DEPORTES › EL PARTIDO QUE LOS ARGENTINOS SUFRIERON EN LAS TRIBUNAS DEL ARENA CORINTHIANS

“Con esa suerte van a ser campeones”

Eso decían los brasileños, para nada neutrales, cuando acabó el partido, después de 120 minutos y desafíos y cargadas de ida y vuelta. El clásico cantito en el que “Maradona es más grande que Pelé” sonó muy a menudo en el estadio.

Argentina gana con un gol agónico. La angustia de los penales se disipa, pero no tanto. El 15 suizo, Dzemailí, cabecea, la pelota pega en el palo derecho del arco de Romero y después en las piernas del delantero suizo y la rosca, el viento, la fortuna, o lo que sea, la saca para afuera. Los argentinos respiran aliviados. Un hincha brasileño dice que “con esa suerte van a ser campeones”. Los hinchas visitantes revolean sus remeras; los brasileños aprovechan para ir vaciando las gradas y los suizos se lamentan pero se quedan mirando a sus jugadores, que siguen en la cancha, eliminados y exhaustos. Para unos y otros, y para los falsos neutrales, los brasileños que cantaron el olé y abuchearon a Messi, el partido fue como una gran montaña rusa sin fin.

Cuesta arriba fue el ingreso al estadio, el viaje en subte, la combinación con el metro y la larga pero lenta caminata hasta los ingresos del Arena Corinthians de San Pablo. Allí se vivieron las primeras emociones y un colorido duelo entre hinchas argentinos y brasileños, que luego iba a continuar en las gradas, ocupadas prácticamente en partes iguales. Los suizos eran pocos y, cuando se encendían, los tapaban sus propios aliados.

En las calles, cuando faltaba poco más de una hora para el inicio del encuentro, todavía se podían conseguir entradas, pero los 2000 reales que pedían los revendedores (900 dólares) no eran para cualquier bolsillo y los interesados rebotaban. Y todos hablaban con todos, porque ese es el clima mundialista, de hermandad y risas, hasta que comienza a rodar la pelota.

Los brasileños dicen que les gustaría jugar la final con la Argentina, “el clásico del fútbol mundial”, pero ayer demostraron, con su apoyo incondicional a Suiza y los gastes en los únicos minutos en los que los europeos metieron seis pases seguidos, que está bien la idea de enfrentarse a la Argentina de Messi, pero que mejor que no, que le toque otro rival, de ser posible el peor de los clasificados.

Para los hinchas argentinos, en cambio, lo primero es ganar y después ver quién está enfrente. Y si la Argentina no puede, porque no se le da, porque no encuentra espacios, porque el rival también juega, la opción es pedirles garra a los jugadores, que es lo que todos saben se necesita para ser campeones. Por eso, apenas pasados los primeros dos minutos de juego, comenzó el “vamos, Argentina vamos, ponga huevo, que ganamos”. Los brasileños contestaron y recibieron una silbatina ensordecedora. Hubo también tiempo para los ingleses, que ni en la Copa están ahora, pero los hinchas no se olvidan y empiezan a saltar para no ser. La escena es parte del color del fútbol y se repite una y otra vez.

La primera bajada, la más vertiginosa de todas, llega con las dos oportunidades de gol que los suizos tienen en la primera parte. El público argentino se va planchando de a ratos, y de a ratos se vuelve a meter en partido, como para apuntalar al equipo que lo necesita y mucho porque los suizos le ganan el mediocampo y lo complican para encontrar su juego. Un par de subidas y bajadas de intensidades diferentes culminan con el clásico argentino de que “Maradona es más grande que Pelé”.

Muy arriba a veces, muy abajo otras, los hinchas parecen acompañar el movimiento del partido. Pero no se resigna al empate, ni a la posibilidad de un complementario ni mucho menos a los penales. El imperativo de que “esta tarde tenemos que ganar” enciende otra vez los corazones nacionales, que esperan más de la Selección pero la ven como tropezando frente a un rival que puede hacer bien las cosas pero que en su planteo se reconoce inferior.

Para colmo, hubo un momento de cargada, cuando estaba por terminar el primer suplementario, tras el empate sin goles en los 90 minutos. Tras unas combinaciones entre Mehmedi, Drmic, Rodríguez y el ingresado Fernándes, los brasileños comenzaron a corear el ole, ole, ole que les tocó el orgullo a los futbolistas argentinos y entonces sí termina de despertar la fiera en el equipo argentino.

La respuesta de los argentinos fue inmediata. Hubo un cambio de actitud, y de energía, y en la aceleración de los jugadores los hinchas volvieron a la carga. Cuando Messi arrancó su carrera, habilitado por Palacio, los corazones se detuvieron, como suele pasar cuando comienza el vértigo de otro descenso, tal vez el último. Messi acelera y pasa, piensa en definirlo él, como en todos estos días de partido pero, al igual que los hinchas, lo ve a Di María y se la deja servida para el gol del triunfo. La subida es pura alegría, abrazos, cantitos y revoleo de remeras made in Argentina.

Todavía iba a quedar un último susto, la pelota que el ingresado Dzemailí cabecea y rebota en el palo y después entre sus piernas. Los corazones se paralizaron nuevamente, pero enseguida llegó el alivio. La montaña rusa llegó a su última parada. El vértigo se convirtió en desaceleración, la angustia en una gran puteada sacada bien de adentro, visceral, y el miedo en la seguridad del que para de sufrir. Como suele ocurrir en las montañas rusas, habrá hinchas que querrán volver a dar otra vuelta, revivir el asunto aunque sea algo irrepetible; no es el caso del cronista, que se inclina por cuestiones menos estresantes.

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