EL MUNDO › OPINION

Un hombre de su tiempo

 Por Claudio Uriarte

En realidad, lo más notable del extremismo radical de derecha de JeanMarie Le Pen es lo mucho que se parece a las corrientes principales de la opinión francesa, sin excluir a sus vertientes más contestatarias. En efecto, Le Pen es un nacionalista antiglobalización, anti-Unión Europea y anti-EE.UU. Su reivindicación como “el candidato que dice las cosas que los demás callan” resulta, en este sentido, un retrato bastante fiel, y la diferencia es de énfasis: Le Pen –debería quizá traducirse– grita las cosas que muchos otros dicen.
El primer discurso que pronunció en el Parlamento Europeo tras su ascenso a la segunda vuelta fue una furibunda tirada de dos minutos contra la presunta sumisión de la Unión Europea a la política norteamericana en Medio Oriente, que presuntamente está a su vez sumisa a la israelí. Aparentemente esto no tiene mucho que ver con la campaña interna de Le Pen, que se centra en expulsar a la inmigración musulmana. Sin embargo, Le Pen –un confeso admirador del régimen de Vichy, que calificó las cámaras de gas como “detalle de la historia” de la Segunda Guerra Mundial– no podía dejar de lanzar un guiño antijudío en alguna parte. (Hay casos más consecuentes: en Alemania existen nostálgicos del nazismo que celebran el fundamentalismo islámico, y una organización de antiguos SS que se reúnen para charlar y tomar cerveza en Baviera nombró recientemente a Osama bin Laden como “prusiano honorario”.)
Le Pen toca todos los timbres clave al mismo tiempo. Su punto de partida, típico de un agitador populista de derecha, es la protesta contra todo aquello que pueda construirse como una conspiración internacional contra su nación, sea la Unión Europea, la Organización Mundial de Comercio o los Protocolos de los Sabios de Sión. El filósofo alemán Theodor W. Adorno decía que “la paranoia es una sombra del conocimiento”, lo que tiene sentido: si el conocimiento nace de la bien fundada sospecha de que las cosas no son lo que parecen, la paranoia remeda de modo farsesco la operación de lo que debería investigarse a partir de eso: se termina adjudicando la culpa de todo a una siniestra conjura, lo que explica todos los problemas de modo muy sencillo, consolatorio y conveniente. Y Francia, una potencia de segundo orden, nunca olvida deplorar los excesos de una política norteamericana bajo cuyo paraguas militar vive y hace negocios.
Por estas razones, y cualquiera sea el desenlace de la segunda vuelta de hoy, Le Pen llegó para quedarse. Porque es la Francia profunda detrás de la “igualdad, libertad, fraternidad”.

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