EL MUNDO › TESTIMONIO DESDE EL BARRIO MAS POBRE DE MADRID

Sacando cuerpos a motosierra

Por A. Jiménez Barca y J. A. Aunion *
Desde Madrid

La explosión sonó a las 7.45 en la estación del Pozo del Tío Raimundo, un barrio de Vallecas que hasta hacía una decena de años no tenía ni estación de cercanías y que el jueves vivió su peor día: al menos 60 muertos y un centenar de heridos al saltar simultáneamente por los aires dos vagones del tren por dos bombas. “Creí que era una explosión de gas. Sonó muy fuerte. Casi me levanta del suelo”, comentaba, una hora después, Rafael Martín, de 53 años, un empleado que se dirigía, precisamente, a la estación para ir a trabajar. “Me fui para allá, y vi a bomberos sacando los cuerpos ayudados por motosierras, a gente cargando heridos en los mismos asientos del tren, a gente muerta, despedazada”, relataba, aún con el horror pintado en la cara.
“Cuando estaba allí oí chillar a un crío: ‘¿Me entiende usted?’. Se lo dije a un policía y entre los dos levantamos una chapa de tren, y allí estaba, debajo, tenía unos 5 o 6 años, y tenía sangre, pero estaba bien, aparentemente bien”, añadió Martín. Este vecino, que una hora después no se despegaba del portal de su casa, mirando el enjambre de ambulancias que se arremolinaba en la estación, seguía contando: “Yo a punto estuve de morir: yo tenía que tomar ese tren para ir a Atocha a trabajar. A punto he estado de morir”. Los vecinos, en los primeros momentos, se echaron a la calle a ayudar a los heridos, con mantas, dado que los policías que llegaron a la estación de cercanías del Pozo no daban abasto. Entre los vecinos que dejaron todo para acudir en ayuda de los que se retorcían entre los hierros del tren se contaba José Girón, de 44 años, panadero del barrio. “Yo me encontraba en el bar, cuando oí el petardazo, y me he ido para allá: todo estaba lleno de sangre, de cuerpos rotos, de gente quemada. Ha sido espantoso. He salido del vagón con el traje empapado en sangre”, relataba.
Una hora después, los vecinos de esta zona del sur de la capital aún miraban detrás de las cintas que acordonaban la zona del atentado. No acababan de creerse lo que terminaba de pasar. No había cobertura de teléfono móvil debido a la saturación de la zona. Todo el barrio hablaba por teléfono con sus familiares para informarles de lo que había pasado y de cómo estaban.
La policía encontró entonces otras dos mochilas bomba en el vagón del tren. La zona acordonada se amplió. Los policías obligaron a desalojar casas, bares, establecimientos públicos. Los vecinos, ya sobresaltados de por sí, ya muy nerviosos, comenzaron a recular. La policía ordenaba: “Aléjense de las ventanas, porque los cristales pueden caer como guillotinas. Aléjense ahora mismo, por favor”. Una señora de unos 50 años explicó: “Ay Dios mío, como guillotinas”. Una muchacha de unos 14 años tuvo entonces una crisis nerviosa dentro del bar en el que se encontraba junto a unos vecinos y necesitó ser atendida por los médicos. Entonces sonó la primera de las explosiones controladas. Otra señora comenzó a llorar en una esquina. El resto del vecindario, cerca de 200 personas, permaneció mudo, sin decir absolutamente nada, paralizados por el miedo. Cerca de un contenedor de vidrio, un hombre mascullaba insultos, pegaba patadas a una caja de cartón y miraba al cielo: “Son unos hijos de puta, unos hijos de puta. Si los viera ahora mismo aquí les colgaba de un árbol”, decía. Otro vecino, de unos 80 años, que se encontraba cerca añadió: “Son nuestros hijos los que iban en ese tren. ¿Qué quieren de nosotros?”. Un tercero señaló: “Eso es muy sencillo, de cobardes: poner una mochila con una bomba en un tren y luego te largas, eso es muy fácil y de cobardes”. “Encima aquí, en este barrio, en un barrio obrero, y cuando el tren iba lleno de gente”, añadió otro vecino.
El Pozo del Tío Raimundo es uno de los barrios más humildes de Madrid. Hasta hace una veintena de años se componía de un conjunto de casas precarias. Ahora, después de años de lucha obrera y vecinal, los bloques son de ladrillo, pero la gente que los habita siguen siendo de condición humilde.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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