DIALOGOS › ¿POR QUé MARIELA FLORES LLAMPA?

“Ayudar a recuperar la dignidad”

 Por Andrew Graham-Yooll

Es la primera entre ocho hermanos que fue a la universidad, se recibió de abogada e hizo una carrera que incluyó labor social para su gente y otras comunidades originarias. Es asesora legal del Inadi, asesora legal y política de la Unión de los Pueblos de la Nación Diaguita en Tucumán (Upndt). Nació en Talapazo, en Tucumán, un pueblo a siete kilómetros de la Ruta 40, en medio de los cerros. “Criábamos cabras, cosechábamos nueces, sembrábamos maíz, y teníamos que llevar a la escuela todos los días un palito de madera para la cocina. Son las cosas que recuerdo, de levantarme temprano, de buscar un palo de leña para hacer fuego en la escuela. Me crié sin luz eléctrica, escuchábamos una radio a batería, el agua que consumíamos venía de una vertiente. Me gustaba ir a la escuela. Eramos no más de diez chicos. Me quedaba con la maestra, un poco para comprármela para que me preste sus libros. En mi casa no había. Me devoraba lo que había en la escuela, a la luz de una vela o con un mechero. Me quedaba a dormir con la maestra. Mi padre se iba a otros lugares a buscar trabajo: a Mendoza, a Buenos Aires. Volvía una vez al año. Fue una de las cosas más duras que padecí. Estábamos muy alejados de la realidad política. Nos dio mucho miedo en los años setenta cuando nos decían que iban a aparecer terroristas, subversivos, que nos iban a hacer cosas. Nunca pasó nada en Talapazo. En otras comunidades hubo dirigentes secuestrados y torturados. “Ahí viví hasta los once años. Mi papá se había venido a Buenos Aires con un par de mis hermanos mayores, que tendrían 15 o 16 años, en una primera tanda. Compró un lote en Villa de Mayo y construyeron. Después se vino mi mamá con otros hermanos y quedamos allá nosotras, con una beba recién nacida, una hermana de seis años, yo tenía ocho años, y nos cuidaba una hermana de 17 años. Mi papá trabajaba en fábricas y vivía para terminar esa casa. Padecimos hambre acá en Buenos Aires. Terminé séptimo grado en una escuela pública, me di cuenta de que mi nivel era superior al de Buenos Aires. Me adaptaba bien al aprendizaje, no a los compañeros. Una vuelta la maestra preguntó de dónde venían nuestras familias y una chica dijo de Italia, otra, de España. Una dijo que la mamá había nacido en Inglaterra. No sabía qué decir, me avergonzaba decir que de los diaguitas en Talapazo, no lo entenderían. Como en Tucumán había muchos turcos, y como soy morocha, dije que mis antepasados eran turcos. Saqué una beca para hacer mis estudios secundarios en una escuela privada. Cuando empecé la facultad a mi papá le agarró un cáncer de páncreas fulminante que lo mató en quince días. Quedamos descolocados. Trabajaba en las casas de los vecinos: en una limpiaba, en otra planchaba. Era lo que gente como yo tenía que hacer. Las mujeres eran sirvientas y los varones eran peones. Yo a veces le recrimino a mi mamá que me haya dicho ‘tenés que aprender a planchar, porque ¿cómo vas a hacer cuando vayas a trabajar?’. En una casa le dije a la dueña que no me gustaba limpiar su inodoro, me fui. Cuando empecé la facultad encontré trabajo en fábricas. Otro ambiente, pero la misma esclavitud. Una chica en la fábrica me dijo que todos los veranos trabajaba en una casa en la costa. Eso hice desde los 17 a los 24 años, de diciembre hasta febrero y con eso tiraba varios meses. Mi mamá al poco tiempo de morir mi padre se volvió al pueblo, donde vivía su madre, que murió a los 95 años. La bisabuela vivió hasta los 115.”

“No me gustaba la abogacía. Ahora me doy cuenta por qué lo hice. Mi mamá me dijo que ellos habían sufrido mucho por no tener abogados, iban a la ciudad a buscar abogados por los atropellos de los terratenientes, y no encontraban quien los defendiera. Me recibí de abogada en la UBA en 2000. Era la primera de mi comunidad que alcanzaba un título universitario. No había muchos abogados en derecho indígena y me capacité. La Constitución de 1853 lo único que decía es que hay que tratar bien a los indios (indígenas) y convertirlos al catolicismo. No teníamos derecho a tierras ni nada. En la reforma de 1994 se hacen muchos cambios y empezamos a evolucionar. No necesito cobrarle a mi gente.”

“Es motivo de orgullo pensar que puedo ayudar a la comunidad a recuperar la dignidad, que dejen de vernos como sirvientas y peones.”

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  • MARIELA FLORES LLAMPA, ASESORA LEGAL DE LOS PUEBLOS DE LA NACIóN DIAGUITA EN TUCUMáN
    “Que dejen de vernos como sirvientas o peones
    Por Andrew Graham-Yooll

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