EL MUNDO › BAGDAD RECUPERO DURANTE EL DIA ALGO DE SU VIDA COTIDIANA

Qué decía la calle antes del ataque

Antes de que cayera la noche y con ella la andanada de bombas, Bagdad vivió ayer una inusual jornada de “tranquilidad”.

Por Angeles Espinosa*
Desde Bagdad

Hatem volvió ayer al trabajo. Lo mismo que Husein Alí y muchos bagdadíes más. Incluso Fátima se atrevió a salir de su casa y charlar con los vecinos con el mismo desparpajo que antes de los bombardeos. A pesar de que el viernes es el día de descanso semanal, Bagdad recuperaba poco a poco ayer su vitalidad. Esta enviada vio, por primera vez, un despliegue de soldados dentro de la capital.
“El primer día teníamos miedo de lo que iba a pasar”, admite Hatem mientras conduce de nuevo su destartalado taxi después de 36 horas de inevitable “descanso”. “Creíamos que iba a haber un gran bombardeo e incluso que los norteamericanos lanzarían armas químicas contra nosotros.” En el centro de Bagdad, junto a la ribera occidental del Tigris, la carcaza del Ministerio de Planificación muestra el boquete que abrió la bomba y las huellas del incendio posterior. No es posible acercarse porque el edificio, que según fuentes periodísticas árabes albergaba uno de los servicios secretos iraquíes, se encuentra dentro del recinto del Palacio de la República. Pero la gente puede verlo desde la otra orilla del río. Y saben, por Radio Sawa, Montecarlo o la BBC, que no hubo objetivos civiles. “Ahora que hemos visto que no ha pasado nada, volvemos al trabajo”, explica Hatem como si fuera una obviedad. “Los iraquíes somos así”, justifica. Da la impresión de que los dos bombardeos del día anterior hubieran sido una simple tormenta eléctrica, concluida la cual se vuelve a salir sin paraguas. “Hemos pasado por esto muchas veces”, dicen. Han sido las mujeres y los niños los que han cambiado el paisaje de Bagdad en este primer día de primavera fresco y soleado. Los hombres del Partido Baath, vestidos de verde y armados con sus Kalashnikov, siguen en las calles, pero grupitos de chicos juegan al fútbol y se ven mujeres yendo y viniendo de una casa a otra. Como Fátima, una señora mayor que invita con té a los periodistas extranjeros para dejar clara su simpatía hacia ellos y su disgusto con los ataques norteamericanos. “Ojalá que Estados Unidos se divida en 51 países”, interviene el vendedor de té, indignado por los bombardeos. Aun así, ha podido abrir su pequeño quiosco frente al hospital Al Kindi, adonde los pacientes han vuelto a acudir con gripes, infecciones y otras enfermedades menores.
Los heridos por los misiles ingresados en el hospital y el despliegue de tropas que esta enviada vio, por vez primera, dentro de Bagdad, recordaban sin embargo que Irak sigue siendo un país en guerra. En el sector sudoeste de la autopista de circunvalación que rodea la ciudad, decenas de soldados montaban sus tiendas bajo los puentes, vestidos con uniforme de camuflaje y apoyados por camiones de abastecimiento. No se veían armas. Los trabajos también continuaban en la línea de trincheras que los miembros del Baath han cavado al sur de la estación eléctrica de Al Dora. En esa zona, a unos 25 kilómetros del centro de Bagdad, los periodistas pudieron ver pasar a gran velocidad a una patrulla de la Guardia Republicana, la unidad de elite encargada de defender la capital. Estos soldados, de uniformes negros, viajaban en una furgoneta de caja descubierta con una ametralladora. También el imán Abdel Latif, que ayer dirigió la plegaria del viernes en la mezquita de Um al Maarek (“la madre de todas las batallas”), recordó el estado de guerra. “¡Arabes, musulmanes! –increpó el jeque–: rodeen a los norteamericanos y mátenlos donde quiera que los vean.” Acompañado en el púlpito por una Kalashnikov, Abdel Latif describió la guerra como “una agresión bárbara contra Irak por parte de una de las naciones más poderosas del mundo”.
La mayoría de los iraquíes se muestran menos belicosos. Aunque todos, desde el profesional con estudios superiores hasta el taxista o el ama de casa, coinciden en una cosa: “No podrá gobernarnos un militar extranjero”, señala Husein Alí a la vuelta de su trabajo en una oficina de teléfonos dela calle Saadún. Este empleado no disimula su satisfacción por la operación militar contra Saddam Hussein. “Nos vendrá bien que nos ayuden a librarnos de él, es un tirano. Ahora bien, de ahí a que se instalen aquí y nos gobiernen hay un trecho”, zanja.
El taxista Hatem opina igual: “Los iraquíes apreciamos a los extranjeros, somos amables con ellos, incluso si son estadounidenses. Pero eso no quiere decir que vayamos a aceptar que nos gobiernen. Los iraquíes debemos estar gobernados por iraquíes”, sentencia con gran convicción.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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Un muy joven soldado iraquí vigila una calle vacía en un barrio pobre de Bagdad.
Muchos iraquíes volvieron a sus trabajos, pero el 90 por ciento de los negocios sigue cerrado.
 
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