DIALOGOS › EL INVESTIGADOR DIEGO HURTADO DESMENUZA EL DESARROLLO DE LA TECNOLOGíA ATóMICA EN LA ARGENTINA

Una historia de la “cultura nuclear”

Es doctor en física, pero en los ’90 dio un giro hacia la historia de la ciencia y la tecnología. Desde entonces investiga el devenir de la energía nuclear en el país. Una historia que arranca en el primer peronismo y atraviesa las turbulencias políticas, sociales, militares y económicas de las décadas siguientes. Y que conforma, dice, un modelo de desarrollo científico-tecnológico que hizo posible el renacimiento del sector.

 Por Verónica Engler

Dice con sorna que su libro es una obra, en algún sentido, antiacadémica y antieconómica. Es que Diego Hurtado, doctor en física e historiador de la ciencia, pasó más de una década investigando para poder escribir El sueño de la Argentina atómica. Política, tecnología nuclear y desarrollo nacional (1945-2006), que finalmente se publicó este año. El libro se inició con el sentimiento de desazón que la década del noventa había dejado en buena parte de la población argentina, y termina con la alegría y esperanza que comenzó a sentir hace aproximadamente una década buena parte de la gente que vive en este país. “Lo que yo me propuse es que esto deje un aprendizaje importante, porque hoy la Argentina está en un umbral de necesidad de generar competencia para formular políticas públicas en sectores tecnológicos, y esto es la ecuación crucial para el despegue económico de la Argentina hoy”, señala sobre su monumental obra, en la que se analiza con lujosísimos detalles la historia del desarrollo de una política tecnológica que definió un área estratégica para el país.

–Su libro sobre la historia de la energía nuclear en la Argentina es la historia de un éxito, pese a que usted lo inició pensando que iba a contar algo más ligado al fracaso. ¿Cómo se da ese cambio de perspectiva?

–Empecé con el tema nuclear alrededor del año 2000. Para esa época yo trabajaba en historia de la ciencia del siglo XVII y XVIII. Pero tuve la oportunidad de estar en Nueva York, de consultar bibliotecas importantes y mientras trabajaba en mis temas me fui cruzando casi casualmente con artículos de energía nuclear. Me fue atrapando el tema y en paralelo mis compañeros de carrera me contaban que la CNEA (Comisión Nacional de Energía Atómica) se estaba hundiendo, que no había cargos para gente joven, que quedaban técnicos, ingenieros y científicos de sesenta años que se estaban jubilando. Entonces la historia se me fue armando por ese lado, de dejar testimonio de que en la Argentina hubo algo muy promisorio que fue el desarrollo de la energía nuclear. Me fui embarcando en este tema y fui encontrando cosas realmente pesadas, que a mi juicio valía la pena que fueran contadas. Era una historia realmente compleja que me fue llevando mucho tiempo, y en el ínterin se relanza el plan nuclear en el año 2006. Y de manera inmediata el relanzamiento empieza a mostrar logros, hay mucho entusiasmo por parte de la gente que uno pensaba que había abandonado definitivamente el área. Este renacimiento inesperado lo que mostraba justamente es que esa potencia que se había alcanzado era la que hacía posible, en términos de desarrollo institucional y de capacidades tecnológicas, que frente a la decisión política el sector nuclear pudiera renacer con cierto vigor. En 2010 el libro estaba terminado, pero yo lo leía y veía que trasudaba fracaso, cuando en realidad lo que estaba pasando es que eso se estaba convirtiendo de nuevo en una historia promisoria. Entonces, empecé a revisar el manuscrito desde la página uno y reescribí todo. Eso me llevó casi dos años.

–Empecemos por el comienzo, que usted sitúa durante el primer peronismo. Lo más difundido del período en general suele ser la experiencia fallida del Proyecto Huemul, llevada adelante por el científico austríaco Ronald Richter (mientras que los planes nucleares de las potencias se basaban en la fisión de átomos pesados como uranio o plutonio, Richter quería obtener la fusión de átomos de hidrógeno, algo que al día de hoy todavía no se logró de manera controlada). Pero usted contextualiza y entiende este suceso como el comienzo del desarrollo de la energía nuclear en la Argentina y no como el affaire de Perón con un loco que lo convenció de seguirlo en su delirio. ¿Cómo es este momento en el que se empieza a gestar todo lo que se desarrollaría en las décadas siguientes?

–Visto retrospectivamente, Richter fue un mitómano que logra acceder a Perón, pero recomendado por un gran ingeniero aeronáutico de mucho prestigio, que era Kurt Tank. Y Perón tiene una debilidad política, que es que no tiene asesores físicos importantes en ese momento. Porque los físicos de nivel, que son tres o cuatro, se enfrentan con el gobierno, aunque algunos van a participar del plan nuclear, pero los más importantes, que son Enrique Gaviola y Guido Beck, se oponen al gobierno de Perón. Perón toma la decisión de embarcarse en un programa de desarrollo nuclear a lo Richter, y eso va a fracasar rápidamente. Pero a partir de ese fracaso hay un aprendizaje muy rápido, de seguir embarcados en una política nuclear. Y en ese rápido aprendizaje de no hacer apuestas al corto plazo es que el peronismo reformula una política nuclear de mediano y largo plazo. Para el año 1953-1954 ya se ve un entorno institucional propicio y una protopolítica nuclear sólida y consistente. De hecho, para el año ’55, el gobierno de Perón ya tiene resultados importantes, creó el Instituto Balseiro y se descubrieron catorce radioisótopos. En general se dice que Perón apostaba a los físicos alemanes que venían a vender cualquier cosa. Pero cualquier país que tuviera en ese momento la idea de desarrollar tecnologías de punta, la espacial, la nuclear, la electrónica, incluso cuestiones vinculadas con metalmecánica, al sector de telecomunicaciones y de transporte, quería traer a científicos alemanes. Yo diría que en esto no hay muchos visos de originalidad. Lo que sí se ve en el gobierno de Perón es el componente planificador que articula política nuclear a política económica.

–¿Qué queda de todo esto luego del golpe de Estado de 1955?

–Cuando cae Perón ya hay un entorno institucional muy sofisticado para la época, una dotación de recursos humanos muy importante y una gran inversión. Esto es lo que no se dice, porque la historia argentina es una historia de peronismo-antiperonismo, en donde como la batalla la gana el antiperonismo a la caída de Perón, entonces toda la historia, en particular la de la ciencia y la tecnología, es leída en clave antiperonista hasta 1973, digamos. Entonces, se encuentran cosas muy distorsionadas. Yo lo que hice fue borrón y cuenta nueva, me fui a las fuentes, y ahí me encontré con una cosa bastante diferente. Uno ve un gobierno que pone inversiones muy fuertes, algo que para la época es inédito. El gobierno de Perón invierte no sólo en el sector nuclear, también en aeronáutica, metalmecánica, en el sector de transporte, en infraestructura, donde se necesita en ciencia y técnica. Hay una política que pone en el horizonte la búsqueda de autonomía tecnológica. Y esto lo contrapongo a otro paradigma científico que va a ser el que se empieza a promover con la caída de Perón, que le va a dar un valor protagónico a cierto sector de la ciencia argentina, va a promover ciencias básicas, libertad de investigación, búsqueda de estándares internacionales en la producción de conocimiento científico, que también es necesario para la Argentina, pero ese paradigma científico que gana con la caída de Perón, gana en el sentido de que va a ocupar posiciones institucionales importantes, va a desconectar la ciencia y la tecnología de la realidad socioeconómica. Pero la CNEA se ve muy enraizada con la realidad socioeconómica argentina, y eso es lo que va a ser la clave del éxito del programa nuclear.

–¿Se puede decir que en el área nuclear sigue un proyecto peronista luego de la caída de Perón?

–En la política nuclear están los genes del peronismo en este sentido: un núcleo institucional fuerte, dependiente del Estado, planificado, con un horizonte de búsqueda de autonomía tecnológica y un hincapié en ir consolidando mecanismos de formación de recursos humanos locales. Va a ser ese componente nacionalista, industrialista, que está en un sector de los militares, que también son militares golpistas, los que van a hacer que no puedan ir en contra de la política nuclear. Desde el año ’52 Perón pone la CNEA bajo la esfera de la Marina y este prestigio la Marina lo va a querer conservar. Esto va a proteger al sector nuclear. Lo que se propone el golpe del ’55, y esto es lo tremendo, es desperonizar el Estado nacional, y bajo esta consigna lo que van a hacer es destruir el Estado nacional, destruir sus instituciones. El sector nuclear es reestructurado, pero sale indemne de esta desperonización. Y esto tiene que ver con que las Fuerzas Armadas detectan en el área nuclear un sector estratégico para la noción de defensa que manejaban los militares industrialistas. No hay que olvidar que en la Argentina hay una tradición de militares que viene de Savio, Mosconi, el propio Perón y (el contraalmirante Oscar) Quihillalt, que va a ser el presidente de la CNEA.

–¿Eran otras Fuerzas Armadas, distintas a las que conocemos hoy?

–Sí, otras Fuerzas Armadas, que se empiezan a perder en ese momento. Es el momento en que Estados Unidos con la Revolución Cubana empieza a promover la doctrina de la seguridad nacional. El impacto que va a tener la doctrina de la seguridad nacional en América latina, en particular en la Argentina, es hacer girar el foco de interés de los militares de una noción de defensa estratégica vinculada con la industria hacia el enemigo interno, y el problema del enemigo interno deja de lado la cuestión geopolítica, de la tecnología y la industria para un política de defensa articulada con la región. La doctrina de la seguridad nacional tiene raíces liberales, de fuerte dependencia económica de los Estados Unidos. Entonces se van eclipsando estos sectores industrialistas de las Fuerzas Armadas. En la Argentina este grupo de militares neoliberales logra copar las cúpulas de poder, de facto, con ministros de Economía como Krieger Vasena en los ’60 y como Martínez de Hoz en los ’70.

–La última dictadura es uno de los períodos más complejos para entender el plan nuclear, porque a pesar de que hubo desapariciones en la CNEA, personal detenido y torturado y cesantías, parte de la comunidad científico-tecnológica rescata en buena medida lo hecho durante esos años.

–Durante la última dictadura muta el sector económico, que va a apuntalar el desarrollo nuclear. Con las políticas neoliberales de Martínez de Hoz se plantea un proceso de desindustrialización, y aparece un sector de capitales concentrados, que es lo que se llama patria contratista. Se transfieren recursos públicos a manos privadas mediante la creación de deuda externa y la estatización de la deuda externa privada. Esta política económica barre a la pequeña y mediana industria, va todo a la quiebra, hace crecer sectores concentrados, y estos sectores encuentran que las grandes obras públicas del sector nuclear son funcionales a estos mecanismos de acumulación. Entonces las grandes obras como Atucha II, Embalse, la planta de agua pesada de Arroyito, la planta de reprocesamiento de plutonio, las obras de Pilcaniyeu quedan en manos de estos sectores. Hay una dictadura que aplica políticas de terrorismo de Estado sobre la propia CNEA, desaparecen quince miembros, va gente presa que es torturada, se tienen que exiliar, hay muchas cesantías, hay legajos paralelos, están los servicios de inteligencia accionando y a pesar de esto, se invierte muchísimo, cuatro mil quinientos millones de dólares, y esta inversión lo que permite ver a primera vista es cómo crecen las obras del plan nuclear. La conclusión de esto es: se pierde el sentido de traccionar la industria nacional, se sobredimensiona el plan nuclear, esto le va a hacer mucho daño a la democracia, porque va a heredar un plan nuclear totalmente disfuncional para las capacidades presupuestarias y financieras de la Argentina, pero va a seguir existiendo esta comunidad, esta cultura nuclear que no entendió ese viraje y que siguió trabajando dentro de la CNEA, muchos de ellos oponiéndose a las políticas de terrorismo de Estado. Hay que ubicarse en ese momento, hay gente que no sabe muy bien lo que está ocurriendo a nivel macro pero ve que los militares invierten en su sector, y entienden que su sector le hace bien a la industria nacional, siguen buscando la autonomía tecnológica nuclear aun durante un periodo de desindustrialización. Esto es lo que tiene de contradictorio.

–Investigar conjuntamente las visiones de la prensa de Estados Unidos, de los organismos internacionales y de la Academia anglosajona le permitió entender cómo se construyó la imagen de la Argentina como “país proliferador”. ¿De qué manera le sirvió esto para entender la historia del desarrollo de la energía nuclear en la Argentina?

–En mi hipótesis inicial no estaba el triángulo que formaron el Departamento de Estado de los Estados Unidos, la prensa norteamericana, que es la prensa internacional, y sectores de la Academia anglosajona. Yo tenía claro que cuando el menemismo intenta abortar el plan nuclear en los noventa, claramente respondía a presiones norteamericanas o de los países exportadores de tecnología nuclear. Y a partir de ahí se me ocurrió ir a ver lo que decía la prensa, ir a ver las fuentes de expertos nucleares y la verdad que me fui encontrando cosas realmente iluminadoras. Y ahí se me empezó a armar el triángulo y me empecé a dar cuenta de que la gran prensa cor- porativa norteamericana (The Wa-shington Post, The New York Times, Chicago Tribune) estaba actuando de manera sincrónica y armónica con la política exterior de los Estados Unidos y, en consonancia con eso, estaba lo que decía la Academia, con todo el prestigio que tienen algunas universidades norteamericanas y algunos institutos, sobre todo en América latina. Y la Academia norteamericana, cuando se analizan las últimas cinco décadas, tiene una mirada de la Argentina muy negativa. En términos globales, para los Estados Unidos, desde la década del ’40 Brasil es el aliado natural y Argentina con el peronismo y su búsqueda de autonomía política es la oveja negra del panamericanismo. La Argentina va a ser “el país proliferador”. Para los Estados Unidos fue muy funcional la categoría de países proliferadores para defender la estructura oligopólica o monopólica del mercado mundial. Esto los países centrales lo tienen muy claro, porque quieren los mercados de alto valor agregado, de alta tecnología.

–Usted hace referencia a Jorge Sabato como el gran ideólogo de la historia de la energía nuclear en la Argentina. ¿Cuáles son las características que lo convierten en un personaje clave?

–Sabato entra a la CNEA en 1954 y empieza a ganar relevancia rápidamente. Primero logra establecer el departamento de metalurgia, que es clave, y pide absoluta autonomía de trabajo. Empieza a difundir nociones novedosas para la década del ’60 en Argentina: la metalurgia como área estratégica y el sector nuclear como traccionador de la industria nacional. Ahí se empieza a generar un pensamiento que va a hacer eclosión en los ’70, y que lo va a transformar en uno de los pensadores más importantes en América latina acerca de cómo debe ser una política tecnológica para países en desarrollo. El desarrolla una teoría que es muy sofisticada, que al día de hoy no está recuperada en todas sus dimensiones. El “triángulo de Sabato” es probablemente el primer ladrillito sobre el cual hay que montar un gran edificio teórico que incluye al marxismo y categorías de la economía de la innovación, por ejemplo. Y es un pensador que piensa desde América latina en el mejor sentido “jauretcheano”, da vuelta el mapa, piensa lo universal centrado en América latina y en Argentina. Es muy difícil esa especie de maniobra teórica. Por eso creo que queda mucho por estudiar de él como de otros pensadores. Sabato pertenece a una escuela que hoy estamos llamando “pensamiento latinoamericano en ciencia, tecnología y desarrollo”. Ahí se puede encontrar a Helio Jaguaribe en Brasil, Halty Carrere en Uruguay, Marcel Roche en Venezuela, Celso Furtado como economista de la dependencia en Brasil, el propio Aldo Ferrer es un emergente del estructuralismo económico que tiene un pensamiento sobre la tecnología muy afín a Sabato. Podemos aprender mucho para el presente de este grupo de pensadores latinoamericanos.

–¿Por qué le parece que el pensamiento de Sabato todavía está por ser descubierto?

–Creo que en América latina somos muy dependientes del prestigio académico, en Argentina hoy valoramos mucho a alguien que hizo un doctorado o una maestría en los Estados Unidos. Ese capital simbólico es muy importante, porque las voces que vienen de la academia anglosajona son voces autorizadas. De hecho hoy, la gente que trabaja temas de energía nuclear en América latina, arranca citando autores anglosajones, y esto es tremendo en algún punto, porque hay algo de colonialismo intelectual, de dependencia académica. Por ejemplo, hay dos autores muy conocidos que son (Henry) Etzkowitz y (Loet) Leydesdorff, que van a lanzar en los ’90 una categoría teórica que es la de la “triple hélice”, que va a ser furor a nivel global, y mucha gente va a reflexionar sobre constructivismo en ciencia y tecnología, sobre sistemas nacionales de innovación de América latina citando a Etzkowitz y Leydesdorff. Yo desafío a que alguien me explique qué hay de novedoso en lo que dicen ellos que ya no esté en Jorge Sabato. Y de hecho, parece que ellos se enteraron de que hubo un “latinoamericanito” que dijo algo parecido, y empezaron a citarlo en un pie de página. Bueno, Jorge Sabato no dijo algo parecido, teorizó y desarrollo lo mismo que Etzkowitz y Leydesdorff están diciendo veinte años más tarde. Lo que pasa es que ellos no leen español, no les interesa lo que dicen otros, construyen sus propias tradiciones académicas. Pero lo tremendo de todo esto es que los pensadores latinoamericanos abreven en estos autores. Y lo que digo no tiene nada en contra de Etzkowitz y Leydesdorff, que son dos pensadores brillantes.

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Imagen: Rafael Yohai
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