EL MUNDO › POR JOHN EDWARDS *.

Es necesario mirar a la América que no miramos

Durante la campaña de 2004, hablé a menudo de las dos Américas: la América de los privilegiados y los ricos y la América de los que vivían de recibo de sueldo en recibo de sueldo. Hablé de la diferencia en las escuelas, la diferencia en el interés de los préstamos, la diferencia en oportunidades. Todo eso empalidece hoy. Hoy –y por muchos días y semanas y meses por venir– vemos un ejemplo más áspero de las dos Américas. Vemos a los pobres y a la clase trabajadora de New Orleans, que no tienen auto y no pudieron evacuarse a hoteles o a familias distantes del blanco de Katrina. Vemos el sufrimiento de familias que vivieron de recibo de sueldo en recibo de sueldo y que siguieron las indicaciones de funcionarios y acudieron a los refugios del Centro Cívico o el Superdome o permanecieron en sus casas para proteger sus posesiones.
Ahora cada residente de New Orleans, más allá de su riqueza o posición social, tendrá pérdidas terribles y experiencias que le cambiarán la vida. Cada residente sabrá y se preocupará por algún ser perdido a manos de este huracán. Pero algunos, que van desde los más pobres a la clase trabajadora incapaz de acumular un colchón de bienes sobre el que descansar en un momento muy, muy aciago, serán los que sufrirán más, porque simplemente no tuvieron los medios para evacuarse. Son los que más sufrieron de Katrina porque siempre son los que sufren más.
Esos son americanos algunos de los cuales dejaron todo lo que tenían detrás para salvar a sus seres queridos. Son americanos abrazados a sus chicos o empujando una silla de ruedas o aquellos demasiado golpeados o débiles para permanecer de pie. En este momento, debemos recordar que son parte de nosotros, americanos que aman a su país y son parte de nuestra comunidad nacional. En este momento es difícil, porque nuestro pelo está limpio y nuestras ropas están limpias y nuestros ojos no están nublados por la desesperanza. Pero ellos son nuestros hermanos y hermanas y debemos recordar que esto no es sólo por ellos, sino por nosotros. Debemos reconocer finalmente que cuando cualquiera de nosotros sufre, todos nos volvemos más débiles; nos afecta a todos.
Comentaristas de TV se han declarado sorprendidos, diciendo que piensan que la mayoría de la gente no sabía que había esa clase de pobreza en América. Treinta y seis millones de americanos viven en la pobreza, y la mayoría de ellos son pobres trabajadores, pero es claro que han sido invisibles. Pero si esos comentaristas tienen razón, esta tragedia puede tener una gran influencia, si escuchamos a su mensaje.
La gente más devastada siempre ha vivido al filo de la navaja, temerosa de cualquier contratiempo, cualquier pérdida de empleo que pudiera alterar el frágil balance que lograron de recibo de sueldo a recibo de sueldo. No se fueron de New Orleans porque no pudieron irse. Algunos de ellos no dejaron sus casas porque querían proteger sus propiedades duramente ganadas, que hacían sus vidas un poco más fáciles.
El gobierno divulgó esta semana nuevas estadísticas de pobreza. La cantidad de americanos viviendo en la pobreza creció nuevamente el año pasado. Trece millones de niños –casi uno en cinco– vive en la pobreza. Cerca del 25 por ciento de todos los afroamericanos vive en la pobreza. Un 23 por ciento de la población de New Orleans vive en la pobreza. Son cifras escalofriantes. Gracias a Katrina, ahora hemos visto muchas de las caras detrás de esas cifras.
La pobreza existe en todas partes de América. Está en Detroit y en El Paso. Está en Omaha, Nebraska y en Stockton, California. Está en localidades rurales como Chillicothe, Ohio y Pine Bluff, Arkansas. Casi la mitad de los niños en Detroit, Atlanta y Long Beach, California, viven en la pobreza. No debe ser así. Podemos empezar a apoyar políticas que ofrezcan oportunidad, recompensen la responsabilidad y asuman la dignidad de cada americano.
Hay necesidades inmediatas en New Orleans y la Costa del Golfo, y la primera prioridad es cumplirlas, pero después de eso, necesitamos pensar en la comunidad americana, en la América que pensamos que somos, aquella de la que hablamos. Necesitamos que la gente sienta más que simpatía por las víctimas, necesitamos que sientan empatía con nuestra comunidad nacional, que incluye a los pobres. Hemos perdido oportunidades de asegurarnos que todos los americanos fueran más que masas apiñadas. Hemos sido demasiado lentos para actuar de frente a la miseria de nuestros hermanos y hermanas. Este es un espantoso y horrorizante despertador para América.

* Ex candidato a la vicepresidencia de EE.UU.

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