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Judith Miller, ¿heroína o propagandista de Bush?

La periodista Judith Miller, que fue detenida por no revelar sus fuentes, apareció en un primer momento como una heroína. Pero sus propios colegas en EE.UU. abrieron un debate sobre su relación con el belicismo de Bush.

 Por David Brooks*

Judith Miller, la reportera del New York Times encarcelada durante 85 días por negarse a revelar sus fuentes a un fiscal independiente que investiga a funcionarios de la Casa Blanca, ha sido elogiada por algunos como una “heroína” de la libertad de prensa, pero otros periodistas cuestionan cada vez más sus motivos y su profesionalismo. Ahora ya no sólo se trata del prestigio y credibilidad de una reportera, sino del periódico más reconocido y poderoso de Estados Unidos.
No hay disputa sobre el principio que se defendía: el derecho de proteger fuentes confidenciales en circunstancias en las que un periodista no puede cumplir de otra manera con su deber de informar al público. Miller ha declarado que la defensa de ese principio fue la razón por la cual rehusó cooperar con la investigación que realiza el fiscal especial Patrick Fitzgerald sobre si alguien del gobierno de George W. Bush cometió un delito al filtrar a los medios el nombre de una integrante de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), caso en el que esta semana podrían anunciarse cargos legales contra altos funcionarios de la Casa Blanca. Al negarse, un juez la encarceló hasta que decidiera cooperar.
En un principio se proyectó a Miller como una heroína. Los directores del NYT le dieron respaldo, junto con otros medios y organizaciones de libertades civiles. La reportera fue liberada cuando, según ella, recibió permiso directo y explícito de su fuente para revelar su identidad (fue I. Lewis Libby, jefe del equipo del vicepresidente Dick Cheney). Miller se presentó ante el gran jurado, testificó durante más de tres horas y hace una semana escribió una nota sobre esta experiencia.
Pero mientras algunos alababan a Miller, sus colegas del NYT y de otros medios, como Los Angeles Times, Washington Post y Columbia Journalism Review, llegan a decir que fue clave en la estrategia de propaganda de la Casa Blanca para promover la guerra contra Irak. El vicepresidente Dick Cheney, al lanzar la gran campaña para “vender” la guerra en septiembre de 2002, citó las notas de Miller en el NYT para reforzar sus argumentos de que el régimen de Saddam Hussein representaba una amenaza por sus armas de destrucción masiva. Miller escribió reportajes sobre el tema en momentos propicios para el gobierno de Bush. Entre sus fuentes clave estaba su amigo Ahmed Chalabi, el iraquí favorito de los neoconservadores del Pentágono y la Casa Blanca, que ofrecía información falsa a Miller y otros periodistas, para promover la guerra contra Hussein.
Cuando se supo que esa información era falsa, que no existían las armas de destrucción masiva, el NYT se vio obligado a ofrecer una disculpa pública por desinformar al público, y precisó que cinco de los seis artículos con información falsa sobre el tema fueron escritos o coescritos por Miller. De hecho, cuando Bill Keller fue nombrado nuevo editor del NYT, en el verano de 2003, una de sus primeras órdenes fue prohibir que Miller continuara escribiendo sobre Irak y las armas de destrucción masiva. En su propio reportaje sobre su caso legal, Miller admitió la semana pasada que “me equivoqué completamente” sobre el asunto de las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein.
Pero ya desde hace años, algunos colegas tenían problemas con ella. Craig Pyes, reportero y ganador del Premio Pulitzer, envió un memorando a editores del NYT, en diciembre de 2000, en que se quejó de su colaboración con Miller al elaborar un reportaje sobre Al Qaida. “Ya no estoy dispuesto a trabajar más sobre este proyecto con Judy Miller. No confío en su trabajo, su juicio, o su conducta”. Pyes, ahora reportero de Los Angeles Times, criticó el borrador redactado por Judith Miller como “poco más que estenografía de fuentes gubernamentales, llena de afirmaciones no comprobadas y fallas de hecho”, reportó el Washington Post.
Aunque muchos periodistas rehusaron criticarla durante su estadía en la cárcel, esto cambió tan pronto fue liberada. Algunos de sus propios editores han señalado que no eran ciertas las versiones de Miller sobre qué había hecho y a quién consultó dentro del periódico. Hasta el propio Keller informó a la redacción de su periódico, a finales de la semana pasada, que al parecer Miller había “engañado” al jefe del buró del NYT en Washington sobre su involucramiento en el caso de la filtración de la identidad de la agente de la CIA, Valerie Plame.
Algunos cuestionan la razones reales por las cuales Miller dijo estar dispuesta a ir a la cárcel, y han sugerido que fue para resucitar su dañada carrera. Según Miller, fue para proteger la identidad de una de sus fuentes confidenciales, pero abogados de esa misma fuente señalaron que Libby ya había dado permiso para revelar su identidad desde hace un año.
Este fin de semana, Maureen Dowd, columnista del NYT, escribió un artículo devastador sobre su colega, cuyo título fue “Mujer de destrucción masiva”. Ahí resumió varias de las críticas sobre su papel como reportera en torno de la política bélica del presidente Bush. “Las notas de Judy sobre armas de destrucción masiva fueron demasiado bien hechas a la medida del argumento en favor de la guerra de la Casa Blanca”, señaló.
Rem Reider, editor del American Journalism Review, comentó que “lo más preocupante es la sensación de que el NYT es a veces un buque sin capitán o un asilo donde los internos controlan el lugar”, reportó Los Angeles Times. Robert Scheer, periodista y articulista, aseveró que el NYT realizó una “cruzada pública no sólo para proteger a Miller sino para convertirla en heroína, al ocultar que ella no estaba protegiendo el derecho del público a ser informado sino que estaba encubriendo al gobierno de Bush en su intento descarado y posiblemente criminal de desacreditar a un silbador (whistle blower, crítico interno). Ese silbador, el ex embajador Joseph C. Wilson IV, había enfurecido al gobierno al revelar la utilización de pruebas falsas de armas de destrucción masiva como justificación para la invasión de Irak”, escribió en AlterNet.
Por cierto, cuando Miller regresó al NYT tras de ser liberada, estaba nerviosa y pidió que una amiga la escoltara para entrar a la redacción. Sabía que no todos sus colegas celebraban su triunfal retorno. Ahora, la credibilidad del NYT está en tela de juicio entre sus lectores y periodistas de este país. Varios de sus colegas creen que Miller, quien dice que tiene la intención de escribir un libro antes de regresar al NYT, a fin de cuentas no retornará al periódico.
Su colega, Maureen Dowd, señaló que Miller ha dicho que tiene la intención de regresar a la redacción del NYT para cubrir “las mismas cosas que siempre he cubierto, amenazas a nuestro país”. Dowd escribió a los lectores de su columna que, “si esto llega a suceder, la institución que estaría en mayor peligro será el periódico que está en tus manos”.

* Desde Washington. De La Jornada, de México. Especial para Página/12.

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