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En Rusia, el fútbol está muy cerca de la mafia

La gran cantidad de jugadores extranjeros que comenzaron a llegar a la liga de aquel país provocó sospechas sobre el origen del dinero que se utiliza en ese mercado. A pesar de ello, los argentinos siguen llegando.

Desde hace más de un año, el fútbol ruso se convirtió en un atractivo mercado para los jugadores argentinos. Contratos duraderos y bien remunerados logran compensar las duras condiciones culturales y climáticas que deben soportar los futbolistas del medio local, que buscan adaptarse a este duro contexto competitivo. Sin embargo, la cantidad de dinero invertido por los clubes rusos en transferencias parece no coincidir con el nivel general de ingresos que posee un país que, tras la caída de la Unión Soviética, soporta una severa crisis económica. Muchos sospechan que los equipos de la Primera División de este país son, en definitiva, pantallas donde se blanquea dinero proveniente de distintas actividades delictivas.
Canales de televisión, compañías de hidrocarburos y jóvenes empresarios que construyeron sus fortunas con llamativa rapidez, mientras el socialismo real se desplomaba vertiginosamente, son en la actualidad los nuevos propietarios de los 16 equipos rusos que militan en la Primera División. La llegada de jugadores extranjeros a Rusia es un fenómeno nuevo. Hombres de negocios, pertenecientes a lo que se conoce como la nueva oligarquía del país, comenzaron a comprar, desde hace por lo menos cuatro años, futbolistas provenientes de las antiguas repúblicas de la ex Yugoslavia, como el Croata Ivica Olic y el Bosnio Elver Rachimic, quienes actúan en el CSKA, entre otros.
Pero a principios de 2003, los empresarios rusos vinculados al fútbol comenzaron a enfocar sus miradas sobre el campeonato argentino que, merced a la devaluación, se convirtió en una apetecible fuente de jugadores buenos y baratos. Nicolás Pavlovich se convirtió, a principios del año pasado, en el primer argentino que fichó para un equipo ruso, el Saturn, de Moscú, que luego incorporó a Lucas Pusineri, de Independiente, y que acaba de contratar a Pablo Guiñazú, de Newell’s, en dos millones de dólares. Todos ellos fueron contratados por dos temporadas, en valores muy superiores a los que percibían en los clubes argentinos.
Ellos no son los únicos. Un grupo de empresarios vinculados a Boca consiguió que otro equipo de la capital se interesara, a mediados del año que se fue, por los servicios de dos futbolistas del equipo que conduce Carlos Bianchi, que ya no eran tenidos en cuenta por el técnico: Héctor Braccamonte y Gustavo Pinto, que se integraron al Torpedo Metallurg, también de Moscú.
El empresario Eduardo Petrini, que encabezó estas transferencias, le contó a Página/12 que los directivos rusos quedaron “muy conformes” con la tarea cumplida por los dos ex jugadores de Boca, y vaticinó que, en los próximos meses, los clubes rusos enviarán más emisarios al país en busca de refuerzos para sus planteles. “El futbolista argentino es muy requerido y valorado. Además de sus condiciones técnicas tiene una gran capacidad de adaptación, incluso a un medio tan complicado como el ruso”, señaló Petrini. Según el empresario, los rusos se interesaron primero por los jugadores brasileños, pero éstos no rindieron en la medida de lo esperado, y ello determinó que la atención fuera puesta en algunas de las figuras que actúan en el torneo argentino.
De todas maneras, jugar en el fútbol ruso no es sencillo para ningún extranjero, y mucho menos para un sudamericano. Allegados a Braccamonte contaron que durante los primeros cinco meses, el delantero vivió junto con Pinto en la habitación de un hotel. La única compañía de habla hispana que tuvieron durante ese lapso, fue un traductor que trabajaba para el Torpedo, que los acompañaba a todos lados. Los argentinos sufrieron además un cierto vacío por parte de sus compañeros. “Héctor me contó que siempre llegaban tarde a todas las charlas técnicas porque nadie les avisaba cuándo se tenían que reunir. Después de cuatro meses jugando en el equipo se enteraron de que el capitán, un serbio, sabía castellano porque había jugado en España, pero nunca antes les había dirigido la palabra. Pese a todos esos problemas los chicos fueron figuras importantes del equipo, terminaron como titulares y sus actuaciones fueron decisivas para que el Torpedo no descendiera”, reseñó Petrini.
El campeonato se extiende entre abril y noviembre. Los cuatro meses restantes son muy fríos y esto hace imposible la práctica de deportes al aire libre. Las pretemporadas que realizan los equipos son muy prolongadas, y se llevan a cabo en lugares de climas más cálidos, por lo general en el exterior. El Torpedo Metallurg trabaja por estos días en Turquía, y luego tiene previsto continuar en España, Chipre, Grecia y la República Checa. El periplo se prolongará hasta el inicio del torneo.
Los equipos de la Primera División en su mayoría provienen de Moscú o de San Petersburgo, pero algunos están radicados en zonas donde existen conflictos armados entre distintos grupos étnicos y religiosos. Uno de ellos es el Alania, de Osetia del Norte, una región cercana a Chechenia. Se cuenta que cuando los equipos deben visitar esta plaza lo hacen bajo fuertes custodias militares, para prevenir posibles ataques terroristas.
Aunque se reconoce como un gran aficionado al fútbol, Román Abramovich (ver recuadro), uno de los hombres más ricos de Rusia, no ha realizado inversiones en ningún equipo del país. Los aficionados creen que si el magnate comprara algunos jugadores y los llevara a su tierra natal, el nivel del fútbol ruso podría fortalecerse y competir a la par de las grandes ligas de Europa. Pero, de momento, Abramovich se muestra reticente al respecto.
Corresponsales de medios de prensa rusos acreditados en Buenos Aires, que pidieron no ser identificados, confirmaron a este diario que en su país existen serias sospechas sobre la vinculación que existe entre los clubes rusos y las organizaciones delictivas, que los utilizarían para lavar dinero proveniente de distintas actividades. Esto explicaría la explosión de jugadores extranjeros transferidos a ese país.
Además de las sospechas sobre lavado de dinero, los escándalos financieros que protagonizan los directivos del fútbol ruso están a la orden del día. En mayo, se conoció que el club Spartak de Moscú evadió siete millones de dólares en concepto de transferencias. La maniobra consistía en depositar el dinero obtenido por alguna venta, en cuentas bancarias radicadas en Suiza. La Unión de Fútbol de Rusia seguía una práctica similar con los pagos que recibía por las presentaciones que realizaba la Selección Nacional en distintos torneos.

Producción: Leonardo Castillo.

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Héctor Bracamonte es uno de los argentinos en la liga rusa.
 
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