EL MUNDO

La “seringueira”

“Que me hayan elegido es un homenaje a Chico Mendes”, dijo Marina Silva cuando se enteró de que el presidente electo Luiz Inácio Lula da Silva había anunciado desde Estados Unidos que ella será la ministra de Medio Ambiente de su gobierno. “Me siento honrada por la declaración de Lula”, afirmó esta senadora del Partido de los Trabajadores (PT), que tiene 44 años y que en octubre fue reelegida para un nuevo mandato. Lula y Marina comparten algo más que el apellido. A pesar de venir de una familia pobrísima del interior de Brasil y ser analfabeta, tuvo una carrera política brillante, que culminó con su designación como ministra.
Nació en una plantación de caucho en Seringal Bagaço, en el estado de Acre, en plena Amazonia. Tenía 10 hermanos y vio morir a tres cuando eran muy chicos. Los hombres se ocupaban de extraer látex de los árboles de caucho y las mujeres, de la casa. Pero la chica también recolectaba caucho, cazaba y pescaba sola en la selva. “A pesar de que vivíamos de lo que sacábamos del monte, practicábamos lo que los ecologistas hoy llaman desarrollo sustentable. Por ejemplo, nadie mataba a una hembra venado preñada”, dijo hace poco Marina en una entrevista de la organización ambientalista brasilera Memoria do Medio Ambiente. “Esos conceptos de preservación estaban muy metidos en el inconsciente de los “seringueiros”. Marina soñaba con ser monja. Pero su abuela le dijo que no había monjas analfabetas, así que su nieta no veía la hora de irse a la ciudad para estudiar. La oportunidad llegó a los 16, cuando se enfermó de hepatitis y le dieron el tratamiento equivocado. Así que le pidió a su padre que la dejara viajar a la ciudad de Río Branco para curarse. Y para aprender a leer y escribir. Durante un mes juntó coraje para decírselo. Y la respuesta del padre la sorprendió: “¿Querés irte ahora o dentro de una semana, cuando venda el caucho y te puedas llevar algo de plata?”. “Mi papá rompió toda la lógica de esa estructura conservadora en la que vivíamos”, sostiene la senadora. Cuando se enteró del viaje de Marina, su abuelo se puso como loco y le dijo a los nueve meses iba a volver con una panza enorme. Pero su papá no se echó atrás. “Me dio un sentido de responsabilidad muy grande, porque depositó toda su confianza en mí”.
Así que, a los 16, se encontró sola, analfabeta y sin un centavo en una ciudad que no conocía. Pero tenía la ventaja de saber matemática. Su padre era uno de los pocos seringueiros que sabía hacer cuentas y le había enseñado las cuatro operaciones. Consiguió vacante en un convento y vivió con las monjas durante casi dos años. A veces, trabajaba como mucama y en las vacaciones siempre visitaba a su familia. Pero la vocación por los hábitos no duró mucho. Un día, mientras estaba en Bagaço e iba para misa, leyó un cartel de un curso de formación sindical con la presencia de Chico Mendes, el líder de los seringueiros (caucheros) y el primero en llamar la atención de los medios internacionales sobre la destrucción del Amazonas. A su mamá le dijo que iba a un curso de evangelización y se fue derecho a la reunión sindical. Lo que escuchó esa noche le cambió la vida. Pero las vacaciones estaban por terminar y tenía que volver a Río Branco para empezar el noviciado. Habló con las monjas y les dijo que ya no quería los hábitos. A la madre superiora le impresionó su honestidad, porque estudiar era caro y muchas chicas esperaban a terminar el colegio para recién después largar el noviciado.
Así fue como conoció a Chico Mendes, que por entonces tenía 40 años. Marina tenía 17 y el líder sindical la trataba como si fuese una adulta. “Había algo de asedio político, en el buen sentido, para conseguir adeptos al movimiento. Y Chico vio en mí un potencial de liderazgo político”, cuenta Marina, que por esas fechas quedó embarazada de su primera hija. De todos modos, entró a la universidad para estudiar historia y empezó a militar en el Partido Revolucionario Comunista, un grupo clandestino contra el régimen militar. Por entonces, había conflictos dentro del movimiento seringueiros. Muchos querían que Chico librara una lucha sindical como se hacía en los campos del sur del país. Pero la lucha de ellos era diferente: “No defendíamos la posesión de la tierra, sino lapreservación de la selva y de las personas que vivían en ella”, indica Silva.
En 1984, Marina fundó la filial en Acre de la Central Unica de Trabajadores (CUT) junto a Mendes. Por consejo suyo ella se afilió al PT y poco después los dos se presentaron como candidatos a diputados. No ganaron y, en 1988, Chico fue asesinado en una emboscada armada por hacendados y madereros, a los que había acusado de deforestar la selva. Sin su compañero de militancia, Marina continuó su carrera política. Fue concejal de Río Branco y se negó a recibir los beneficios que le correspondían por su cargo. Dos años después fue electa diputada por el estado de Acre. Por entonces, los médicos le dijeron que su cuerpo estaba contaminado con metales pesados. Resulta que, cuando era chica, le curaron la malaria con un remedio que tenía mercurio. Durante años sufrió de pérdida de visión, alteraciones en el sistema nervioso y falta de memoria. Pese a todo, a los 38 se convirtió en la senadora federal más joven y con más votos (el 42,7 por ciento) de la historia de Brasil.
En el Congreso empezó a llamar la atención por su lucha por los derechos humanos y el medio ambiente. Su trabajo se alejaba de la política tradicional. Para presentar un proyecto de ley que regula el acceso a los recursos genéticos de Brasil, la senadora hizo audiencias públicas donde participaron científicos y entidades civiles. La cuestión de los alimentos transgénicos es un tema que le preocupa. “Hasta que no tengamos la certeza de que los transgénicos no causan problemas para el medio ambiente o la salud, no deben entrar a Brasil”, sostiene con firmeza. Y, por supuesto, no se olvida de su Amazonia. Miles de kilómetros cuadrados de selva se pierden cada día. Pero ella piensa hacer algo al respecto.
Informe y texto: Milagros Belgrano.

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