ECONOMíA › COMO PERDER EN UN DIA LO GANADO

Lula juega al ludo

 Por Julio Nudler

Sí, parece una buena manera de describirlo: Lula, en vez de emborracharse como dice el New York Times, juega compulsivamente al ludo. Gana, gana, gana, pero en cualquier momento el dado de los mercados financieros le hace perder todo. Y vuelta a empezar, mientras pueda. De la Rúa, aconsejado por Santibañes, Machinea y Cavallo, también jugaba al ludo, hasta que terminó volando despedido desde la azotea de la Rosada. ¿Lula deberá alzar vuelo de modo similar desde el Planalto? Nao é possível, dirán muchos. Pero... En Hipólito Yrigoyen, entre la Casa de Gobierno y el mal llamado Palacio de Hacienda, piensan que la nave brasileña lleva rumbo de colisión (más que rumbo, derrota), aunque admiten que es imposible saber cuánta probabilidad tiene de evitar el choque desintegrador y cuándo podría si no sobrevenir éste. La única ventaja que ellos tienen en comparación es que no cargan con la absurda mochila de la convertibilidad. Pero esa ventaja puede sólo otorgarles la dudosa clemencia de pasar por la hiperinflación antes de despeñarse en la cesación de pagos.
Nadie da aquí un penique, a nivel oficial, por la política de emisión de señales que aplica el antiguo obrero del PT. Ninguno evoca la fe en el “círculo virtuoso” sin una mueca de horror y desdén. El jueguito empezó bien para el izquierdista más mimado por el mundo de los ricos: Brasilia haciendo buena letra (política macro muy sana, superávit fiscal primario a reventar), y los mercados retribuyendo con una abrupta caída del riesgo país verdeamarillo. Pero la ruta de la virtud es larga, y nadie puede estar seguro de que la recorrerá hasta el final. Si, por alguna razón, endógena o exógena (por ejemplo, qué va a hacer Alan Greenspan con la tasa de interés), muta el sentimiento de los especuladores, todo lo avanzado puede retrocederse en menos que canta un gallo. Y a agitar el cubilete de nuevo.
El huracán timbero que bramó entre viernes y lunes, apaciguándose ayer, dejó de nuevo al desnudo la vulnerabilidad del vecino, metido como está en una trampa financiera, agravada, vaya ironía, por los gruesos déficit fiscales de Estados Unidos, Alemania y Francia. Esto significa que, así como se aguarda que la Reserva Federal suba gradualmente de 1 a 2 por ciento la tasa de corto plazo en los próximos catorce meses, la de largo plazo se acomodaría en el 7 por ciento, según predice el FMI, o en el 8, según otros predictores. La culpa la tiene la tremenda demanda de financiamiento del sector público de las mayores economías del planeta.
Siendo de esta tasa de la que depende la financiación para los mercados emergentes, y debiendo sumarle Brasil la gravosa sobretasa denominada riesgo país, no extrañará que tenga que afrontar un costo financiero total cercano al 15 por ciento, si no superior, similar por ejemplo al pactado en el fatídico y corrupto megacanje argentino, hechura de Cavallo y Daniel Marx. Como esa tasa es impagable, preanuncia el default, quiérase o no. Pero Lula consiguió bajar el riesgo país a sólo 400 puntos base (4%). ¿No podría lograrlo otra vez? Difícil.
Difícil por el pobre impacto que consiguió su estrategia en la economía real. Como el crecimiento del Producto es tan abismalmente inferior a la tasa que devenga la deuda, la relación deuda/PIB aumenta velozmente. El superávit fiscal primario, por grande que sea, con la consiguiente penuria popular, paga una porción cada vez menor de los servicios. Brasil es así un caso cantado de “equilibrios múltiples”, como llaman los economistas a ese escenario que ciertamente puede conducir a un equilibrio bueno, ¿por qué no?, pero también, y con más probabilidad, a uno malo. En esto opera una especie de ley de Murphy.
¿Qué sería un equilibrio bueno? Que la política de señales diera resultado. En otros términos, que el canal de crédito inyectase su estímulo a la demanda de inversión y de consumos durables con tanta fuerza y celeridad que sobrecompensara el impacto depresivo de unapolítica fiscal contractiva, orientada al logro de un gran superávit primario. En ese caso, si el Producto y las exportaciones se expandieran más rotundamente que la deuda, acrecida por los intereses que ésta devenga y que no alcanza a pagar el excedente fiscal, los cocientes mejorarían y se iría desmontando paulatinamente la trampa financiera. La Alianza apostó su vida a este equilibrio bueno, fracasó y se ahogó en la sangre de aquellas dos jornadas de diciembre de 2001.
Quizás influidos por esa estremecedora experiencia, las autoridades argentinas creen que el equilibrio que le espera al vecino es el malo, el del descarrilamiento, ante todo porque tiene su enorme deuda atada en alta proporción a la tasa interna celic o al dólar, y porque la parte que necesitará refinanciar le costará un precio imposible. La ventaja de tener la deuda nominada en reales significa que podría afrontarla, en última instancia, con emisión, pero no es muy probable que la demanda monetaria de los brasileños, aunque más generosa que la de los argentinos, sea capaz de absorber el empapelamiento. Si no lo fuere, Brasil iría a la híper, para defaultear después, siguiendo el modelo alfonsinista. Entre ajenjos y caipirinhas está la cosa.
El hecho de que Greenspan insinuase que va a subir la tasa, pero aplazase el anuncio embromó a Brasil porque aumentó la incertidumbre. ¿Pero desde cuándo la Reserva Federal diseña su estrategia teniendo en cuenta a otros países, sobre todo si éstos son periféricos? Los únicos que lo creían eran los partidarios argentinos de la dolarización, la que resignaba a manos de Washington la soberanía monetaria. Ya en 1979 Paul Volcker decretó con su política astringente de supertasas la quiebra de México y Argentina, que sobrevendría en 1982. Pero Carlos Menem se subió a un banquito para condecorar al verdugo como amigo y benefactor del país.
Ahora hay que preguntarse también qué podrá pasar con la Argentina ante el tambaleo de Brasil, precisamente cuando se ha decidido repotenciar el Mercosur y con él la interdependencia en el cono austral.
Entre viernes y lunes hubo que recordar las definiciones del efecto contagio. Pues bien, el efecto contagio... Pero ésa es ya otra nota. Quizá se publique mañana.

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