EL MUNDO

Un puente de Italia al mundo

Cosa Nostra es la maestra de las mafias italianas. Se hizo multinacional gracias a los emigrantes italianos en todo el mundo, cuando el multinacionalismo recién empezaba. Hoy es un mito, pero su poder ya no es el mismo.

 Por Elena Llorente

Desde Roma

Cuatro de los más importantes mafiosos y colaboradores de uno de los capos de Cosa Nostra, Bernardo Provenzano, salieron en libertad hace poco más de un mes. Habían sido juzgados y condenados a varios años de cárcel en 2009. ¿Cómo es posible, entonces? ¿Puede ser, como dice la prensa, que toda la culpa sea de la Corte Suprema italiana, que se olvidó de emitir a tiempo la sentencia definitiva? El ejemplo no es más que uno de los tantos que se verifican en Italia por “errores” de jueces, policías y políticos complacientes. Por supuesto, en el país hay muchos otros que luchan y han luchado contra las mafias, y por eso han sido asesinados, como los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino. Respecto al caso citado, no importa que la libertad de estos mafiosos haya desencadenado un terremoto dentro del gobierno y de la oposición, no importa si los mafiosos tienen la obligación de presentarse a la policía tres veces por semana. Están fuera de la cárcel y en consecuencia pueden organizar con mayor facilidad cuanta fechoría se les ocurra.

Cosa Nostra surgió en el siglo XIX para contrarrestar, se dice, las deficiencias del dominio de los Borbones españoles en lo que era llamado el Reino de Sicilia. Los gestores de las tierras de la nobleza se hacían cargo de resolver los problemas cotidianos de sus conciudadanos a los que el reino hacía oídos sordos. Así se transforman en “padrinos”, es decir, protectores. Pero según algunos historiadores, después, de una especie de cofradía familiar aparentemente seria donde el honor –de ahí el nombre de “Honorable sociedad”– era una moneda cotidiana, se transforman en un centro de poder alternativo y violento. Otros historiadores en cambio dicen que esos grupos fueron violentos desde el principio y que su poder se basaba en los acuerdos con los terratenientes de Palermo –capital de Sicilia– para mejor explotar a quienes rentaban sus tierras y a los obreros agrícolas.

Cualquiera sea la versión cierta, la mafia se transformó poco a poco en un grupo de poder al que no se puede evitar fácilmente en Sicilia. Su célula primaria es la “familia”, una estructura que incluye familiares verdaderos, pero que sobre todo tiene base territorial. Por eso se habla de la familia de tal o cual pueblo o ciudad y no de tal o cual apellido. Se habla de más de 130 familias en territorio siciliano, lo que supondría unos 50.000 adeptos.

La famosa película El Padrino condujo al engaño al hablar de la familia Corleone como si se tratara de un apellido. En realidad Corleone es un pueblo con “alta densidad mafiosa” como se dice en Italia, en el corazón de Sicilia. Los integrantes de la familia son los “hombres de honor” y tienen un “capo” o jefe que es elegido por los miembros, pero también existe una “cúpula” mafiosa o dirigencia, que planifica las actividades de la organización.

Tráfico de cigarrillos, prostitución, tráfico de heroína y luego de cocaína y licitaciones públicas arregladas en el sector de la construcción fueron sus principales fuentes de capitalización en el siglo XX. Capitalización que pronto tendió a internacionalizarse gracias a la droga, cuya distribución facilitaron en Estados Unidos los representantes de las “familias” sicilianas, y al lavado de dinero. Los lazos entre Estados Unidos y Sicilia eran estrechos, tan estrechos que hasta hace algunas décadas había un vuelo directo de Nueva York a Palermo, cosa inexistente en ese momento hacia otras ciudades de la península a excepción de Roma o Milán.

Durante el fascismo, la mafia siciliana fue perseguida por Benito Mussolini. Por eso colaboró con el desembarco de los Aliados en Sicilia durante la Segunda Guerra Mundial. Firmó de esta manera, de hecho, un pacto tácito de no agresión con algunos de los partidos surgidos después del fascismo y de la monarquía, la Democracia Cristiana principalmente. Sicilia fue el “reino” de la Democracia Cristiana en la posguerra y muchos de los clanes mafiosos se alimentaron de la complicidad con hombres de ese partido para conseguir licitaciones públicas, mantener ocultos a sus “capos”, mantener enteros sistemas de apuestas clandestinas y de extorsiones, lavar dinero, producir y exportar heroína. La Democracia Cristiana –y luego también el Partido Socialista– y sus aliados internacionales, Estados Unidos y Europa estaban muy interesados en mantener el control sobre el territorio ante la posibilidad del avance de otro enemigo mucho más peligroso: el comunismo.

En cuanto a los métodos que usa con la gente, no ahorra presiones, amenazas, violencia. “Sufrí cuatro asaltos. Después apareció uno de ellos y me obligó a emplear a un ex detenido de su ‘familia’ como guardián de mi farmacia”, contó un entrevistado de Palermo. Para lavar el dinero, crearon docenas de financieras y de bancos que poblaban Palermo como si se tratara de una gran capital tipo París o Londres. Uno de los más famosos fue el Banco Ambrosiano que, asociado con la mafia, hizo grandes operaciones de lavado de dinero y exportación de capitales en la década del ’80, a través, incluso, del banco vaticano IOR (Instituto para las Obras de Religión).

La mafia siempre tuvo un durísimo código de honor y quien lo viola es eliminado. Aunque para eliminar a los enemigos no hace falta demasiado. Sus métodos sanguinarios permitían disolver en ácido, como sucedió, al hijo de 10 años de un mafioso traidor, o “enterrar” en las columnas o los cimientos de cemento de alguno de los edificios cuya construcción controlaban, a algunos otros enemigos. Muchos otros detalles similares salieron a relucir en la confesión de uno de los primeros arrepentidos de la mafia, Tommaso Buscetta, quien había escapado a Brasil en los años ’70, luego de que otros mafiosos exterminaran a su familia carnal. De allí fue extraditado en los ’80 gracias al juez Giovanni Falcone, asesinado por la Cosa Nostra en un atentado algunos años después. Gracias a Buscetta y otros arrepentidos se supo de las relaciones de los clanes mafiosos con los políticos, locales y nacionales, los pactos, los negocios, los nombres. Muchos políticos y empresarios quedaron enfangados –como el ex ministro democristiano Giulio Andreotti o el socio y amigo de Silvio Berlusconi, el senador del Popolo Della Libertà y siciliano Marcello Dell’Utri–. Se hicieron investigaciones, se tomaron algunas medidas, pero muchos de ellos o sus socios siguen hoy en pie, a veces “ayudados” por jueces o por leyes complacientes –sobre todo en momento de elecciones– que hacen caer sus delitos en prescripción.

La Cosa Nostra fue la reina de las mafias durante gran parte del siglo XX. Pero, tal vez porque algunos de sus negocios empezaron a flaquear –la heroína fue sustituida en gran parte por la cocaína y la n’Drangheta le ganó de mano conquistando el mercado internacional– y por la desaparición de la Democracia Cristiana que perdió importancia al caer el comunismo al que pretendía contener, perdió poder en la escala de las mafias internacionales, aunque lo conserve aún a nivel local y nacional.

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Giuseppe Scaduto, arrestado en Palermo en el 2008 por ser parte de la Cosa Nostra.
Imagen: AFP
 
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