EL MUNDO › COMO SON LAS BOMBAS DE FRAGMENTACION QUE USA EL EJERCITO DE EE.UU. EN IRAK

Parece un juguete, pero descuartiza y mata

“Cluster bombs”, bombas de fragmentación o de racimo, ampliamente usadas por las fuerzas de EE.UU en Irak, cobran día a día su siniestra cosecha en la forma de niños muertos o malheridos. Es que son objetos brillantes, diminutos, de colores, que estallan apenas un chico curioso juega con ellas.

 Por Eduardo Febbro

Lo último que Mohammed Khaled vio en su vida fue una “cosa extraña de color amarillo brillante”. Cuando la levantó, no tuvo tiempo de darse cuenta del peso o la textura. El artefacto explotó arrancándole varios dedos de la mano derecha y del pie. Su rostro es una superficie irreconocible a fuerza de haber recibido impactos. Tiene los ojos vendados y lo único que Mohammed Khaled quiere es no quedarse ciego. El hombre de apenas 30 años trabajaba en el barrio de Al-Chaab, al sur de Bagdad. Hasta la mañana en que levantó “la cosa extraña” no había oído hablar de las miles de bombas de fragmentación que los norteamericanos lanzaron en todo el país. Ahora que los bombardeos son un mal recuerdo, los hospitales de la capital iraquí reciben un nuevo tipo de heridos. Son las víctimas de las bombas racimo, esa obra perversa de la ingeniería militar que, cuando toca tierra, desparrama a varios kilómetros a la redonda bombas pequeñas, con formas y colores tentadores. Los racimos se dispersan, pero no todas las bombas explotan. Permanecen ahí hasta que alguien, un niño o un adulto, la mueve y termina en el hospital.
Las heridas producidas son impresionantes: amputaciones de manos, dedos, brazos y pies, heridas profundas en el torso, narices arrancadas. Como Mohammed Khaled, la gran mayoría de los heridos proviene del sur de Bagdad. Según Aím Ahmed, uno de los médicos del hospital Saddam de Bagdad, la ubicación geográfica se explica porque en el sur de la capital estuvo estacionada una unidad de la Guardia Republicana que resistió más que las otras al avance de las tropas estadounidenses. Los norteamericanos aseguran que sólo lanzaron 1500 de esas bombas. Los observadores calculan que la cifra es muy superior y que por lo menos el 10 por ciento de esas bombas racimo no explotó. “Permanecerán activas durante meses y hasta años”, dice el doctor Ahmed. Las ONG son mucho más pesimistas y calculan que el 20 por ciento de las bombas racimo está intactas. Lo más dramático está en que esos proyectiles suelen perjudicar a los niños. Su forma graciosa y su color llamativo los atraen y terminan siendo los primeros perjudicados. Hace cinco días, cuatro soldados iraquíes y un niño resultaron gravemente heridos. El niño encontró la bomba en el jardín y quiso entregárserlas a los soldados que custodiaban su calle. Mohammed Khaled pregunta con odio: “¿Por qué los norteamericanos siembran la muerte de esa manera? ¿Acaso serían capaces de hacer tanto daño a su propio país?”.
El caso de los niños que acuden a los hospitales iraquíes heridos con esas bombas es espantoso. Habil tiene una mano amputada y se quedará ciego para siempre. Dos camas más adelante, Ali acaba de ser amputado de los dos pies. Los dos niños, de 7 y 11 años, vieron “una cosa que brillaba mucho, con una forma que parecía un juguete”. Dos segundos después, el artefacto explotó. La ONG francesa La Chaíne de l’Espoir denuncia la utilización de ese tipo de armamento prohibido por las convenciones internacionales. Los responsables militares estadounidenses arguyen que desde antes que terminara la guerra arrojaron por avión miles de folletos explicando a la población que esos artefactos no debían ser desplazados. A principios de la semana, el Pentágono prometió llevar a cabo una investigación sobre las bombas racimo dispersadas en Irak. Sin embargo, ninguna de las dos iniciativas evita los accidentes, cada vez más numerosos. A veces, esos miniproyectiles explotan con sólo ser rozados y muchas personas reciben las esquirlas en la cara, las piernas, los bazos y el pecho. El doctor Aím Ahmed resalta que esos heridos suelen tardar varios días en ir a los hospitales, es decir, “recién cuando se dan cuenta de que lasconsecuencias de las esquirlas son mucho más importantes que un simple corte. Lamentablemente, las heridas se volvieron una gangrena y es muy difícil curarlas sin una amputación”.
Quienes corren hoy los mayores riesgos son los niños. La falta de información y de contexto para divulgarla torna aún más creciente la amenaza. Las escuelas siguen cerradas y los maestros no están en condiciones de llevar a cabo una auténtica campaña de información. A este sombrío panorama se le agrega la crisis múltiple por la que atraviesan los hospitales iraquíes. La mayoría de los directores de los centros hospitalarios eran personas cercanas al partido Baaz y desaparecieron en cuanto llegaron los norteamericanos. La situación se complicó aún más durante la primera semana que siguió la caída del régimen. Los médicos no cobraban su salario y estaban obligados a quedarse en sus casas para defenderlas de la ola de saqueos que se abatió sobre la capital iraquí. La poca transparencia manifestada por los norteamericanos para suministrar informaciones sobre las zonas donde más bombas racimo lanzaron torna incierto “el cálculo proporcional” de riesgos, señala el doctor Ahmed. El médico y las ONG piden que las tropas extranjeras presentes en Bagdad se dediquen a “descontaminar” los territorios. A medida que pasan los días y la población se mueve con más confianza, más riesgos hay de que la herencia norteamericana sea aún más mortal.
El empleo de bombas de racimo ha sido severamente cuestionado por las organizaciones de derechos humanos. Este tipo de bombas también causó su buena cuota de desastres en la campaña militar norteamericana en Afganistán, porque su color y su forma se parecían mucho a los paquetes de ayuda alimentaria arrojados por la Fuerza Aérea norteamericana. Pero ahora sólo se parecen a la muerte.

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Zainar Thamir, de un año y medio, es abanicada por su madre en el hospital de Zaafaraniah.
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