DIALOGOS › JOHN RALSTON SAUL, 67 AñOS, ESCRITOR CANADIENSE, PRESIDENTE DEL CENTRO INTERNACIONAL DE PEN CON BASE EN LONDRES

“Las lenguas de las Américas se han convertido en nuestras raíces, dicen quiénes somos”

El escritor canadiense señala que el PEN, que ha dejado de llamarse PEN Club, pasó de una etapa más elitista a intervenir en las nuevas problemáticas del lenguaje, desde la censura hasta la defensa de lenguas en peligro de extinción.

 Por Andrew Graham-Yooll

Pasaron por Buenos Aires como una misión ministerial. John Ralston Saul, presidente de la Asociación Mundial de Escritores PEN Internacional, con base en Londres, vino contagiando una sensación de apuro para que la filial argentina, una de las más antiguas de América latina, sea reconstruida de urgencia. Había que convocar a escritores argentinos de para recuperar el perfil perdido y relanzar el Centro PEN (Poetas, Ensayistas, Novelistas) en Buenos Aires. El secretario del canadiense Ralston, un inglés con un castellano nutrido por larga residencia en esta capital, James Tennant, convocaba a reuniones, convidaba vinos, concretaba encuentros y cenas. El viernes 9 de mayo partieron para Chile, también en busca de la reconstrucción de una sede que los años de Pinochet dejaron devastada. De regreso en su sede en Londres, aunque vive en su Canadá natal, Ralston, ya más tranquilo, repasó el proyecto para el que buscó apoyo entre escritores argentinos.

–¿Me puede decir para qué sirve la Asociación Mundial de Escritores PEN Internacional? ¿Es realmente internacional o se inclina más por atender asuntos domésticos y concretar congresos en diferentes ciudades?

–Los centros fuertes pasan casi mitad de su tiempo dedicados a problemas dentro de sus propias fronteras. Los canadienses, los británicos, los norteamericanos. Los norteamericanos se están manifestando contra su propio gobierno, contra las corporaciones, en temas como privacidad y vigilancia. Lo mismo los alemanes; el centro PEN japonés organizó una campaña contra la supresión de información sobre la industria nuclear. Era un problema de falta de transparencia y libertad de expresión. La mayoría de los centros desparramados por el mundo apoyaron al centro japonés. Es importante que cada centro se vea como parte de una coalición internacional, un ensamblaje de todos. No es necesario querer a todos los socios, no se necesita estar de acuerdo con ellos, ni siquiera es necesario aceptar sus gustos o su política. El único acuerdo necesario es que la libertad de expresión es la base de cualquier función. Es central para la literatura de donde sea. No nos podemos detener a quejarnos: “Ay, esos son socialistas y no me gustan, o son nacionalistas...”. Simplemente no hay que desperdiciar el tiempo.

–Esa fue una linda presentación, pero en el contexto histórico de PEN, ¿qué hace PEN en Buenos Aires? Usted viajó a la Argentina durante la Feria del Libro, a comienzos de mayo, ¿por qué?

–Hay dos respuestas. La primera es que PEN es una organización que se apoya en la labor voluntaria de sus socios. En la actualidad hay 25.000 socios en 148 centros de PEN, en 104 países. En algunos lugares hay más de un centro, por haber más de un idioma o grandes distancias que establecen diferencias, etc. Somos fuertes en muchas partes, no tanto en otras. Y aquí viene la segunda respuesta: desde hace unos tres años, o algo más, el rol y la influencia de los centros en América latina ha ido cayendo. Son buenos centros, pero se basan más en el modelo de los viejos clubes literarios, vienen de cuando había menos escritores que venían de clases y educación similares.

–Bueno, ¿y en qué fallaban?

–Aun cuando se interesaban por la libertad de expresión, no sugiero que no lo hacían, no cambiaron con los cambios. PEN tiene una visión global. Los centros de PEN, ya no son PEN Club. Son más amplios. Muchos escritores, detenidos o perseguidos, hoy trabajan en el área digital, son bloggers. Ya no es el mismo mundo académico de antes. Al mismo tiempo, en América latina en la última década hemos visto el retorno de la violencia, de otra forma y objetivo, pero violencia contra escritores, muchos de ellos periodistas en México, en Guatemala, Honduras, en Brasil, en forma creciente y empeorando. Vemos un gran crecimiento en la corrupción, con forma nueva ligada al crimen, con participación de funcionarios públicos, policías y ejércitos en todos estos países. Cuando muere gente, aunque el poder judicial y la legislación parecen adecuados no se impone la ley y se magnifica la impunidad. En México se ha matado a mucha gente y no se ha acusado a casi nadie, no hay juicios, nadie va preso. Quizás uno va detenido cada cien asesinatos. Cuando me eligieron presidente del PEN Internacional hace algunos años dije que la organización tenía que lograr que los centros PEN en América latina debían recuperarse y conocer su importancia. Tienen una función local que alguna vez tuvieron y deben reasumir frente a sus propios problemas y las de otros en el mundo. Esa es la conclusión amplia. La respuesta con respecto a lo local es que la Argentina tiene un centro PEN entre los más antiguos de América latina. México creó el primer centro en 1930, y en abril de ese año le siguió la Argentina. La asociación se inició en Londres en 1921. En septiembre de 1936 en la Argentina se organizó un congreso internacional que todavía aparece en las crónicas históricas. Espero que en cinco o seis años se pueda volver a hacer un congreso de PEN aquí. Pero para lograr eso hay que alcanzar una amplia membresía, una comunidad crítica y creativa. Hay que saber que en Turquía es el PEN el que lleva adelante el debate. Es un centro enorme. En Inglaterra hay 2500 socios, los EE.UU. tiene 3500, el centro que representa la costa oeste de EE.UU. tiene otros mil miembros y mi país, Canadá, tiene mil, en la francófona Quebec hay 500 socios, en Alemania hay alrededor de dos mil, los japoneses deben estar alrededor de tres mil y en Corea del Sur hay por lo menos mil. Se acaba de iniciar un centro en Myanmar (antes Burma o Birmania). Buenos Aires tiene muy pocos socios a pesar de que carga con la herencia de una tradición muy importante. Creo que hay enorme buena voluntad para recrear un centro. Toda persona con la que conversé en mi visita a la Argentina en mayo estaba de acuerdo en que es muy importante. El Centro PEN en Brasil ha sido reanudado con mucha gente muy comprometida con los temas locales y ya se halla capaz de intervenir en situaciones internacionales.

–Esa fue una respuesta, digamos, abundante. Tiene que haber una respuesta simple que usted haya escuchado de por qué se ha ido reduciendo el PEN argentino.

–Yo escucho a gente en la región que dice: “Aquí no tenemos problemas serios, la era de los dictadores militares ya fue”. No es válido el argumento. Si los canadienses y los norteamericanos pueden dedicar el cincuenta por ciento del tiempo de un centro a problemas internos de su país, considero que hay situaciones críticas que un centro argentino debe atender. No puedo creer que la Argentina tenga menos problemas que Alemania en materia de libertad de expresión. Todos tenemos problemas con la limitación de la libertad de expresión. Por otra parte, hay una situación formal: digamos que yo encabezo una delegación a México. Ahí me encuentro con una docena de escritores de Norteamérica, de Europa, de Asia, pero no tengo a mi lado escritores de renombre de Sudamérica. Necesitamos que los mejores, más influyentes, conocidos escritores de Argentina participen de las delegaciones que se preocupan por lo que sucede en su propia región, junto a escritores de renombre de otros países. Realmente es un papelón que en una reunión internacional no haya una importante representación argentina. Hay una obligación de estar. En Chile, el escritor Antonio Skármeta está organizando la reinauguración del centro PEN. Varios escritores hondureños se han reunido en Tegucigalpa para crear un centro, cosa que significa un enorme desafío a la violencia y la represión.

–¿Desde cuándo es usted presidente del PEN Internacional?

–Desde octubre de 2009. Tengo un año más. Uno puede ser electo por un período de tres años o por dos períodos consecutivos. Creo que es importante que los presidentes internacionales no pasen de un período de tres años. Permite mayor rotación. La organización ha crecido suficiente en número de socios, en sus finanzas y en sus programas.

–¿Cómo describiría usted la esencia moral y el poder de la organización?

–Tenemos la palabra, es nuestro poder, nuestra arma es la palabra. No tenemos bancos ni ejércitos, ya lo dije, pero hemos usado la palabra que tiene una fuerza increíble. Uno mira a su alrededor y se ve que hay un puñado de empresarios presos, quizás un grupito de presidentes o primeros ministros detenidos, y algunos generales también. Reconozco que esto último es diferente en el caso argentino. No hay economistas presos ni siquiera después de la crisis de 2008, pero hay más de ochocientos escritores o periodistas o blogueros en las cárceles de todo el mundo y unos cien son asesinados cada año. En Tailandia hace poco asesinaron a un poeta. Depende donde se mire. En México, el objetivo son los periodistas. Podemos decir que son como modas quién va a la cárcel, quién debe ser perseguido. La fuerza de la palabra se mueve. Muchas veces uno se sorprende con la labor lograda por uno mismo. Por ejemplo, recordemos que la dictadura en Túnez fue derrocada a partir de la labor de blogueros, no eran famosos novelistas. La función cumplida por autores como el irlandés Jonathan Swift (1667-1745) o el francés Voltaire (1694-1778) ahora recayó en los bloggers. ¿Quedará así? Es probable que no. Somos la palabra, no tenemos nada más. Pero eso ya es mucho.

–Antes había una regla un poco elitista que establecía que para ser socio de PEN el escritor debía tener un libro publicado, pero aquí le hacían un análisis de sangre o se cuestionaba si el libro era “literatura”.

–Ya no es una regla, depende de cada centro. En Myanmar, que es el centro más nuevo, creado hace pocos meses, el presidente es un dramaturgo, el secretario es un bloguero que acaba de salir de la cárcel. No tiene un sólo libro publicado, pero es un escritor. Había antes una división muy artificial, con una parte que manifestaba que hacía literatura y otra que quería tratar la libertad de expresión. En uno de mis primeros discursos dije que las dos áreas eran lo mismo. No puede existir una sin la otra. La libertad de expresión se expresa a través de la literatura. Somos las dos cosas. La gente debe comprender como funciona esto. Si decimos que no nos vamos a meter en política, hacemos una declaración política. Todo lo que decimos o escribimos tiene un efecto político. El caso Salman Rushdie que estalló en febrero de 1989 fue un punto de cambio. Ahí, la política de la religión se enfrentó a la libertad de expresión de la literatura, y la presión y la acción extremista estaba dirigida contra las editoriales. Hay que tomar nota que una organización como la nuestra no es un club. Más bien es una coalición de personas que creen en la literatura y la libertad de expresión. No somos una ONG. Una ONG la representa un pequeño grupo ejecutivo que persigue un objetivo y una causa, tienen socios que son más bien simpatizantes. PEN es como una nación de la palabra con gente que es garante de PEN.

–En una época, los años setenta pero antes también, la Comisión de Escritores en Prisión de PEN era la columna vertebral de la asociación. ¿Qué pasó con esa comisión que parecía tener un ascendente sobre todo el resto de las actividades? Lo que usted dice marca un cambio de rumbo.

–La Comisión de Escritores en Prisión (WiPC en sus siglas en inglés) era maravillosa, fabulosa y fuerte. Y aún lo es. Pero tenemos comisiones que trabajan en otras facetas de la libertad de expresión. Antes teníamos una WiPC que era una parte muy fuerte en PEN, luego estaba la literatura, que parecía menos importante. Hay que pensar en cada paso que la literatura y la libertad de expresión deben dar juntos frente a una gran variedad de reclamos. Si uno es galés, por ejemplo, tiene un idioma que ha sido políticamente marginado, hasta “atacado” durante siglos para hacerlo desaparecer. El hacer peligrar la existencia de una lengua es un desafío a la libertad de expresión. Por eso tenemos la Comisión, entre otras de Traducción y Derechos de la Lengua. En las Américas, Sur, Centro y Norte, hay cientos de idiomas nativos originarios. Son los idiomas de las Américas. Pero en nuestras costumbres, la de usted el hablar castellano e inglés, yo el inglés y el francés, usamos idiomas de otra parte. Sin embargo y con el tiempo, las lenguas de las Américas se han convertido en nuestras raíces, dicen quienes somos, aunque digamos otra cosa. Si no lo reconocemos y actuamos presenciaremos la desaparición de la mayoría de estas lenguas originarias. ¿Cuál puede ser el mayor desprecio contra cualquier persona que quitarle su lengua? El lenguaje es educación.

Hace siete años hicimos un amplio programa sobre la palabra en la educación en Africa. Hay un gran número de idiomas, pero se impone una pequeña elite de escritores o caciques o dictadores o generales o sus primos, causando daño entre ellos o defendiendo a los suyos. En muchos países, como Sierra Leona o Etiopía, que son los que conozco, lo fundamental de la libertad de expresión para el ciudadano es su capacidad del uso del lenguaje. Obtuvimos fondos de Suecia para convencer a africanos educados, escritores y otros, de ir a los colegios públicos en el interior de sus países y formar clubes literarios. Los niños casi no tienen posibilidad de completar su educación, menos aún oportunidad de terminar la secundaria o ingresar a la universidad. La mayoría no son de clase media o media alta y no tienen el dinero, ni el aprendizaje, ni la ayuda para enterarse del valor de la educación. Nuestros centros enseñan a los niños no sólo a leer literatura, que pocas escuelas enseñan de verdad, sino también aprender a escribir poesía y cuentos y obras de teatro que luego pueden representar. En el interior de Sierra Leona vi a un grupo de niñas actuar en su propia obra en un escenario bajo un tinglado abierto. Hay que darse cuenta lo importante y lo revolucionario de lograr eso. Cambia sus vidas. Los niños se embarcan en el camino de la ciudadanía por la literatura. Ahora, vuelvo a la pregunta, esa parte de la labor de PEN, llamémosle la parte literaria, crece a la par de la WiPC. Concurrimos a reuniones en todas partes para considerar otros temas con escritores. La labor está más equilibrada y los dos sectores se acompañan mejor. La literatura enfrenta su verdadero significado. La batalla por ser más importantes entre las dos alas se ha terminado. Cuando ingresé como miembro de PEN la competencia era furiosa. La WiPC hasta alquilaba oficinas aparte.

–Usted se reunió con un grupo de escritores argentinos y los actuales dirigentes del centro argentino en la Biblioteca Nacional durante la Feria del Libro en mayo.

–PEN en la Argentina era por un lado una especie de club de elite. Le cuento que hace unos cuantos años, bajo la dictadura y tiempo después, me di cuenta de que el mismo nombre era negativo, muchas veces en broma pero revelaba una actitud, porque para muchos el PEN era o es el Poder Ejecutivo Nacional (PEN). “Estar a disposición del PEN” significaba quedar detenido por decreto sin juicio bajo el estado de sitio, una especie de “ley marcial” blandita. A varios colegas le molestaba la mera idea de asociarse “al PEN”.

–Fue útil enterarse de eso para alguien de afuera. No lo sabía. PEN se inició en Londres en 1921, quizá sea casi tan viejo como el estado de sitio...

–Una de las características del siglo veinte y ahora en lo que va del veintiuno ha sido el crecimiento de la propaganda, del mal uso adrede del lenguaje. No sucedió en el siglo diecinueve. Los dictadores de entonces, las religiones, tenían otras formas pero hay estudios que muestran que no comprendían el poder del lenguaje. Quizás algunos lo entendían, pero no sabían hasta donde podían llegar en la distorsión del significado. Hoy, si un gobierno quiere clausurar un servicio público de apoyo a niños carenciados y discapacitados, habrá una “ley de amparo a la niñez”. O se establece la “ley de igualdad y alimentos” para condenar a un hombre por robar un kilo de comida. El idioma se usa para decir lo opuesto. Buena parte de la publicidad hoy está inspirada en dos películas que hicieron los nazis. Así se venden gaseosas y hasta algunas laptop. Vivimos en una sociedad que ve el lenguaje como peligroso, con el agregado que gente que logra fortuna y poder lo usa para la distorsión de su significado. Se usa el lenguaje contra el lenguaje.

–Muy bien, usted ha informado ampliamente, pero ahora tenemos que concluir...

–La libertad de expresión tiene serios problemas, la más clara evidencia de esto se detecta en el retorno de la comedia negra. Este estilo teatral siempre llega en los momentos de dificultades políticas en lo que hace a las libertades públicas. En este caso, la mejor contraofensiva es más comedia. La autoridad no sabe responder a la mofa. No se puede prohibir el lenguaje, ni clausurar la literatura. Rebota. Lo que me asusta es que se ataca la libertad de expresión en muchos frentes... se me ocurren por lo menos siete (levanta la mano y cuenta en los dedos: ...1) El arresto, 2) La muerte, 3) La impunidad, 4) La complicidad de grandes corporaciones con los gobiernos, 5) Es sorprendente cómo se ha expandido el uso legal del secreto, 6) La vigilancia y persecución, la excusa es la protección contra el terrorismo, 7) La minucia o el insulto se usan para devaluar la libertad de expresión). Naturalmente, hay mucho más, por ejemplo la represión de la homosexualidad en nombre de la protección de menores, el uso de la difamación religiosa para justificar restricciones.

Los EE.UU. crean algo así como 55 millones de secretos nuevos cada año, que el ciudadano no puede conocer o difundir; el quebranto de la transparencia.

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