efecto, producto de una dominación cultural en la que el temor al poderoso desempeña un papel clave. Alcanza y sobra con remontarse a las amenazas bíblicas que se prodigaron para la eventualidad de que no se pagase la deuda externa. Toda una generación de argentinos creció bajo el fantasma de que embargarían los aviones, los barcos, las exportaciones. Y al momento de corroborarlo, gracias a la devaluación y la quiebra más grandes de la historia mundial, no pasó nada que no fuera la retroalimentación de las amenazas. Los bonistas y los fondos buitre y los exilios sin retorno y los países y los viejitos italianos y japoneses y alemanes que nostragarían crudos y un tronar del escarmiento que también sería el más grande de la historia. Y otra vez: no. No pasó nada, más allá del efecto interno de que, por supuesto, la crisis la pagaron quienes menos tienen. Y allí está, para redoblar la lección, la Bolivia de Evo Morales. Que además de nacionalizar la distribución de la renta petrolera acaba de anunciar que recupera el comando de varias herramientas nodales de la economía; pero ya sin alcanzar un lugar destacado en la prensa internacional. Porque después del grito en el cielo, arribó la obviedad de que negocios son negocios y el capitalismo no siempre puede aspirar a que los vientos políticos le sean, en forma constante, huracanes descontroladamente favorables. La mayoría de las veces se saca todo, y algunas pocas veces un poquito menos que todo.

¿Alguien cree, por ventura, que aspiraban a que el gerenciamiento de la rata durase más de los 10 años que duró? Es apenas un ejemplito criollo, para recordar otra obviedad: ellos tenían muy claro que en alguna oportunidad podía llegarles alguna factura por la fiesta de los ’90. Y no es descabellado suponer que ya la tenían descontada. Todo lo demás es para la gilada.

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