EL MUNDO › UN MANUAL PARA EL SUICIDIO POLITICO: LA IZQUIERDA DE SUEÑO Y LA DE GOBIERNO NUNCA ESTUVIERON TAN LEJOS

El peor momento de Hollande y del PS francés

El acto final de la transformación tuvo lugar a finales de agosto, cuando fue la renuncia del gobierno presidido por Manuel Valls y el nombramiento de uno nuevo de cuyo seno habían desaparecido los representantes del ala izquierda.

 Por Eduardo Febbro

Desde París

Los socialistas se desgarran sobre el sentido de una fórmula que suena como un manual para el suicidio político: el social liberalismo. La expresión y su traducción en la política económica de la presidencia socialista de François Hollande fracturaron al Partido Socialista francés, al gobierno y a la sociedad. La izquierda de sueño y la izquierda de gobierno nunca estuvieron tan divorciadas. En 2012, el socialismo francés fue a las urnas con una propuesta de sueño para luego gobernar con la vara de los recortes, de la austeridad y la reducción de los déficit impuestos por la Unión Europea. El engaño fue tan inmoral como mayúsculo. El acto final de una transformación en curso desde hace mucho, pero hábilmente ocultada en la retórica socialista, tuvo lugar a finales de agosto: la renuncia del gobierno presidido por Manuel Valls y el nombramiento de uno nuevo de cuyo seno habían desaparecido los representantes del ala izquierda. Símbolo estridente de este nuevo socialismo cínico de corte anglosajón fue el nombramiento como ministro de Economía de Emmanuel Macron, ex asociado gerente del banco Rothschild.

Días después, reconfirmado en sus funciones, Manuel Valls se hizo ovacionar por el patronato francés. El PS quedó como nunca dividido entre un partido oficial, que gobierna según el timón de las elites liberales de Europa, y un PS romántico, apegado a sus valores de igualdad y redistribución pero acorralado por la burla, los epitafios como “fuera de época”, y la descalificación de la prensa aliada y de la ideología del gobierno. En su carta de dimisión, la renunciante ministra de Cultura, Aurélie Filippetti, retrató con lucidez la disyuntiva que persigue a los progresistas: “¿Acaso en el futuro vamos a tener que pedir perdón por ser de izquierda?”. Hasta ahora, la presidencia de François Hollande ha sido un cementerio de promesas enterradas. “Se puede ser de izquierda y tener sentido común”, alega el ministro de Economía Emmanuel Macron. La también renunciante ministra ecologista de la Vivienda, Cecile Duflot, dejó un testimonio que roza lo ignominioso sobre los dos años durante los cuales formó parte del Ejecutivo. En su libro Desde el interior, viaje al país de la desilusión, Duflot escribe: “François Hollande se olvidó de quienes lo llevaron a la presidencia. Poco a poco le dio la espalda a la aspiración de más igualdad y justicia social que desembocó en su elección. Hollande no cumplió con sus promesas”. La ex ministra define el estilo de Hollande como una conducta que consiste en “no molestar a los mercados es la preferencia en todas las circunstancias”.

El socialismo francés se encuentra hoy ante la realidad que él mismo construyó. El repertorio de desencantos y promesas no cumplidas o trastrocadas es una sinfonía patética. Todo poder está destinado a decepcionar inevitablemente, pero el encarnado por Hollande rebasó los mínimos históricos. Apenas un modesto 13 por ciento de los franceses mantiene su confianza en él. El paso del socialismo al social liberalismo ha sido una hecatombe. Thomas Wieder, jefe del servicio político del vespertino Le Monde, señala que “el presidente de la república paga al mismo tiempo su impotencia y su traición”. La ex ministra Cecile Duflot acota también que “a falta de haber querido ser un presidente de izquierda, François Hollande nunca encontró su base y sus apoyos. A fuerza de haber querido ser el presidente de todos no supo ser el presidente de nadie”. En la dirigencia del PS, los responsables barren las críticas con una retórica contradicha por los hechos. “El Partido Socialista no será social liberal. El social liberalismo no forma parte ni de nuestro vocabulario ni de nuestra tradición”, decía el actual primer secretario del PS, Jean-Christophe Cambadélis. Guillaume Balas, diputado europeo del ala izquierda del PS, tiene otro análisis sobre la última versión del gobierno donde, siempre con Manuel Valls a la cabeza, hay un ministro de Economía oriundo de la banca Rothschild: “La teoría de Manuel Valls consiste en decir que la izquierda de transformación social ha muerto. Valls está en el paradigma de la tercera vía de Tony Blair (ex primer ministro laborista británico) durante los años ’90. Al mismo tiempo nos explica, como Thatcher (ex primera ministra liberal de Gran Bretaña), que no hay alternativa”.

Esa es la piedra que se atraganta en la boca: la no alternativa a la austeridad. El mandato de François Hollande ha sido el certificado de defunción del socialismo francés. Ninguna alternativa salta por encima del muro infranqueable de la austeridad y de ese social liberalismo de inspiración anglosajona y alemana. Una sociedad liberal, regida también con los ideales de justicia social, donde la empresa ocupa el centro del paradigma. Un triángulo de las Bermudas que se tragó el PS de la misma manera que en los años ’90 arrasó con el SPD alemán luego de la renuncia del entonces ministro de Finanzas Oskar Lafontaine. El canciller alemán de aquella época, Gerhard Schrôder, había ganado las elecciones gracias a los votos de la izquierda que le aportó Lafontaine. Fue el principio del fin de la socialdemocracia alemana. Lafontaine se volvió el hombre más peligroso de Europa”, el icono de un “socialismo inteligible”, el representante de un socialismo demodé mientras que Schröder pasó a ser el aliado del patronato. La izquierda francesa sigue el mismo rumbo. Hace mucho tiempo que el inventario socialista está lleno de hojas vacías. El gobierno socialista del ex primer ministro Lionel Jospin (1997-2002) fue calificado como una suerte de “social liberalismo a la francesa”. Ese ejecutivo, compuesto por una alianza entre socialistas comunistas y ecologistas que se llamó “la izquierda plural”, fue el que llevó adelante el mayor número de privatizaciones de la historia de la Quinta República francesa. Desde hace varias décadas, el PS evoluciona en la frontera de esa ambigüedad. Gana la apuesta electoral contra lo que Marie-Noëlle Lienemann, senadora socialista y representante de la corriente de izquierda del PS, llama “los poderes divinos”, entiéndase, las finanzas. Luego, una vez en el poder, pacta con ella. Hollande llegó así a la presidencia. En el mitin más importante de su campaña el entonces candidato Hollande dijo que su enemigo era “las finanzas”.

Estos años de presidencia han tenido un mérito mayor: el presidente y su primer ministro corrieron el velo de las tergiversaciones. El PS asumió su línea mayoritaria. El liberalismo, la oligarquía, los bancos, el socialismo francés no se construye más contra ellos. “Sí, la izquierda puede desaparecer”, dijo Manuel Valls a mediados de junio. El jefe del Ejecutivo reconoció también que “todos sentimos que llegamos al fin de algo, tal vez al fin de un ciclo histórico para nuestro partido”. La nueva farmacopea socialista es entonces social liberal y sin complejos. “Asumo nuestro reformismo, nuestra socialdemocracia”, declaró Manuel Valls hace unos meses. La ruptura entre esa izquierda reformista y lo que los analistas del sistema califican como “la izquierda de los remordimientos” es inapelable. Para Valls, sólo hay un camino: reformar o morir. Para los otros, sólo hay un destino: reformar la izquierda en social liberal es morir. Quienes se oponen a la derechización del PS, como Gérard Filoche, miembro del bureau nacional del PS, consideran que “la actual orientación de austeridad aplicada por la fuerza para conformar a los bancos, a los mercados, a los liberales europeos y a Angela Merkel es un suicidio”.

La política del gobierno resolvió el paradigma de manera autoritaria, sin debate, renegando de sus compromisos y haciendo de los parlamentarios socialistas rehenes de una línea por la cual la gente no votó. Si no adhieren y no votan las leyes hacen caer al gobierno en un momento en que, con la derecha descompuesta, la ultraderecha del Frente Nacional está en su mejor órbita. La líder del FN, Marine Le Pen, ya adelantó que estaba lista para ser nombrada jefe de Gobierno. El momento francés es una ópera dramática. Desempleo, desindustrialización galopante, crecimiento estancado, quiebre profundo en el seno del PS, desencanto colectivo y, por encima de todo, derrumbe estrepitoso de la figura presidencial. François Hollande se postuló como un presidente “normal” comparado con las exuberancias de su predecesor, Nicolas Sarkozy. La anormalidad de la vida lo devastó en apenas dos años de presidencia. El descubrimiento de sus aventuras sentimentales con la actriz Julie Gayet fuera de su pareja oficial con Valérie Trierweiler, la forma en que la ex primera dama fue literalmente desalojada del palacio presidencial, le valieron un oprobio histórico. Valérie Trierweiler le arrojó el último desafío con la publicación del libro en el cual relata el engaño y la ruptura. Escrito desde la misma alcoba, el libro Gracias por este momento, retrata a un François Hollande doble e insensible ante los pobres. Según Trierweiler, Hollande llamaba a los pobres “los sin dientes”. El presidente respondió brevemente: “No voy a dejar que se ponga en tela de juicio mi acción al servicio de los franceses, en especial la relación humana que tengo con los más frágiles, los más pobres y los más humildes, porque estoy a su servicio”. El libro de Valérie Trierweiler ha sido una revolución, un atentado íntimo, una mancha más sobre un edificio presidencial desacreditado por la felonía, la falta de palabra y de narrativa política. El PS gobernante heredó una situación abismal de Nicolas Sarkozy pero hizo de la austeridad un fin en sí mismo y dejó un vacío político ruinoso. Sólo le queda la salida del milagro por el que apuesta: el retorno del crecimiento, el éxito de las reformas. Se terminó un ciclo, sin dudas. El pensamiento unidimensional del liberalismo expandió su virus en una de las últimas ciudadelas de Occidente.

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El presidente francés François Hollande registra los índices de popularidad más bajos de los últimos tiempos y es muy criticado en su propio partido.
Imagen: AFP
 
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