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Una Navidad armada esperando la invasión de la “chusma chavista”

En un país donde 12 de cada 20 familias están armadas, la clase media y alta del este de Caracas se atrincheró contra “la chusma chavista que viene a saquearnos desde los cerros”.

Por Juan Jesús Aznarez
Desde Caracas

El Niño Dios fue convidado de piedra en las navidades venezolanas. Vítores o maldiciones a Hugo Chávez sustituyen a los villancicos en millones de hogares que cavan trincheras y velan carabinas y pistolas junto al nacimiento. Doce de cada 20 familias están armadas y su desarme es uno de los puntos de negociación del gobierno y oposición, presidida por César Gaviria, secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA). “Es increíble, me invitaron a cenar y me enseñaron los sacos terreros almacenados en un cuarto porque temían una invasión de los chavistas”, comentaba un corresponsal extranjero. El chavista de arrabal cuenta al menos cinco cicatrices en el pellejo, y el silbido de los plomazos del hampa es rutina desde hace décadas. La clase media no está acostumbrada a batirse el cobre a diario. Siempre afrontó el desafío de vender cara la vida y las propiedades frente a una delincuencia común que asesinó a 30.398 personas el pasado año y no secunda huelgas generales, pero ahora sospecha que habrá de hacerlo en defensa del compromiso político.
El miedo a una guerra civil llega a la paranoia en muchos casos, y es tal que los vecinos de urbanizaciones del este capitalino, domicilio del grueso de la oposición a Chávez, agotó las existencias de las armerías desde hace meses. “Yo tengo la escopeta siempre a mano”, comenta un padre. El enemigo a batir son los Círculos Bolivarianos, los activistas de Chávez, rebautizados por la oposición como “círculos del terror”. “Son bandas de matones emborrachados por el oficialismo, que no dudan en matar por Chávez”, señala un vecino. El alcalde del municipio Libertador, Freddy Bernal, uno de los líderes de esas falanges revolucionarias, más de un millón, según el hiperbólico recuento del gobierno, reacciona, complacido: “Crearon un discurso aterrador sobre los Círculos Bolivarianos, cuya principal función es la asistencia social y vecinal, y han acabado aterrorizados por su propia invención”.
La abundancia de arsenales en uno y otro bando no es ficción en esta angustiada nación de 24 millones de habitantes. El 8 de julio, el ministro de Interior, Diosdado Cabello, calculó que 12 de cada 20 hogares pueden defenderse o atacar a tiros: “El desarme es un problema de fondo. Un asunto que arrastramos desde hace mucho tiempo, que va más allá del 11 de abril”. Ese día, la matanza de 19 personas junto al palacio presidencial de Miraflores condujo al derrocamiento de Chávez durante 47 horas. Las cadenas de televisión filmaron a simpatizantes del presidente disparando con pistolas a discreción desde un puente. De la otra parte llegaba también una lluvia de balas. El 6 de diciembre, cuando un pistolero mató a tres e hirió a unos treinta en la opositora Plaza Francia, del barrio residencial de Altamira, los antigubernamentales tampoco desenfundaron cortauñas. El asesino había comprado horas antes dos cajas de balas como quien compra un mazapán.
Parte de los venezolanos hartos de Chávez, situada principalmente en la clase media, celebran las navidades en bloques de viviendas fortificados por garitas y bloques de cemento, atentos a los planes de evacuación redactados por sus dirigentes. Niños y mujeres deben correr a los sótanos, señalan algunas instrucciones, y los hombres, a las armas, si “la chusma chavista viene a saquearnos desde los cerros. Usted no sabe cómo es esa gente”. Las orientaciones por escrito en portales y ascensores de los vecindarios más temerosos instan a pedir la identificación a cualquier extraño y a tocar a rebato ante una eventual agresión. “Al detectar cualquier situación irregular, hay que comunicarse de inmediato con los demás vecinos del edificio y comenzar a hacer ruido con cacerolas, silbatos y cualquier otro instrumento que alerta”. Los redactores de esos mandamientos, que reflejan la esquizofrenia nacional y la creciente violencia política venezolana, convocan a “encender todas las luces posibles. Gritar y alertar a viva voz. Bajar o salir a la calle, en grupo. Se recomienda ir avisando de puerta en puerta para lograr la máxima participación, activar las cadenas telefónicas y utilizar el sonido de una campaña o sirena, previamente acordado”. El hampa también se organiza. Hace días asaltó a los tres kilómetros de automovilistas que pernoctaban en hilera para surtirse de gasolina y los despojaron a punta de pistola y navaja.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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