EL MUNDO

El día que el bioterror logró paralizar la Tierra

Un extraordinario ejercicio de política ficción demostró esta semana que un atentado con armas biológicas asestaría un golpe demoledor al mundo. Y sus jugadores fueron estadistas de la vida real.

Por José Manuel Calvo *
Desde Washington

Un atentado bioterrorista múltiple causa miles de casos de viruela en Europa y América. Masas de polacos intentar pasar a Alemania para vacunarse. Las fronteras se cierran, los mercados caen, el pánico se extiende. José Luis Rodríguez Zapatero llama al presidente de EE.UU. para pedir cuatro millones más de vacunas. En Washington se celebra una cumbre euroatlántica y los líderes presentes la convierten en un gabinete mundial de crisis para coordinar las respuestas y reaccionar ante el ataque terrorista. Esto es lo que ocurrió el viernes, durante ocho horas, en un hotel de Washington, en el ejercicio Tormenta Atlántica, organizado por el Centro de Bioseguridad de la universidad de Pittsburgh y el Centro de Relaciones Transatlánticas de la universidad Johns Hopkins.
En torno a una gran mesa en forma de U, políticos de carne y hueso representan el papel que les hubiera gustado jugar –la ex secretaria de Estado Madeleine Albright hace de presidenta de EE.UU.; el ex ministro de Salud Bernard Kouchner se hace pasar por jefe del Estado francés– o el que alguna vez jugaron: Jerzy Buzek vuelve a ser por unas horas primer ministro de Polonia y Gro Harlem Brundtland recupera la dirección de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Ex ministros, europarlamentarios y diplomáticos completan el reparto: presidenta de la UE, primera ministra de Canadá, canciller alemán y primeros ministros de Italia, Holanda, Reino Unido y Suecia. El juego se hace en tiempo real. La crisis estalla a las nueve de la mañana. Los líderes contemplan en dos grandes pantallas la emisión especial de la GNN (General Network News) con fotos de afectados: primeros planos de rostros con ampollas de viruela, erradicada hace 25 años y de la que se guardan cepas sólo en EE.UU. y Rusia. A los cinco minutos otra información urgente: Al Yihad Al Jadid (la nueva Yihad), un grupo cercano a Al Qaieda, reivindica la acción.
Los primeros ministros reciben información de sus países y discuten. El director del Centro Antiterrorista revela que el líder es Ahmed Alnami, experto en microbiología. El grupo contrató a un científico de la antigua URSS, en donde robaron cepas de viruela. Con información de Internet cultivaron esas cepas; terroristas vacunados se pasearon por centros urbanos con diseminadores escondidos en sus mochilas. Luego se descubrirá su laboratorio, camuflado como una fábrica de cerveza en Austria. Hay varios detenidos. “La única buena noticia –dice el supuesto director– es que nunca en mi vida he visto una mayor cooperación entre países.”
Son las 9.14. Hay ya 25 casos de viruela en Alemania, 15 en Turquía, 8 en Holanda y 3 en Suecia; podría haber 2500 en 10 días y 10.000 al cabo de un mes. Esas proyecciones se irán multiplicando en las próximas horas. Los líderes empiezan a coordinarse: se intenta aislar los casos y vacunar a los que están en contacto con los infectados y al personal sanitario. El británico pide evitar la radicalización de tensiones étnicas y religiosas. El presidente francés –Kouchner es fundador de Médicos sin Fronteras– exige acelerar los debates: “Tenemos que volver a nuestros países y adoptar medidas urgentes”, precisa. Hay tensión sobre las vacunas: 40 países tienen dosis, pero ninguno las suficientes para toda su población. España podría vacunar al 15 por ciento. Turquía, casi sin vacunas, invoca el artículo 5 del tratado de la OTAN: ayuda militar para defenderse de una agresión exterior. Los líderes discuten: ¿vacunación masiva o selectiva? ¿OTAN o Naciones Unidas? El Consejo de Seguridad está a punto de reunirse, dice Madeleine Albright.
El primer ministro sueco impone racionalidad. La UE lo pasa muy mal en el intento de coordinar a los 25. Albright recuerda cómo es la vida real: “Aunque soy una presidenta distinta al anterior, debo decir que elCongreso y la opinión pública quizá se resistan a ayudar a otros países que no han ayudado a EE.UU. en Irak”. La OMS trata de ordenar el creciente caos, pero las noticias no ayudan.
Albright recibe una llamada: surgen los primeros casos de viruela en Los Angeles. “Esto se extiende”, dice, sombría. Y así es: a primera hora de la tarde, la GNN habla de 3320 casos en EE.UU., México y Europa. Se cree que en diez días habrá 165.000 infectados, y en un mes, 660.000. Se cancelan vuelos en todo el mundo. El puerto de Rotterdam se cierra; dos mezquitas son atacadas en la ciudad. Wall Street se desploma. “Se están creando terribles presiones entre los países y dentro de cada país”, dice el sueco.
Los líderes hacen lo que pueden y concluyen la cumbre con una conferencia de prensa y un llamamiento a la calma; aseguran que están unidos y que han tomado medidas para frenar la crisis, pero no queda claro qué criterios se aplican y qué decisiones se adoptan sobre las vacunas o los cierres de fronteras.
El 28 de febrero de 2005, un mes y medio después, las noticias de ficción pintan este panorama: 400.000 infectados, 100.000 muertos. La economía global está desbaratada, sobre todo los transportes y el comercio; el petróleo se ha disparado. No se han podido celebrar los referendos sobre la Constitución europea. Han estallado conflictos en varias zonas del mundo. “Los líderes fueron tomados por sorpresa en esta crisis. Y los detenidos en Austria confiesan que la Nueva Yihad tiene una y quizá dos instalaciones más de producción de armas biológicas”, dice el locutor.
¿Exageración, alarmismo? Todo lo contrario, según Tara O’Toole, una de las organizadoras del ejercicio. “El escenario expuesto es muy conservador. Podría ser mucho peor. La era de las armas biológicas no es ciencia ficción; está aquí. No es una invención; en una realidad de nuestro tiempo.”

* De El País de Madrid Especial para Página/12.

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Madeleine Albright, ex secretaria de Estado de EE.UU.
 
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