EL MUNDO

Cómo convertir a la gente en aves de rapiña y saqueo

El segundo reparto de ayuda alimentaria en el sur de Irak se convirtió en un sórdido caos de todos contra todos bajo la mirada neutral de la Media Luna Roja. Aquí, una crónica desde el lugar del hecho.

Por Yolanda Monge
Desde Safwan
(sur de Irak)

Encaramarse el primero no fue garantía de éxito. Abrió violentamente la puerta del remolque del camión, saltó sobre la carga y se agarró con todo su cuerpo a una caja. Sólo consiguió esa presa y ser arrancado en segundos de su privilegiada posición. Cayó al suelo y con él su triunfo. Una mujer cubierta de negro de pies a cabeza se hizo con la codiciada caja de cartón y huyó. Corrió todo lo rápido que sus harapos y sus fuerzas le permitían a zancadas. Desapareció entre el polvo y el gentío. Del joven que llegó a ser el primero no quedaba ni rastro. Escaparía tras ser pisoteado por una multitud febril y violenta. O volvería al ataque minutos después. Sobre la caja de la disputa, un símbolo. El logotipo de la Media Luna Roja, sección regional perteneciente al Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).
El segundo convoy de una mal llamada ayuda humanitaria cruzó ayer por la mañana la frontera de Kuwait con Irak. Su destino: pequeñas aldeas del sur de Irak, zona “liberada” por las tropas angloamericanas tras más de una semana de guerra. Sus destinatarios: una población iraquí asustada y desesperada. Y que ayer se volvió agresiva. Desesperada porque no tiene nada. Asustada porque llevan días en guerra. Aunque esto no es nuevo. En realidad su miedo y su exasperación se remonta a haber vivido desde hace más de dos décadas dos guerras. Sometidos bajo un régimen que los ha condenado a la pobreza pero que defienden porque tienen pánico. Van por la tercera guerra. Ayer, incluso con la tropas británicas estacionadas a la entrada de su pueblo, sus corazones no estaban con los “libertadores”. Cantaban a Saddam. Alababan a Saddam.
Lo que tenía que haber sido un reparto ordenado de ayuda alimentaria fue un caos. Y una vergüenza. Jóvenes iraquíes lanzaban las cajas desde los camiones a conocidos que las esperaban abajo con los brazos abiertos. Estos se las pasaban a terceros que corrían con ellas. Lejos. Corrían todo lo lejos que podían. Algunos se tropezaban en su huida. Se caían. Entonces alguien le arrebataba la caja de cartón marrón y escapaba con ella. A veces las cajas volaban por el aire. Una de ellas impactó contra uno de los trabajadores de la Media Luna Roja. Entonces estos hombres con chalecos blancos impolutos en medio de un paisaje sucio y tan neutrales como la propia organización, se retiraron a posiciones más seguras. Pegados a las ambulancias que formaban parte del convoy. Nadie explicó la función de aquellas ambulancias. Quizá preveían heridos a los que atender. Desde luego entre su propia gente. Porque heridos del bando iraquí hubo. Y hubo unos cuantos. Pero nadie los atendió. Un joven se rompió la pierna al ser desalojado por otro más ágil del camión y luego ser pateado. Al que fracasa se lo aparta.
Un niño que no levantaba un metro del suelo se rajó la palma de la mano de parte a parte al engancharse con un hierro del camión del que intentaba obtener alguna bolsa de comida. Su pequeña estatura le facilitaba las cosas para colarse entre los más grandes y fuertes. La mano le sangraba profusamente. Se la miró y como si ya hubiera previsto que aquello podía pasar sacó un rollo de esparadrapo y se vendó la herida con él. Volvió a la carga en cuanto cortó con los dientes el esparadrapo. Los más viejos del lugar se mostraban indignados ante un espectáculo bochornoso. Impotente, un hombre muy delgado lloraba con amargura. Señalaba con el dedo a los responsables kuwaitíes que habían organizado el envío de ayuda y los acusaba de humillarlos. “No queremos este tipo de ayuda. No la necesitamos. Ustedes insultan a nuestro pueblo y hacen que nuestra gente luche entre sí”, les increpaba desde su rabia. Los kuwaitíes de la Media Luna Roja se mostraban imperturbables. Alertas. Pero inamovibles. Pero la vergüenza y la desorganización se hacen dobles cuando las mismas imágenes, el mismo pánico y el mismo caos se repetían tan sólo dos días antes. El mismo vicepresidente de la Media Luna Roja reconocía anteayer que el primer envío de comida había sido un auténtico “desastre”. Llegó incluso a reconocer que la ayuda había sido “secuestrada” por jóvenes iraquíes que luego trafican con ella y que nunca llegó a sus verdaderos beneficiarios. “La ayuda no llegó a las granjas, no llegó a las mujeres y los niños que la necesitaban –reconocía el vicepresidente de la organización Hilal Al Sayer–. Nuestro personal perdió el control de la situación y jóvenes iraquíes descontrolados asaltaron los camiones”. La Media Luna Roja deberá dar hoy una nueva explicación al nuevo asalto a los camiones. Probablemente será la misma. Porque ayer pasó exactamente lo mismo que en el primer envío. La pregunta es por qué ha vuelto a repetirse.
Desde el momento en que los habitantes de Safwan intuyeron en el horizonte, por la polvareda que levantaban los camiones con la ayuda, corrieron al encuentro. Cientos de jóvenes iraquíes llegaron a correr en paralelo a ellos. A muy pocos centímetros. Algunos se colgaron de los tiradores de las puertas de los remolques. Otros de las ventanillas. Varios de los espejos retrovisores. La entrega de la ayuda humanitaria volvió ayer a convertirse en un saqueo. A la Media Luna Roja se le fue el asunto de las manos. O querían que así sucediese. En ningún momento hubo intención de hacer una entrega ordenada. Se estacionaron los camiones y se abandonaron a su suerte. Esa suerte fue el pillaje. Un iraquí con la cara tapada fue el primero. Fue un caos. Y fue una vergüenza. Las imágenes de la entrega de una ayuda convertida en saqueo volvieron a repetirse ayer al sur de Irak.

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Una de las escenas de ayer en Safwan, donde la ayuda “humanitaria” no fue humanitaria.
 
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